Texto completo de la reflexión del Papa, previa a la oración
del Ángelus, tomado de RADIO VATICANO
¡Queridos hermanos y hermanas!
Las Lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo nos
invitan a prolongar la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con ocasión de
la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Sobre este punto es neta la
diferencia entre quien cree y quien no cree, o, se podría igualmente decir,
entre quien espera y quien no espera. De hecho san Pablo escribe a los
Tesalonicenses: « No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de
los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen
esperanza.» (1 Ts 4,13). La fe en la muerte y resurrección de Jesucristo marca,
también en este campo, un parteaguas decisivo. Siempre san Pablo recuerda a los
cristianos de Éfeso que, antes de acoger la Buena Noticia, estaban « sin
esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). De hecho, la religiones de los
griegos, los cultos y los mitos paganos, no eran capaces de echar luz sobre el
misterio de la muerte, tanto es así que una antigua inscripción decía: «In
nihil ab nihilo quam cito recidimus», que significa:
« en la nada, de la nada, qué pronto recaemos». Si quitamos
a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo cae en el vacío y en la oscuridad. Y
esto encuentra cotejo también en las expresiones del nihilismo contemporáneo,
un nihilismo a menudo inconsciente que desgraciadamente contagia a tantos
jóvenes.
El Evangelio de hoy es una célebre parábola, que habla de
diez jóvenes invitadas a una fiesta de matrimonio, símbolo del Reino de los
cielos, de la vida eterna (Mt 25,1-13). Es una imagen feliz, con la que Jesús
enseña una verdad que nos cuestiona; de hecho, de aquellas diez jovenes: cinco
entran a la fiesta, porque, a la llegada del esposo, tienen el aceite para
encender sus lámparas; mientras las otras cinco se quedan afuera porque, por
necias, non han traído aceite. ¿Que cosa representa este «aceite»,
indispensable para ser admitidos al banquete nupcial? San Agustín (cfr
Discursos 93, 4) y otros antiguos autores leen un símbolo del amor, que no se
puede comprar, pero que se recibe como don, se conserva en el íntimo y se
practica en las obras. Verdadera sabiduría es aprovechar de la vida mortal para
cumplir obras de misericordia, porque, después de la muerte, ello no será
posible. Cuando seremos despertados para el juicio final, éste acontecerá sobre
la base del amor practicado en la vida terrenal (cfr Mt 25,31-46). Y este amor
es don de Cristo, infundido en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en
Dios-Amor lleva consigo una esperanza invencible, como una lámpara con la cual
atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida.
A María,
Sedes Sapientiae, pidamos enseñarnos la verdadera sabiduría, aquella que se ha
hecho carne en Jesús. Él es el Camino que conduce de esta vida a Dios, al
Eterno. Él ha hecho conocer el rostro del Padre, y así ha donado una esperanza
llena de amor. Por esto, a la Madre del Señor la Iglesia se dirige con estas
palabras: “Vita, dulcedo, et spes nostra”. Aprendamos de ella a vivir y morir
en la esperanza que no desilusiona. Traducción: Raúl Cabrera - RV
No hay comentarios.:
Publicar un comentario