Homilía completa tomada de RADIO VATICANO:
Queridos
hermanos y hermanas
1. En el
Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a
las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (Cfr.
Lc 24, 1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto
tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían
seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su
dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento
en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la
tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había
muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero
en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir
al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez
más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida:
ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor.
Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que
ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (Cfr. Lc 24, 4). ¿Acaso no nos pasa
así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de
todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo
afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos
trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio:
muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba,
pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la
historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las
sorpresas de Dios; tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre.
Hermanos y
hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas.
¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el
peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos
en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay
situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si
nos abrimos a él.
2. Pero
volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante.
Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha
sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes,
causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con
vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscan entre los muertos al que
vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6). Lo que era un simple gesto,
algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en
acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como
antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y
en la historia de la humanidad. Jesús no ha muerto, está resucitado, es el
Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma,
porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (Cfr. Nm 14, 21-28; Dt 5, 26, Jos
3, 10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está
proyectado hacia el futuro, es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios
se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros:
la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que
oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí,
para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de
que el Amor nos diga: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Los
problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos
en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la
muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado
entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta
ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos
abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si
te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de
que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza
para vivir como él quiere.
3. Hay un
último y simple elemento que quisiera subrayar del Evangelio de esta luminosa
Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha
resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con
vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las
caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para
mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los
dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental:
«Recuerden cómo les habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus
palabras» (Lc 24, 6.8). La invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús,
de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con
el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la
proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (Cfr. Lc
24, 9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer
memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la
esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en
nuestras vidas.
En esta
Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos
estas cosas en su corazón (Cfr. Lc 2, 19.51), pidamos al Señor que nos haga
partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las
sorpresas de Dios; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de
lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga
capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que
nos enseñe cada día a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.
(MFB – RV).
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