Queridos hermanos y hermanas:
En este
primer domingo de Cuaresma, encontramos a Jesús que, después de haber recibido
el bautismo en el río Jordán de Juan el Bautista (Cfr. Mc 1, 9), padece la
tentación en el desierto (Cfr. Mc 1, 12-13). La narración de san Marcos es
concisa, carente de los detalles que leemos en los otos dos Evangelios de Mateo
y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos significados. Puede
indicar el estado de abandono y de soledad, el “lugar” de la debilidad del
hombre donde no hay apoyos y seguridades, donde la tentación se hace más
fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y de reparo, como lo fue
para el pueblo de Israel liberado de la esclavitud egipcia, donde se puede
experimentar de modo particular la presencia de Dios. Jesús “en el desierto
permaneció cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Mc 1, 13). San León
Magno comenta que “el Señor ha querido padecer el ataque del tentador para
defendernos con su ayuda y para instruirnos con su ejemplo” (Tractatus XXXIX, 3
De ieiunio quadragesimae: CCL 138/A, Turnholti 1973, 214-215).