Párroco: Padre Carlos Pérez

Urb. Venus Gardens, Calle Lesbos 1765, Rio Piedras PR 00926 --- email: santarosadelimapr@yahoo.com
Tel./Fax 787-761-6586
Párroco: Padre Carlos Pérez

sábado, 8 de diciembre de 2012

Palabras del Santo Padre en la Fiesta de la Inmaculada Concepción - 8 de diciembre 2012

Textos tomado de RADIO VATICANO


Alocución del Santo Padre a a los pies de la estatua de la Inmaculada Concepción en la plaza de España de Roma
Queridos hermanos y hermanas!

Siempre es un placer especial para reunirnos aquí, en la Piazza de España, en la fiesta de María Inmaculada. Reunirnos juntos - romanos, peregrinos y visitantes - a los pies de la estatua de nuestra Madre espiritual, nos hace sentir unidos en el signo de la fe. Me gusta subrayarlo en este Año de la fe que toda la Iglesia está viviendo. Os saludo con afecto y me gustaría compartir con ustedes algunos simples pensamientos, sugeridos por el Evangelio de esta solemnidad: el Evangelio de la Anunciación.

En primer lugar, nos sorprendente siempre, y nos hace reflexionar, el hecho de que el momento decisivo para el futuro de la humanidad, el momento en que Dios se hizo hombre, está rodeado de un gran silencio. El encuentro entre el mensajero divino y la Virgen Inmaculada pasa totalmente desapercibido: nadie sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento que, si hubiera sucedido en nuestro tiempo, no dejaría huella en los periódicos y en las revistas, porque es un misterio que sucede en el silencio. Lo que es realmente grande a menudo pasa desapercibido y el silencio apacible se revela más fructífero que la frenética agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que - con las debidas proporciones - se vivía ya en las grandes ciudades de entonces, como Jerusalén. Aquel activismo que nos impide detenernos, estar tranquilos, escuchar el silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta.

María, el día que recibió el anuncio del Ángel, estaba recogida y al mismo tiempo abierta a la escucha de Dios. En ella no había obstáculo alguno, ninguna pantalla, nada que la separa de Dios. Este es el significado de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la más mínima imperfección, no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una sintonía perfecta: su pequeño corazón humano está perfectamente "centrado" en el gran corazón de Dios. Así que, queridos hermanos y hermanas, venir aquí ante este monumento a María, en el centro de Roma, nos recuerda en primer lugar, que la voz de Dios no se reconoce en el ruido y la agitación; su diseño en nuestra vida personal y social no se percibe quedándose en la superficie, sino yendo a un nivel más profundo, donde las fuerzas no son de índole económica o política, sino morales y espirituales. Es allí, donde María nos invita a ir y a sintonizar con la acción de Dios.
Hay una segunda cosa, aún más importante, que la Inmaculada nos dice cuando estamos aquí, y es que la salvación del mundo no es obra del hombre - de la ciencia, de la tecnología, de la ideología -, sino es por la gracia. ¿Qué significa esta palabra? Gracia significa el Amor en su pureza y belleza, es Dios tal como se revela en la historia de la salvación narrada en la Biblia y cumplida en Jesucristo. María es llamada la "llena de gracia" (Lc 1:28) y esta identidad nos recuerda el primado de Dios en nuestra vida y en la historia del mundo, nos recuerda que el poder del amor de Dios es más fuerte que el mal, puede llenar los vacíos que el egoísmo provoca en la historia de las personas, de las familias, naciones y el mundo. Estos vacíos pueden convertirse en infiernos, donde la vida humana es como si se tirara hacia abajo y hacia la nada, perdiendo el sentido y la luz.
Las falsas soluciones que ofrece el mundo para llenar esos vacíos – emblemática es la droga - de hecho ensanchan el abismo. Sólo el amor nos puede salvar de esta caída, pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en él la pureza de Gracia – de Dios que transforma y renueva - y que pueda poner en los pulmones intoxicados nuevo oxígeno, aire limpio, energía nueva de vida. María nos dice que, por mucho que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para Dios, que descendió hasta los infiernos; por mucho que nuestro corazón ande por mal camino, Dios es siempre "más grande que nuestro corazón" (1 Juan 3:20). El soplo suave de la Gracia puede dispersar las nubes más negras, puede hacer la vida más hermosa y llena de significado incluso en las situaciones más inhumanas.

