Queridos hermanos y hermanas:
En este
primer domingo de Cuaresma, encontramos a Jesús que, después de haber recibido
el bautismo en el río Jordán de Juan el Bautista (Cfr. Mc 1, 9), padece la
tentación en el desierto (Cfr. Mc 1, 12-13). La narración de san Marcos es
concisa, carente de los detalles que leemos en los otos dos Evangelios de Mateo
y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos significados. Puede
indicar el estado de abandono y de soledad, el “lugar” de la debilidad del
hombre donde no hay apoyos y seguridades, donde la tentación se hace más
fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y de reparo, como lo fue
para el pueblo de Israel liberado de la esclavitud egipcia, donde se puede
experimentar de modo particular la presencia de Dios. Jesús “en el desierto
permaneció cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Mc 1, 13). San León
Magno comenta que “el Señor ha querido padecer el ataque del tentador para
defendernos con su ayuda y para instruirnos con su ejemplo” (Tractatus XXXIX, 3
De ieiunio quadragesimae: CCL 138/A, Turnholti 1973, 214-215).
¿Qué puede
enseñarnos este episodio? Como leemos en el Libro de la Imitación de Cristo,
“el hombre jamás está totalmente exento de la tentación mientras vive… pero con
la paciencia y con la verdadera humildad llegaremos a ser fuertes contra todo
enemigo” (Liber I, c. XIII, Ciudad del Vaticano 1982, 37), la paciencia y la
humildad de seguir cada día al Señor, aprendiendo a construir nuestra vida no
fuera de Él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente de
la verdadera vida. La tentación de quitar a Dios, de poner orden por nosotros
mismos y contando en el mundo sólo sobre nuestras propias capacidades, está
siempre presente en la historia del hombre.
Jesús
proclama que “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,
15), anuncia que en Él sucede algo nuevo: Dios se dirige al hombre de modo
inesperado, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y
entra en el mundo del hombre para tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal
y reconducir al hombre al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado por
la petición de corresponder a un don tan grande. En efecto, Jesús añade:
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15); es la invitación a tener fe en
Dios y a convertir cada día nuestra vida a su voluntad, orientando al bien
todos nuestros pensamientos y acciones. El tiempo de la Cuaresma es el momento
propicio para renovar y hacer más fuerte nuestra relación con Dios, a través de
la oración cotidiana, los gestos de penitencia y las obras de caridad fraterna.
Supliquemos
con fervor a María Santísima para que acompañe nuestro camino cuaresmal con su
protección y nos ayude a imprimir en nuestro corazón y en nuestra vida las
palabras de Jesucristo, para convertirnos a Él. Además, encomiendo a vuestra
oración la semana de Ejercicios espirituales que esta tarde comenzaré con mis
colaboradores de la Curia Romana. (Traducción de María Fernanda Bernasconi –
RV).
saludo en español:
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua
española, en particular a los fieles de la Hermandad de La Virgen de la
Victoria, de Huelva. En el Evangelio de este primer domingo de Cuaresma, Jesús
es conducido por el Espíritu al desierto “para ser tentado por el diablo”. Él
supera la tentación y proclama con vigor el preludio de la gran sinfonía de la
redención, invitando a la conversión y la fe. Al comenzar este santo tiempo,
animo a todos a que, guiados por la fuerza de Dios, intensifiquen la oración,
la penitencia y la práctica de la caridad, para así llegar victoriosos y
purificados a las celebraciones pascuales. Confiemos a la Virgen María
estas intenciones. Muchas gracias.
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