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Párroco: Padre Carlos Pérez

domingo, 6 de mayo de 2012

Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI, 2 de Mayo 2012


Texto completo de la catequesis del Papa: tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas,

En las últimas catequesis hemos visto como, en la oración personal y en común, la lectura y la meditación de las Sagradas Escrituras abren a la escucha de Dios, que nos habla, e infunden luz para entender el presente. Hoy quisiera hablar sobre el testimonio y la oración del primer mártir de la Iglesia, San Esteban, uno de los siete elegidos para el servicio de la caridad hacia los necesitados. En el momento de su martirio, narrado en los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta una vez más la fructífera relación entre la Palabra de Dios y la oración.

Esteban es llevado a juicio ante el Sanedrín, donde se le acusa de haber declarado que "Jesús… destruirá [el templo], y subvertirá las costumbres que Moisés nos legó" (Hechos 6.14). Durante su vida pública, Jesús efectivamente había predicho la destrucción del Templo de Jerusalén: "Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2,19). Sin embargo, como señala el evangelista Juan, "hablaba del templo de su cuerpo. Cuando, después, resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra de Jesús "(Jn 2:21-22).

El discurso de Esteban ante el tribunal, el más largo de los Hechos de los Apóstoles, se desarrolla precisamente sobre esta profecía de Jesús, el cual es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto, y reemplaza los sacrificios antiguos, con la ofrenda que hace de sí mismo en la Cruz. Esteban quiere demostrar lo infundado que es la acusación que se le hace de que se está prestando para subvertir la ley de Moisés e ilustra su visión de la historia de la salvación, la alianza entre Dios y el hombre. Lee de nuevo todo el relato bíblico, itinerario contenido en la Sagrada Escritura, para mostrar que conduce al "lugar" de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. En esta perspectiva, Esteban también lee su condición de discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite así entender su misión, su vida y su presente. En esto está guiado por la luz del Espíritu Santo, por su relación íntima con el Señor, de tal manera, que los miembros del Sanedrín vieron su rostro "como el de un ángel" (Hechos 6.15). Este signo de la asistencia divina, recuerda el rostro radiante de Moisés descendiendo del Monte Sinaí después de reunirse con Dios (cf. Ex 34,29-35, 2 Corintios 3:7-8).


En su discurso, Esteban, comienza a partir de la llamada de Abraham, peregrino hacia la tierra indicada por Dios y que había tenido sólo a nivel de promesa; pasa después a José, vendido por sus hermanos, pero asistido y liberado por Dios, para llegar a Moisés, que se convierte en un instrumento de Dios para liberar a su pueblo, pero que encuentra también más de una vez el rechazo, la negación de su propio pueblo. En estos eventos narrados en la Sagrada Escritura, sobre la que Esteban muestra estar en escucha religiosa, surge siempre Dios, que no se cansa de ir al encuentro del hombre, a pesar de que a menudo encuentre una oposición obstinada. Y esto en el pasado, presente y futuro. Así pues en el Antiguo Testamento, en todo esto, ve la prefiguración de la misma historia de Jesús, el Hijo de Dios hecho carne que - al igual que los antiguos Padres - encuentra obstáculos, rechazo, muerte. Esteban se refiere así mismo a Josué, David y Salomón, que pone en relación con la construcción del templo de Jerusalén, y concluye con las palabras del profeta Isaías (66:1-2): " El cielo es mi trono y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa podréis edificarme, dice el Señor, y dónde estará el lugar de mi reposo? ¿No fueron acaso mis manos las que hicieron todas las cosas?" (Hechos 7,49-50).

En su meditación sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, poniendo de relieve la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, él afirma que Jesús es el Justo anunciado por los profetas; en Él, Dios mismo se ha hecho presente de forma única y definitiva: Jesús es el "lugar" del verdadero culto. Esteban no niega la importancia del templo, por cierto tiempo, pero subraya que "Dios no habita en casas hechas por la mano del hombre” (Hechos 7:48). El nuevo templo en el que habita Dios es su Hijo, que asumió la carne humana, es la humanidad de Cristo, el Resucitado, que reúne a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

La expresión acerca del templo "no hecho por la mano del hombre", se encuentra también en la teología de san Pablo y en la Carta a los Hebreos: el cuerpo de Jesús, que Él ha asumido para ofrecerse a sí mismo como víctima de sacrificio para expiar los pecados, el cuerpo de Jesús es el nuevo templo de Dios, el lugar de la presencia del Dios vivo; en Él, Dios y hombre, Dios y el mundo están en contacto: Jesús toma sobre sí todo el pecado de la humanidad para llevarlo en el amor de Dios y para "quemarlo" en este amor. Acercarse a la Cruz, entrar en comunión con Cristo, significa entrar en esta transformación. Y en este entrar en contacto con Dios, entrar en el verdadero templo.

La vida y la reflexión de Esteban se interrumpen repentinamente con su lapidación, pero precisamente su martirio es el cumplimiento de su vida y de su mensaje: él se vuelve una cosa sola con Cristo. De este modo, su meditación sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina, que en Jesús ha encontrado su pleno cumplimiento, se vuelve participación en la misma oración de la Cruz. En efecto, antes de morir, exclama: "Señor Jesús, recibe mi espíritu " (Hch 7,59), apropiándose de las palabras del Salmo 31 y haciéndose eco de las últimas palabras de Jesús en el Calvario: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46) y, en fin, “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” ( Hch 7,60). Vemos que, si la oración de Esteban se inspira en la de Jesús, el destinatario es diferente, porque la invocación se dirige al mismo Señor, es decir a Jesús que contempla glorificado a la derecha del Padre: “Entonces exclamó: Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” (v. 55).


Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de san Esteban nos ofrece algunas indicaciones para nuestra oración y para nuestra vida. Podemos preguntar: ¿de dónde este primer mártir cristiano sacó la fuerza para hacer frente a sus persecutores y llegar al don de sí mismo? La respuesta es simple: de su relación con Dios, de su comunión con Cristo, de la meditación sobre la historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que en Jesucristo alcanzó la cumbre. También nuestra oración debe ser alimentada por la escucha de la Palabra de Dios, en comunión con Jesús y con su Iglesia.

También hay un segundo elemento: San Esteban ve preanunciada, en la historia de la relación de amor entre Dios y el hombre, la figura y la misión de Jesús. Él - el Hijo de Dios - es el templo "no hecho por la mano del hombre," en donde la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana como para entrar en nuestra carne humana y para llevarnos a Dios, para abrirnos las puertas del Cielo. Nuestra oración, entonces, debe ser contemplación de Jesús a la diestra de Dios, de Jesús como Señor de mi existencia cotidiana. En Él, bajo la guía del Espíritu Santo, nosotros también podemos dirigirnos a Dios, entrar en contacto real con Dios, con la confianza y la entrega de hijos, que se dirigen a un Padre que los ama infinitamente. Gracias.

(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak - RV)

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