Palabras
del Santo Padre en español:
Queridos
hermanos y hermanas:
Deseo
reflexionar sobre el valor salvífico de la Resurrección de Jesús, en la que se
funda nuestra fe y por la que hemos sido liberados del pecado y hechos hijos de
Dios, generados a una vida nueva. Éste es el don más grande que recibimos del
Misterio Pascual de Cristo. Dios nos trata como hijos, nos comprende, nos
perdona, nos abraza y nos ama aun cuando nos equivocamos. Esta relación filial
con el Señor debe crecer, ser alimentada cada día con la escucha de su Palabra,
la oración, la participación en los Sacramentos y la práctica de la caridad.
Comportémonos como hijos de Dios, sin desanimarnos por nuestras caídas,
sintiéndonos amados por Él, sabiendo que Él es nuestra fuerza. Ser cristianos
no se reduce sólo a cumplir los mandamientos, es ser de Cristo, pensar, actuar,
amar como Él, dejando que tome posesión de nuestra existencia para que la
cambie, la trasforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado. A quien
nos pida razón de nuestra esperanza, mostrémosle a Cristo Resucitado y
hagámoslo con el anuncio de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de
resucitados.
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, provenientes de España,
Argentina, México y los demás países hispanoamericanos. En particular, al grupo
de las diócesis de Galicia, con sus Obispos, así como a los sacerdotes del
curso de actualización del Pontificio Colegio Español, y al grupo del Club
Atlético San Lorenzo de Almagro, de Buenos Aires. Invito a todos a dar
testimonio del gozo de ser hijos de Dios, de la libertad que da el vivir en
Cristo, que es la verdadera libertad. Muchas gracias.
Traducción
del texto completo de la catequesis del Papa en italiano
El tercer
día resucitó:
sentido
salvífico y alcance de la Resurrección
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
En la
pasada Catequesis nos hemos centrado en el acontecimiento de la Resurrección de
Jesús, en el que las mujeres han jugado un papel especial. Hoy me gustaría
reflexionar sobre su significado para la salvación. ¿Qué significa para nuestra
vida la Resurrección? ¿Y por qué sin ella nuestra fe es en vano? Nuestra fe se
basa en la Muerte y Resurrección de Cristo, al igual que una casa está
construida sobre sus cimientos: si éstos ceden, toda casa se derrumba. En la cruz,
Jesús se ofreció a sí mismo al tomar sobre sí nuestros pecados y descender al
abismo de la muerte, y en la Resurrección los vence, los elimina y nos abre el
camino para renacer a una nueva vida. San Pedro lo expresa sintéticamente al
comienzo de su Primera Carta, como hemos escuchado: " Bendito sea Dios, el
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo
renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una
herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera"(1:3-4).
El Apóstol
nos dice que con la Resurrección de Jesús algo absolutamente nuevo sucede:
somos liberados de la esclavitud del pecado y nos convertimos en hijos de Dios,
es decir somos engendrados a una nueva vida. ¿Cuándo sucede esto para nosotros?
En el Sacramento del Bautismo. En la antigüedad, se recibía normalmente por
inmersión. El que iba a ser bautizado descendía en la gran bañera del
Baptisterio, dejando su ropa, y el Obispo o el Presbítero le vertía agua tres
veces sobre la cabeza, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. A continuación, el bautizado salía de la bañera y se vestía la
nueva ropa, la blanca: es decir, había nacido a una nueva vida, sumergiéndose
en la Muerte y la Resurrección de Cristo. Se había convertido en hijo de Dios.
