texto tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas
En la liturgia de la Palabra de este domingo continúa la
lectura del capítulo 6° del Evangelio de Juan. Estamos en la sinagoga de
Cafarnaún en donde Jesús tiene su conocido discurso luego de la multiplicación
de los panes. La gente había buscado de hacerlo rey, pero Jesús se había
retirado, antes sobre el monte y luego a Cafarnaún. No viéndolo, se había
puesto a buscarlo, había salido sobre los barcos para alcanzarlo al otro lado
de la orilla del lago y finalmente lo había encontrado. Pero Jesús sabía bien cual
era el motivo de tanto entusiasmo en seguirlo y lo dice claramente: “les
aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido
pan hasta saciarse” (v.26). Jesús quiere ayudar a la gente a ir más allá de la
satisfacción inmediata de las propias necesidades materiales, aún si son
importantes. Quiere abrir a un horizonte de la existencia que no es simplemente
aquel de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, de la carrera.
Jesús habla de una comida que no perece, que es importante buscar y acoger. Él
afirma: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece
hasta la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre” (v. 27).
La multitud, una vez más, no comprende, cree que Jesús pida
la observación de preceptos para poder obtener la continuación de aquel
milagro, y pregunta: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v.
28). La respuesta de Jesús es clara: “La obra de Dios es que ustedes crean en
aquel que él ha enviado” (v. 29) El centro de la existencia, aquello que da
sentido pleno y firme esperanza al camino, a menudo difícil, es la fe en Jesús,
es el encuentro con Cristo. No se trata de seguir una idea, un proyecto, sino
de encontrarlo como una Persona viva, de dejarse implicar totalmente por él y
por su Evangelio. Jesús invita a no detenerse en el horizonte humano y abrirse
al horizonte de Dios, al horizonte de la fe. Él exige una única obra: recibir
el plan de Dios, esto es “Creer en aquel que él ha enviado” (v.29). Moisés
había dado a Israel el maná, el pan del cielo, con el cual Dios mismo había
alimentado a su pueblo. Jesús no dona cualquier cosa, sino Sí mismo: es Él el
“pan verdadero, bajado del cielo”, y es en el encuentro con Él que nosotros
encontramos al Dios viviente.
“¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v.
28) pregunta la multitud, pronta para actuar, para que el milagro del pan
continúe. Pero Jesús, verdadero pan de vida que sacia nuestra hambre de
sentido, de verdad, no se puede “ganar” con el trabajo humano; viene a nosotros
solamente como don del amor de Dios, como obra de Dios que debemos pedir y
recibir”.
Queridos amigos, en los días cargados de ocupaciones y de
problemas, pero también en aquellos de descanso y de distensión, el Señor nos
invita a no olvidarnos que si bien es necesario preocuparse por el pan material
y restaurar las fuerzas, aún más fundamental es el hacer crecer la relación con
Él, reforzar nuestra fe en Aquel que es el “pan de vida”, que colma nuestro
deseo de verdad y de amor. La Virgen María, en el día en el cual se celebra la
dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, nos sostenga en nuestro
camino de fe. (Traducción del italiano-Claudia Alberto)
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