Párroco: Padre Carlos Pérez

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domingo, 5 de mayo de 2013

Palabras del Santo Padre Francisco en el VI Domingo de Pascua. - 5 de Mayo 2013



"Cada cristiano es misionero en la medida en la cual testimonia el amor de Dios, sean misioneros de la ternura." Es la invitación del Papa en su tweet del domingo 5 de mayo. (CA-RV)


"En este momento de profunda comunión en Cristo, sentimos viva en medio de nosotros la presencia espiritual de la Virgen María. Una presencia materna, familiar, especialmente para ustedes que forman parte de las Cofradías. El amor a la Virgen es una de las características de la piedad popular, que pide ser valorizada y bien orientada. Por esto, los invito a meditar el último capítulo de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, la Lumen Gentium que habla justamente de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Allí se dice que María «avanzó en la peregrinación de la fe”» (n. 58) Queridos amigos, en el Año de la fe les dejo este icono de María peregrina, que sigue al Hijo Jesús y nos precede a todos nosotros en el camino de la fe.

Hoy las Iglesias de Oriente que siguen el Calendario Juliano celebran la fiesta de la Pascua. Deseo enviar a estos hermanos y hermanas un especial saludo, uniéndome de todo corazón a ellos proclamando el gozoso anuncio: Cristo ha resucitado! Recogidos en oración alrededor de María, pedimos a Dios el don del Espíritu Santo, el Paráclito, para que consolide y conforte a todos los cristianos, especialmente aquellos que celebran la Pascua en medio de pruebas y sufrimientos, y los guíe en el camino de la reconciliación y la paz.


Ayer en Brasil ha sido proclamada Beata Francisca de Paula De Jesús, conocida como «Nhá Chica». Su vida simple fue toda dedicada a Dios y a la caridad, de hecho la llamaban «madre de los pobres». Me uno a la alegría de la Iglesia en Brasil por esta luminosa discípula del Señor.

Saludo con afecto a todas las Cofradías presentes, venidas de muchos países. Gracias por su testimonio de fe! Saludo también los grupos parroquiales y las familias, como asimismo el gran desfile de varias bandas musicales y asociaciones de los Schützen provenientes de Alemania.

Hoy dirijo un saludo especial a la Asociación “Meter”, en la Jornada de los niños víctimas de la violencia. Y esto me da la ocasión para dirigir mi pensamiento a cuantos han sufrido y sufren a causa de los abusos. Quisiera asegurarles que están presentes en mi oración, pero quisiera también decir con fuerza que todos tenemos que comprometernos con claridad y coraje para que cada persona humana, especialmente los niños, que están entre las categorías más vulnerables, sea siempre defendida y tutelada.

Animo también a los enfermos de hipertensión pulmonar y a sus familiares" (Traducción del italiano Claudia Alberto y Celiclia de Malak)

5 de mayo de 2013
Queridos Hermanos y Hermanas

En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera especial a las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Saludo a todos con afecto, en especial a las Hermandades que han venido de diversas partes del mundo. Gracias por su presencia y su testimonio.

1.            Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena. Jesús confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones antes de dejarlos, como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la fe cristiana está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio. Dirigiéndose a ustedes, Benedicto XVI ha usado esta palabra: «evangelicidad». Queridas Hermandades, la piedad popular, de la que son una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los obispos latinoamericanos han definido de manera significativa como una espiritualidad, una mística, que es un «espacio de encuentro con Jesucristo». Acudan siempre a Cristo, fuente inagotable, refuercen su fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminen con decisión hacia la santidad; no se conformén con una vida cristiana mediocre, sino que su pertenencia sea un estímulo, ante todo para ustedes, para amar más a Jesucristo.

2.            También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos habla de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente discernir lo que es esencial para ser cristianos, para seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión importante en Jerusalén, un primer «concilio» sobre este tema, a causa de los problemas que habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial para comprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero noten cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí entra un segundo elemento que quisiera recordarles, como hizo Benedicto XVI: la «eclesialidad». La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con sus Pastores. Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia los quiere. Sean una presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han dicho que la piedad popular, de la que ustedes son una expresión es « una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia» (Documento de Aparecida, 264). Amen a la Iglesia. Déjense guiar por ella. En las parroquias, en las diócesis, sean un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con Cristo.

3.            Quisiera añadir una tercera palabra que los debe caracterizar: «misionariedad». Tienen una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecen, y lo hacen a través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, llevan en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacen únicamente un gesto externo; indican la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indican, primero a ustedes mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifiestan la profunda devoción a la Virgen María, señalan al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, ustedes la manifiestan en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así, ayudan a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Sean también ustedes auténticos evangelizadores. Que sus iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estén siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sean misioneros del amor y de la ternura de Dios.

Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.

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