Esto quiere decir que cada día debemos permitir que Cristo nos transforme y nos
haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de
seguirlo, incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades. La
tentación de dejar a Dios apartado para ponernos nosotros mismos en el centro
siempre está a las puertas y la experiencia del pecado daña nuestra vida
cristiana, nuestro ser hijos de Dios. Por eso debemos tener la valentía de la
fe, no dejamos llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no sirve, no
es importante para ti". Es todo lo contrario: sólo comportándonos como
hijos de Dios, sin desanimarnos por las caídas, sintiéndose amado por Él,
nuestra vida será nueva, animada por la serenidad y la alegría. ¡Dios es nuestra
fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza! San Pablo en su Carta a los Romanos
escribe: ustedes “han recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
llamar a Dios" “¡Abba! Padre "(Rom. 8:15). Es el precisamente el
espíritu que que hemos recibido en el Bautismo, que nos enseña, nos lleva a
decir a Dios: "Padre." O, más bien, Abba, Papá. Por lo tanto, nuestro
Dios es un papá para nosotros. El Espíritu Santo realiza en nosotros esta nueva
condición de hijos de Dios. Y este es el mejor don que recibimos del Misterio
pascual de Jesús. Y Dios nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos
abraza, nos ama aún cuando cometemos errores. En el Antiguo Testamento, el
profeta Isaías afirma que aunque una madre pueda olvidarse del hijo, Dios nunca
nos olvida, en ningún momento (cf. 49:15). Y eso es hermoso, es muy hermoso!
Sin
embargo, esta relación filial con Dios no es como un tesoro que conservamos en
un rincón de nuestra vida, sino que tiene que crecer, hay que alimentar todos
los días con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, con la participación
en los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía y la caridad.
¡Podemos vivir como hijos! ¡Podemos vivir como hijos! Y esta es nuestra
dignidad. ¡Comportarnos como verdaderos hijos!
Esto quiere
decir que cada día debemos permitir que Cristo nos transforme y nos haga
semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirlo,
incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades. La tentación de
dejar a Dios apartado para ponernos nosotros mismos en el centro siempre está a
las puertas y la experiencia del pecado daña nuestra vida cristiana, nuestro
ser hijos de Dios. Por eso debemos tener la valentía de la fe, no dejamos
llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no sirve, no es importante
para ti, o cosas por el estilo". Es todo lo contrario: sólo comportándonos
como hijos de Dios, sin desanimarnos por las caídas, por nuestros pecados,
sintiéndonos amados por Él, nuestra vida será nueva, animada por la serenidad y
la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!
Queridos
hermanos y hermanas, tenemos que ser nosotros mismos los primeros en tener
firme esta esperanza y debemos ser un signo visible, claro y brillante para
todos. El Señor Resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda (cf.
Rm 5,5). La esperanza del Señor no defrauda ¡Cuántas veces en nuestra vida se
desvanecen las esperanzas, cuántas veces las expectativas que llevamos en el
corazón no se realizan! La esperanza de nosotros los cristianos es fuertes,
segura, sólida en esta tierra, donde Dios nos ha llamado a caminar, y está
abierta a la eternidad, porque se funda sobre Dios, que es siempre fiel. No
debemos olvidar esto: Dios es siempre fiel, Dios es siempre fiel con nosotros.
El haber resucitado con Cristo mediante el Bautismo, con el don de la fe, para
una heredad que no se corrompe nos lleve a buscar aún más las cosas de Dios, a
pensar más en Él, a rezarle más. Ser cristianos no se reduce a seguir algunas
órdenes, sino que quiere decir estar en Cristo, pensar como Él, actuar como Él,
amar como Él. Es dejar que Él tome posesión de nuestra vida y la cambie, la
transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado».
Queridos
hermanos y hermanas, a quien nos pida dar cuenta de la esperanza que hay en
nosotros (cf. 1 P 3,15), indiquemos a Cristo Resucitado. Indiquémosle con el
anuncio de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados.
Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nos da el vivir en
Cristo, que es la verdadera libertad, la de la esclavitud del mal, del pecado y
de la muerte! Fijémonos en la Patria celestial, tendremos una nueva luz y
fuerza también en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos cotidianos. Es un
valioso servicio que debemos dar a nuestro mundo, que a menudo ya no es capaz
de levantar la mirada hacia arriba, no es capaz de levantar la mirada hacia
Dios. Gracias.
(Traducción
de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)
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