Texto completo de las palabras de Benedicto XVI:
Texto completo de las palabras de Benedicto XVI: (tomado de RADIO VATICANO)
«Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam
meam»
Venerados Hermanos,
Queridos hermanos y hermanas
Estas palabras del canto de entrada nos introducen en el
solemne y sugestivo rito del Consistorio ordinario público para la creación de
nuevos cardenales, la imposición de la birreta, la entrega del anillo y la
asignación del título. Son las palabras eficaces con las que Jesús constituyó a
Pedro como fundamento firme de la Iglesia. La fe es el elemento característico
de ese fundamento: en efecto, Simón pasa a convertirse en Pedro —roca— al
profesar su fe en Jesús, Mesías e Hijo de Dios. En el anuncio de Cristo, la
Iglesia aparece unida a Pedro, y Pedro es puesto en la Iglesia como roca; pero
el que edifica la Iglesia es el mismo Cristo, Pedro es un elemento particular
de la construcción. Ha de serlo mediante la fidelidad a la confesión que hizo
en Cesarea de Filipo, en virtud de la afirmación: «Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo».
Las palabras que Jesús dirige a Pedro ponen de relieve
claramente el carácter eclesial del acontecimiento de hoy. Los nuevos
cardenales, en efecto, mediante la asignación del título de una iglesia de esta
Ciudad o de una diócesis suburbicaria, son insertados con todo derecho en la
Iglesia de Roma, guiada por el Sucesor de Pedro, para cooperar estrechamente
con él en el gobierno de la Iglesia universal. Estos queridos hermanos, que
dentro de poco entrarán a formar parte del Colegio cardenalicio, se unirán con
un nuevo y más fuerte vínculo no sólo al Romano Pontífice, sino también a toda
la comunidad de fieles extendida por todo el mundo. En el cumplimiento de su
peculiar servicio de ayuda al ministerio petrino, los nuevos purpurados estarán
llamados a considerar y valorar los acontecimientos, los problemas y criterios
pastorales que atañen a la misión de toda la Iglesia. En esta delicada tarea,
les servirá de ejemplo y ayuda, el testimonio de fe que el Príncipe de los
Apóstoles dio con su vida y su muerte y que, por amor de Cristo, se dio por
entero hasta el sacrificio extremo.
La imposición de la birreta roja ha de ser entendida también
con este mismo significado. A los nuevos cardenales se les confía el servicio
del amor: amor por Dios, amor por su Iglesia, amor por los hermanos con una
entrega absoluta e incondicionada, hasta derramar su sangre si fuera preciso,
como reza la fórmula de la imposición de la birreta e indica el color rojo de
las vestiduras. Además, se les pide que sirvan a la Iglesia con amor y vigor,
con la transparencia y sabiduría de los maestros, con la energía y fortaleza de
los pastores, con la fidelidad y el valor de los mártires. Se trata de ser
servidores eminentes de la Iglesia que tiene en Pedro el fundamento visible de
la unidad.
En el pasaje evangélico que antes se ha proclamado, Jesús se
presenta como siervo, ofreciéndose como modelo a imitar y seguir. Del trasfondo
del tercer anuncio de la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre, se
aparta con llamativo contraste la escena de los dos hijos de Zebedeo, Santiago
y Juan, que persiguen todavía sueños de gloria junto a Jesús. Le pidieron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc
10,37). La respuesta de Jesús fue fulminante, y su interpelación inesperada:
«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
(v. 38). La alusión es muy clara: el cáliz es el de la pasión, que Jesús acepta
para cumplir la voluntad del Padre. El servicio a Dios y a los hermanos, el don
de sí: esta es la lógica que la fe auténtica imprime y desarrolla en nuestra
vida cotidiana y que no es en cambio el estilo mundano del poder y la gloria.
Con su petición, Santiago y Juan ponen de manifiesto que no
comprenden la lógica de vida de la que Jesús da testimonio, la lógica que,
según el Maestro, ha de caracterizar al discípulo, en su espíritu y en sus
acciones. La lógica errónea no se encuentra sólo en los dos hijos de Zebedeo ya
que, según el evangelista, contagia también «a los otros diez» apóstoles que
«se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41). Se indignaron porque no es
fácil entrar en la lógica del Evangelio y abandonar la del poder y la gloria.
