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lunes, 7 de noviembre de 2011

Reflexión del Santo Padre del Domingo 6 de Noviembre - Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo cae en el vacío y en la oscuridad


Texto completo de la reflexión del Papa, previa a la oración del Ángelus, tomado de RADIO VATICANO

¡Queridos hermanos y hermanas!

Las Lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo nos invitan a prolongar la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con ocasión de la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Sobre este punto es neta la diferencia entre quien cree y quien no cree, o, se podría igualmente decir, entre quien espera y quien no espera. De hecho san Pablo escribe a los Tesalonicenses: « No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza.» (1 Ts 4,13). La fe en la muerte y resurrección de Jesucristo marca, también en este campo, un parteaguas decisivo. Siempre san Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso que, antes de acoger la Buena Noticia, estaban « sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). De hecho, la religiones de los griegos, los cultos y los mitos paganos, no eran capaces de echar luz sobre el misterio de la muerte, tanto es así que una antigua inscripción decía: «In nihil ab nihilo quam cito recidimus», que significa:
« en la nada, de la nada, qué pronto recaemos». Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo cae en el vacío y en la oscuridad. Y esto encuentra cotejo también en las expresiones del nihilismo contemporáneo, un nihilismo a menudo inconsciente que desgraciadamente contagia a tantos jóvenes.


El Evangelio de hoy es una célebre parábola, que habla de diez jóvenes invitadas a una fiesta de matrimonio, símbolo del Reino de los cielos, de la vida eterna (Mt 25,1-13). Es una imagen feliz, con la que Jesús enseña una verdad que nos cuestiona; de hecho, de aquellas diez jovenes: cinco entran a la fiesta, porque, a la llegada del esposo, tienen el aceite para encender sus lámparas; mientras las otras cinco se quedan afuera porque, por necias, non han traído aceite. ¿Que cosa representa este «aceite», indispensable para ser admitidos al banquete nupcial? San Agustín (cfr Discursos 93, 4) y otros antiguos autores leen un símbolo del amor, que no se puede comprar, pero que se recibe como don, se conserva en el íntimo y se practica en las obras. Verdadera sabiduría es aprovechar de la vida mortal para cumplir obras de misericordia, porque, después de la muerte, ello no será posible. Cuando seremos despertados para el juicio final, éste acontecerá sobre la base del amor practicado en la vida terrenal (cfr Mt 25,31-46). Y este amor es don de Cristo, infundido en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en Dios-Amor lleva consigo una esperanza invencible, como una lámpara con la cual atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida.

A María, Sedes Sapientiae, pidamos enseñarnos la verdadera sabiduría, aquella que se ha hecho carne en Jesús. Él es el Camino que conduce de esta vida a Dios, al Eterno. Él ha hecho conocer el rostro del Padre, y así ha donado una esperanza llena de amor. Por esto, a la Madre del Señor la Iglesia se dirige con estas palabras: “Vita, dulcedo, et spes nostra”. Aprendamos de ella a vivir y morir en la esperanza que no desilusiona. Traducción: Raúl Cabrera - RV

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