Y aquí viene la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos habla de la alegría, la verdadera alegría que se extiende en el corazón liberado del pecado. El pecado trae consigo una tristeza negativa, que nos induce a encerrarnos en sí mismos. La Gracia trae la verdadera alegría que no depende de la posesión de las cosas, sino que tiene sus raíces en lo más íntimo, en lo más profundo de la persona, y que nada ni nadie puede quitar. El cristianismo es esencialmente un "evangelio", una "buena noticia", mientras que algunos piensan que es un obstáculo a la alegría, ya que lo ven en él una serie de prohibiciones y reglas. En realidad, el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. Y si implica algunos sacrificios y disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento, es precisamente porque en el hombre hay la raíz venenosa del egoísmo, que perjudica a sí mismos y a los demás. Por tanto, debemos aprender a decir no a la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es plena, porque en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el vientre, después niño confiado a sus cuidados maternos, adolescente y joven y hombre maduro. Jesús que parte de casa, seguido a distancia con la fe hasta la Cruz y la Resurrección: Jesús es la alegría de María y la alegría de la Iglesia.

Que en este tiempo de Adviento, María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio para recibir su Gracia, que nos libera del pecado y del egoísmo, para gozar así la verdadera alegría. María, llena de gracia, ruega por nosotros!
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió- RV)

Palabras del Santo Padre

¡Queridos hermanos y hermanas!

A todos ustedes, ¡buena fiesta de María Inmaculada! En este Año de la fe quisiera subrayar que María es la Inmaculada por un don gratuito de la gracia de Dios, pero que en Ella ha encontrado perfecta disponibilidad y colaboración. En este sentido ella es “bienaventurada” porque «ha creído» (Lc 1,45), porque ha tenido una fe firme en Dios. María representa aquel «resto de Israel», aquella raíz santa que los profetas han anunciado. En ella encuentran acogida las promesas de la antigua Alianza. En María la palabra de Dios encuentra escucha, recepción, respuesta, encuentra aquel «si» que le permite encarnarse y venir a habitar entre nosotros. En María la humanidad, la historia se abren realmente a Dios, acogen su gracia, están dispuestas a hacer su voluntad. María es expresión genuina de la Gracia. Ella representa el nuevo Israel, que las Escrituras del Antiguo Testamento describen con el símbolo de la esposa. Y san Pablo retoma este lenguaje en la carta a los Efesios allí donde habla del matrimonio y dice que «Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a si mismo por ella, para hacerla santa, purificándola con el lavado del agua mediante la palabra, y para presentar a si mismo la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni arruga o algo de similar, sino santa e inmaculada» (5,25-27). Los Padres de la Iglesia han desarrollado esta imagen y así la doctrina de la Inmaculada ha nacido primero en referencia a la Iglesia virgen-madre, y sucesivamente a María. Así escribe poéticamente Efrén el Sirio: «Como los mismos cuerpos han pecado y mueren, y la tierra, su madre, es maldita (cfr Gen 3,17-19), así a causa de este cuerpo que es la Iglesia incorruptible, su tierra está bendecida desde el principio. Esta tierra es el cuerpo de María, templo en el cual ha sido depositada una semilla» (Diatessaron 4, 15: SC 121, 102).


La luz que emana de la figura de María también nos ayuda a comprender el verdadero sentido del pecado original. En María, de hecho, está plenamente viva y operante aquella relación con Dios que el pecado rompe. En ella no hay alguna oposición entre Dios y su ser: hay plena comunión, pleno entendimiento. Hay un «si» recíproco, de Dios a ella y de ella a Dios. María está libre del pecado porque es toda de Dios, totalmente apropiada por Él. Está llena de su Gracia, de su Amor.

En conclusión, la doctrina de la Inmaculada Concepción de María expresa la certeza de fe que las promesas de Dios se han realizado: que su alianza no falla, que ha producido una raíz santa, de la cual ha germinado el Fruto bendito de todo el universo, Jesús, el Salvador. La Inmaculada demuestra que la Gracia es capaz de suscitar una respuesta, que la fidelidad de Dios sabe generar una fe verdadera y buena.

Queridos amigos, esta tarde, como es tradición, iré a la Plaza de España, para el homenaje a María Inmaculada. Sigamos el ejemplo de la Madre de Dios, para que también en nosotros la gracia del Señor encuentre respuesta en una fe genuina y fecunda.

(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-RV)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario