autor: Ramiro Pellitero
Muchos
cristianos no saben qué es la misa. Piensan, quizá, que es cosa de los
sacerdotes, y viven ajenos a ella. Otros asisten a lo que tal vez miran como
una ceremonia de carácter más o menos social, donde, con ciertas oraciones y
gestos, se recuerda la figura de Jesucristo y se anima a la gente a preocuparse
por los demás.
Frente a
esas y otras visiones empobrecidas de la Eucaristía, Benedicto XVI la ha
explicado de modo sencillo y profundo, poniéndola en relación con la oración de
Jesús. A la oración del Señor, según los relatos de los Evangelios, le viene
dedicando el Papa varias Audiencias. Veamos por orden las enseñanzas de estos
días.
La oración
de Jesús durante su Bautismo
Tras los
largos años de Nazaret, la oración de Jesús durante su Bautismo (cf. Audiencia
general del 30-XI-2011) inaugura su ministerio público. En ella se muestra
plenamente dispuesto a cumplir la voluntad del Padre. Una oración que es
prolongación de tantas oraciones anteriores y preludio de las que luego
sostendrá, en esa “fuente secreta” que es su “oración filial perfecta”. La
oración de Jesús es, cada vez más intensamente, como el núcleo de donde brota
la energía de su vida, y el corazón de su misión. El Papa nos invitaba a
preguntarnos: ¿Cómo rezamos nosotros? ¿Qué tiempo dedicamos? ¿Cómo es nuestra
preparación y formación para la oración?
La oración
de “júbilo” del Señor
Más
adelante, Benedicto XVI se detuvo en la oración de “júbilo” de Jesús (cf.
Audiencia general, 7-XII-2011). El Señor abre su corazón en acción de gracias a
su Padre (cf Mt 11,25-30 y Lc 10, 21-22), alegrándose al comprobar cómo los
“pequeños” y los sencillos se hacen como niños, se abren al Espíritu Santo y
llegan a ser, como Jesús, mansos y humildes de corazón. Y acaba diciendo: “Todo
me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre,
como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar” (Lc 10, 22).
La oración
de Jesús en el contexto de las curaciones milagrosas
La semana
siguiente el Papa contempló la oración de Jesús en el contexto de las
curaciones milagrosas (cf. Audiencia general del 14-XII-2011). “Jesús se deja
implicar con gran participación humana en el sufrimiento de sus amigos, por
ejemplo Lázaro y su familia, o de los muchos pobres y enfermos que Él quiso
ayudar concretamente”. Subraya cómo la acción sanadora del Señor está siempre
en relación con su Padre (cf. Mc 7, 34; Jn 11, 4 y 41s): la relación humana de
compasión o de amistad con el hombre, entra en la comunión de Jesús con Dios
Padre, y se convierte así en curación.
Con ello,
Jesús quiere llevarnos, de un lado, a la confianza total en el Dios de la vida
y su plan de salvación; y al mismo tiempo, “la oración nos enseña a salir
constantemente a de nosotros mismos para ser capaces de acercarnos a los demás
–nuestros hermanos, hijos en el Hijo–, especialmente en los momentos de la
prueba, para llevarles consuelo, esperanza y luz”.
La oración
de Jesús durante la última Cena
Ya en 2012,
Benedicto XVI se ha referido a la oración del Señor durante la Última Cena (cf.
Audiencia general del 11-I-2012), que a veces se denomina “oración sacerdotal”.
Por su importancia para comprender el sentido de la misa, nos detendremos aquí.
El
trasfondo de esa oración es la despedida del Señor y la inminencia de su
pasión. Desde hacía tiempo venía explicándoselo a sus discípulos, para que
comprendieran sus consecuencias (por ejemplo Mc. 8, 31). En aquellos días se
aproximaba la Pascua judía, que celebraba el recuerdo de la liberación de
Egipto. Es en contexto, dice el Papa, donde se enmarca la última Cena de Jesús,
pero con una novedad especial: “Es su Cena, en la cual ofrece algo totalmente
nuevo: a Él mismo. Y de este modo, Jesús celebra su Pascua, anticipa su Cruz y
su Resurrección”. Es significativo que según San Juan, Jesús murió en la cruz a
la hora que en el templo de Jerusalén se inmolaban los corderos de la Pascua.
