Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (Mc 10,17-30) lleva como tema
principal el de la riqueza. Jesús enseña que para un rico es muy difícil entrar
en el Reino de Dios, pero no es imposible; en efecto, Dios puede conquistar el
corazón de una persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y
a compartir con quien tiene necesidad, con los pobres, es decir, a entrar en la
lógica del don. En este modo se coloca sobre el camino de Jesucristo, el cual
–como escribe el apóstol Pablo- «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin
de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).
Como muchas veces sucede en los Evangelios, todo inicia de
un encuentro: el de Jesús con un hombre que «poseía muchos bienes» (Mc 10,22).
Él era una persona que desde su juventud observaba con fidelidad todos los
mandamientos de la Ley de Dios, pero que no había encontrado la verdadera
felicidad; y por esto le pregunta a Jesús sobre cómo hacer para «para heredar
la Vida eterna» (v. 17). Por una parte él se siente atraído, como todos, por la
plenitud de la vida; por la otra, estando acostumbrado a contar sobre sus
propias riquezas, piensa que también la vida eterna se pueda de alguna manera
«adquirir», tal vez observando algún mandamiento especial. Jesús comprende el
deseo profundo que hay en aquella persona, y –señala el evangelista- posa su
mirada llena de amor sobre de él: la mirada de Dios (cfr v. 21). Pero Jesús,
también comprende cual es el punto débil de aquel hombre: y es el de su apego a
sus muchos bienes; y por ello le propone de darlo todo a los pobres, de modo
que así, su tesoro –y por lo tanto su corazón- ya no esté más sobre la tierra,
sino en el cielo, y añade, «ven y sígueme» (v. 22). Aquel tal, sin embargo, en
vez de acoger con gozo la invitación de Jesús, se fue apenado (cfr v.23),
porque no es capaz de despegarse de sus riquezas, que nunca podrán darle la
felicidad y la vida eterna.
Es a este punto que Jesús da a sus discípulos –y también a
nosotros hoy- su enseñanza: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el
Reino de Dios!» (v. 23). Ante estas palabras, los discípulos permanecieron
desconcertados; y todavía más aún después de que Jesús hubo añadido: «Es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el
Reino de Dios». Pero, viéndolos atónitos les dijo: «Para los hombres es
imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible» (cfr vv. 24-27).
Así comenta San Clemente de Alejandría: «Que esta parábola enseñe a los ricos
que no deben descuidar su salvación como si ya fuesen sido condenados, ni deben
arrojar al mar la riqueza ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida, sino
que deben aprender en algún modo a usar la riqueza y procurarse la vida»
(¿Quién será el rico que se salvará? Tratado, 27, 1-2). La historia de la
Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas, que han usado los propios
bienes en modo evangélico, alcanzando también ellos la santidad. Pensemos en
san Francisco, en santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo. Que la Virgen
María, Sede de la Sabiduría, nos ayude para acoger con gozo la invitación de
Jesús, para entrar en la plenitud de la vida.
Traducción de Patricia L. Jáuregui Romero
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