Hoy la Liturgia propone el Evangelio de las bodas de Caná,
un episodio narrado por Juan, testigo ocular del hecho. Este episodio ha sido
colocado en este domingo que sigue inmediatamente al tiempo de Navidad porque,
junto con la visita de los Magos de Oriente y con el Bautismo de Jesús, forma
la trilogía de la Epifanía, o sea la manifestación de Cristo. Aquello de las
bodas de Caná es en efecto “el inicio de los signos de Jesús” (Jn, 2, 11), o
sea el primer milagro cumplido por Jesús, con el cual Él manifestó en público
su gloria, suscitando la fe de sus discípulos. Recordamos brevemente lo que
ocurrió durante esa fiesta de las bodas en Caná de Galilea. Sucedió que hizo
falta el vino, y María, la Madre de Jesús, lo hizo notar a su Hijo. Él le
responde que aún no había llegado su hora; pero después, con la insistencia de
María, llenadas de agua seis grandes ánforas , transformó el agua en vino, un
vino excelente, mejor que el precedente. Con este “signo”, Jesús se revela como
el esposo mesiánico, venido a establecer con su pueblo la nueva y eterna
Alianza, según las palabras de los profetas: “Como se alegra el esposo con la
esposa así se alegrará tu Dios contigo”. Y el vino es símbolo de esta alegría
del amor; pero esto alude también a la sangre, que Jesús, derramará al final
para sellar su pacto nupcial con la humanidad.
La Iglesia es la esposa de Cristo, el cual la hace santa y
bella con su gracia. Sin embargo esta esposa, formada por seres humanos, está
siempre necesitada de purificación. Y una de las culpas más graves que
desfiguran el rostro de la Iglesia es la que va contra su unidad visible, en
particular las históricas divisiones que han separado a los cristianos y que no
han sido aún superadas. Y justamente en estos días del 18 al 25 de enero, se
desarrolla la anual Semana de oración por la unidad de los cristianos, un
momento siempre grato a los creyentes y a las comunidades, que despierta en
todos el deseo y el compromiso espiritual de la plena comunión. En este sentido
ha sido muy significativa la vigilia que he podido celebrar hace casi un mes,
en esta Plaza, con millares de jóvenes de toda Europa y con la comunidad
ecuménica de Taizé; un momento de gracia en el cual hemos experimentado la
belleza de formar en Cristo una cosa sola. Animo a todos a rezar juntos para
que podamos realizar “Aquello que el Señor exige de nosotros” (cfr Mi 6,6-8),
como dice este año el tema de la Semana; un tema propuesto por algunas
comunidades cristianas de la India, que invitan a caminar con decisión hacia la
unidad visible entre todos los cristianos y a superar, como hermanos en Cristo,
todo tipo de injusta discriminación. El viernes próximo, al concluir estas
jornadas de oración, presidiré las Vísperas en la Basílica de San Pablo
extramuros, en presencia de los Representantes de las otras Iglesias y
Comunidades eclesiales.
Queridos amigos, a la oración por la unidad de los
cristianos quisiera agregar todavía una vez mas la oración por la paz, para
que, en los diversos conflictos por desgracia en acto, cesen las masacres de
civiles inermes, tenga fin toda violencia, y se encuentre el coraje del diálogo
y de la negociación. Para ambas intenciones, invoquemos la intercesión de María
Santísima, mediadora de gracia.
Traducción del italiano: Patricia Ynestroza-RV-@pattynesc
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