San Juan Crisóstomo dice que todos los apóstoles eran todavía imperfectos,
tanto los dos que quieren ponerse por encima de los diez, como los otros que
tienen envidia de ellos (cf. Comentario a Mateo, 65, 4: PG 58, 622). San Cirilo
de Alejandría, comentando los textos paralelos del Evangelio de san Lucas,
añade: «Los discípulos habían caído en la debilidad humana y estaban
discutiendo entre sí sobre quién era el jefe y superior a los demás… Esto
sucedió y ha sido narrado para nuestro provecho… Lo que les pasó a los santos
apóstoles se puede revelar para nosotros un incentivo para la humildad»
(Comentario a Lucas, 12,5,15: PG 72,912). Este episodio ofrece a Jesús la
ocasión de dirigirse a todos los discípulos y «llamarlos hacia sí», casi para
estrecharlos consigo, para formar como un cuerpo único e indivisible con él y
señalar cuál es el camino para llegar a la gloria verdadera, la de Dios:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y
que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser
grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero,
sea esclavo de todos» (Mc 10,42-44).
Dominio y servicio, egoísmo y altruismo, posesión y don,
interés y gratuidad: estas lógicas profundamente contrarias se enfrentan en
todo tiempo y lugar. No hay ninguna duda sobre el camino escogido por Jesús: Él
no se limita a señalarlo con palabras a los discípulos de entonces y de hoy,
sino que lo vive en su misma carne. En efecto, explica: «Porque el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por
la multitud» (v.45). Estas palabras iluminan con singular intensidad el
Consistorio público de hoy. Resuenan en lo más profundo del alma y representan
una invitación y un llamamiento, un encargo y un impulso especialmente para
vosotros, queridos y venerados Hermanos que estáis a punto de ser incorporados
al Colegio cardenalicio.
Según la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que
recibe el poder y el dominio de parte de Dios (cf. Dn 7,13s). Jesús interpreta
su misión en la tierra sobreponiendo a la figura del Hijo del hombre la del
Siervo sufriente, descrito por Isaías (cf. Is 53,1-12). Él recibe el poder y la
gloria sólo en cuanto «siervo»; pero es siervo en cuanto que acoge en sí el destino
de dolor y pecado de toda la humanidad. Su servicio se cumple en la fidelidad
total y en la responsabilidad plena por los hombres. Por eso la aceptación
libre de su muerte violenta es el precio de la liberación para muchos, es el
inicio y el fundamento de la redención de cada hombre y de todo el género
humano.
Queridos Hermanos que vais a ser incluidos en el Colegio
cardenalicio. Que el don total de sí ofrecido por Cristo sobre la cruz sea para
vosotros principio, estímulo y fuerza, gracias a una fe que actúa en la
caridad. Que vuestra misión en la Iglesia y en el mundo sea siempre y sólo «en
Cristo», que responda a su lógica y no a la del mundo, que esté iluminada por
la fe y animada por la caridad que llegan hasta nosotros por la Cruz gloriosa del
Señor. En el anillo que en unos instantes os entregaré, están representados los
santos Pedro y Pablo, con una estrella en el centro que evoca a la Virgen.
Llevando este anillo, estáis llamados cada día a recordar el testimonio de
Cristo hasta la muerte que los dos Apóstoles han dado con su martirio aquí en
Roma, fecundando con su sangre la Iglesia. Al mismo tiempo, el reclamo a la
Virgen María será siempre para vosotros una invitación a seguir a aquella que
fue firme en la fe y humilde sierva del Señor.
Al concluir esta breve reflexión, quisiera dirigir un
cordial saludo, junto con mi gratitud, a todos los presentes, en particular a
las Delegaciones oficiales de diversos países y a las representaciones de
numerosas diócesis. Los nuevos cardenales están llamados en su servicio a
permanecer siempre fieles a Cristo, dejándose guiar únicamente por su
Evangelio. Queridos hermanos y hermanas, rezad para que en ellos se refleje de
modo vivo nuestro único Pastor y Maestro, el Señor Jesús, fuente de toda
sabiduría, que indica a todos el camino. Y pedid también por mí, para que pueda
ofrecer siempre al Pueblo de Dios el testimonio de la doctrina segura y regir
con humilde firmeza el timón de la santa Iglesia.
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