En la
última Cena del Señor destacan sus gestos (parte el pan y lo distribuye,
comparte el vino), junto con las palabras que los acompañan y el marco de la
oración. Todo ello constituye la institución de la Eucaristía. Y la Eucaristía,
según Benedicto XVI, debe considerarse como “la gran oración de Jesús y de la
Iglesia”.
Cuando el
Nuevo Testamento (en los Evangelios sinópticos y en la primera carta a los
Corintios) relata este acontecimiento, usa unos verbos determinados, que
expresan la acción de gracias y la alabanza. Así se refleja la oración judía,
que hacía el cabeza de familia (la berakha), acogiendo en casa a algunos
extranjeros, al principio de las grandes fiestas. En esa oración se reconocían
los dones recibidos de Dios (las cosechas y los frutos de la tierra), y se
entendía que Dios respondía enriqueciendo los mismos dones.
Todo ello
adquiere, en la última Cena de Jesús, una profundidad totalmente nueva. “Él da
una señal visible de acogida a la mesa en la cual Dios se da. Jesús en el pan y
en el vino se ofrece y se transmite a Sí mismo”.
Se pregunta
Benedicto XVI cómo pudo Jesús darse a sí mismo. Había dicho que él tenía poder
para dar su vida y recobrarla de nuevo, de acuerdo con el mandato de su Padre
(cf. Jn 10, 17s). Ahora “Él ofrece de antemano la vida que le será quitada, y
de este modo transforma su muerte violenta en un acto libre de donación de sí
para los demás y a los demás”.
Desde el
interior de su oración, en el diálogo con su Padre, brota la entrega a los
suyos: “Vemos claramente que la relación íntima y constante con el Padre es el
lugar donde Él realiza el gesto de dejar a los suyos, y a cada uno de nosotros,
el Sacramento del amor, el”Sacramentum Caritatis”. Así Jesús se convierte en el
verdadero Cordero que lleva a la plenitud el antiguo culto y nos invita a
participar de su entrega (cf. 1 Co 11. 24.25).
Al mismo
tiempo se preocupa por cada uno aquella noche (concretamente por Pedro: Lc 22,
31s; 22, 60s). “La oración de Jesús cuando se acerca la prueba también para sus
discípulos, los sostiene en su debilidad”. Y ahora, en nuestro caso, “La Eucaristía
es el alimento de los peregrinos que se convierte en fuerza también para el que
está cansado, agotado y desorientado”.
La misa:
participar de la oración de Jesús
Pues bien,
esto se renueva con la misa en la que participamos nosotros: “Participando de
la Eucaristía, vivimos de una manera extraordinaria la oración que Jesús ha
hecho y hace continuamente por cada uno, a fin de que el mal, que todos
enfrentamos en la vida, no logre vencer, y actúe así en nosotros el poder
transformador de la muerte y resurrección de Cristo”.
Por tanto,
al celebrar cada misa, en la Eucaristía, nos unimos a la oración de Jesús,
especialmente a la de aquella noche: “Desde el principio, la Iglesia ha
comprendido las palabras de la consagración como parte de la oración realizada
junto a Jesús; como una parte central de la alabanza llena de gratitud, a
través de la cual el fruto de la tierra y del trabajo del hombre, nos viene
nuevamente donados como cuerpo y sangre de Jesús, como auto donación de Dios
mismo en el amor acogedor del Hijo (cf. Jesús de Nazaret, II, p. 146.)”.
Concluyendo.
Los frutos de la misa de cada día, cuando la celebramos con la debida
preparación (lo que incluye si es necesario recibir el Sacramento de la
Penitencia), son el resultado de la entrega de Jesús, que se nos aplica
personalmente, para nuestra vida y nuestra misión como cristianos: luz y
fortaleza, fidelidad y renovación. Y esos frutos de la oración de Jesús se nos
aplican “para que nuestra vida no se pierda, a pesar de nuestra debilidad y de
nuestras infidelidades, sino que sea transformada”. Para que sea, de verdad,
como la suya, ofrenda al Padre y sacrificio de amor a Dios y al prójimo.
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