Texto completo de la catequesis del Papa: tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas,
después de las grandes fiestas, reanudamos las catequesis
sobre la oración. En la audiencia antes de Semana Santa nos centramos en la
figura de la Beata Virgen María, presente entre los Apóstoles en oración,
cuando esperaban la venida del Espíritu Santo. Una atmósfera de oración
acompaña los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio
aislado, ya que la presencia y la acción del Espíritu Santo guían y animan de
manera constante el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los Apóstoles,
de hecho, San Lucas, además de contar la gran efusión que tuvo lugar en el
Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2,1-13), informa de otras
irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que vuelven en la historia de
la Iglesia. Hoy quiero centrarme en lo que se ha llamado el "pequeño
Pentecostés", que tuvo lugar en la culminación de una etapa difícil en la
vida de la Iglesia naciente.
Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que, después de la
curación de un paralítico a la entrada del Templo de Jerusalén (cf. Hch
3,1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (Hechos 4,1) porque anunciaban la
resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3,11-26). Tras un juicio
sumario, fueron puestos en libertad. Regresaron con sus hermanos y les contaron
cuanto habían sufrido debido al testimonio de Jesús resucitado. En ese paso
dice San Lucas que "todos unánimemente elevaron su voz a Dios"
(Hechos 4.24). Aquí San Lucas registra la mayor oración de la Iglesia que
encontramos en el Nuevo Testamento, al final de la cual como hemos escuchado
" tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del
Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios " (Hch 4 ,
31).
Antes de considerar esta hermosa oración, se observa una
actitud subyacente importante: ante el peligro, la dificultad, la amenaza, la
primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo
reaccionar, encontrar estrategias de cómo defenderse a sí mismos, o qué medidas
tomar, sino que ante la prueba empiezan a rezar, se ponen en contacto con Dios.
¿Qué característica tiene esta oración? Se trata de una
oración unánime y que coincide con toda la comunidad, que se enfrenta a una
situación de persecución por causa de Jesús. En el original griego San Lucas
utiliza el vocablo “homothumadon” " todos juntos " “de acuerdo
"- un término que aparece en otras partes de los Hechos de los Apóstoles,
para enfatizar esta oración perseverante y unida (cf. Hch 1,14, 2,46). Esta
concordia es el elemento fundamental de la primera comunidad y debería ser
siempre fundamental para la Iglesia. No sólo es la oración de Pedro y Juan, que
se encontraban en peligro, sino de toda la comunidad, porque lo que viven los
dos Apóstoles, no se refiere y afecta solo a ellos, sino a toda la Iglesia. Frente
a las persecuciones sufridas por causa de Jesús, la comunidad no sólo no tiene
miedo y no se divide, sino que está profundamente unida en la oración, como una
sola persona, para invocar al Señor. Esto, creo, es el primer prodigio que se
produce cuando los creyentes son desafiados a causa de su fe: la unidad se
refuerza, en lugar de verse comprometida, ya que está sostenida por una oración
inquebrantable. La Iglesia no debe temer las persecuciones que en su historia
se ve obligada a soportar, sino que debe confiar siempre, como Jesús en
Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y el poder de Dios, invocado en la
oración.
Demos un paso más: ¿Qué es lo que pide la comunidad
cristiana a Dios en este momento de prueba? No pide la seguridad por vida
frente a la persecución, ni que el Señor castigue a los que han encarcelado a
Pedro y a Juan; piden solamente que se les conceda "proclamar con toda
libertad" la Palabra de Dios (cf. Hch 4:29). Pide no perder la valentía de
la fe, el coraje de anunciar la fe. Pero antes trata de comprender en
profundidad lo que ha sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de
la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra de Dios, que nos permite
descifrar la realidad del mundo.
En la oración que se eleva al Señor, la comunidad, ante
todo, recuerda e invoca la grandeza y la inmensidad de Dios: "Señor, tú
que creaste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos"
(Hechos 4 24). En la Invocación al Creador, sabemos que todo viene de Él, que
todo está en sus manos, este es el conocimiento que nos da confianza y el
coraje de que todo viene de Él, de que todo está en sus manos. A continuación,
pasa a reconocer cómo Dios ha actuado en la historia. Comienza con la creación
y continúa en la historia. Cómo ha estado cerca de su pueblo, mostrándose un
Dios interesado en el hombre, que no se retira, que no abandona al hombre, y
aquí se menciona explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual viene leída la
situación de dificultad que está viviendo en aquel momento la Iglesia.
El Salmo 2 celebra la entronización del rey de Judea, pero
se refiere proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán
hacer la rebelión, la persecución, ni las injusticias de los hombres: «¿Por qué
se amotinan las naciones y los pueblos hacen vanos proyectos? Los reyes de la
tierra se rebelaron y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su
Ungido». (Hch 4,25) Es lo que nos dice proféticamente el Salmo sobre el Mesías.
Y en toda la historia vemos esta característica rebelión de los poderosos
contra el poder de Dios. Justo leyendo la Sagrada Escritura, que es Palabra de
Dios, la comunidad puede decirle a Dios en su oración: «realmente se aliaron en
esta ciudad..., contra tu santo servidor Jesús, a quien tú has ungido. Así
ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu sabiduría habían determinado de
antemano». (Hch 4,27).
Lo que ha sucedido se lee a la luz de Cristo, que es la
clave para comprender también la persecución, la cruz que es siempre la clave
para la Resurrección. La oposición contra Jesús, su Pasión y Muerte, se releen
a través del Salmo 2, como actuación del proyecto de Dios Padre por la
salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la experiencia
de persecución, que la primera comunidad cristiana está viviendo; primera
comunidad que no es una simple asociación, sino una comunidad que vive en
Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del diseño de Dios. Como le
sucedió a Jesús, también sus discípulos encuentran oposición, incomprensión,
persecución. En la oración, la meditación sobre la Sagrada Escritura a la luz
del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente dentro de la historia
de salvación que Dios actúa en el mundo, siempre a su modo.
Precisamente por este motivo, la solicitud que la primera
comunidad cristiana de Jerusalén dirige a Dios en la oración no es la de ser
defendida, ni de que se le ahorre la prueba, o la de lograr éxito, sino
solamente la de poder proclamar con «parresia» es decir con franqueza, con
libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cfr Hch 4,29).
El ruego añade luego el que este anuncio esté acompañado por
la mano de Dios, para que se realicen curaciones, signos y prodigios (cfr Hch
4,30), para que sea visible la bondad de Dios, es decir, una fuerza que
trasforme la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres
y traiga la novedad radical del Evangelio.
Cuando terminaron de orar - anota san Lucas - «tembló el
lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y
anunciaban decididamente la Palabra de Dios». (Hch 4,31). Tembló el lugar, es
decir que la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo
Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración de la Iglesia, irrumpe
en la casa e inunda el corazón de todos aquellos que han invocado al Señor.
Éste es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva a Dios:
la efusión del Espíritu, don del Resucitado que sostiene y guía el anuncio
libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos del Señor
a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines del mundo.
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos
saber presentar los acontecimientos de nuestra vida cotidiana en nuestra
oración, para buscar su significado profundo. Y así como la primera comunidad
cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a
través de la meditación sobre la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que
Dios está presente en nuestra vida, presente aun en los momentos difíciles, y
que todo – también las cosas incomprensibles – forma parte de un diseño de amor
superior, en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre la
muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.
Así como a la primera comunidad cristiana, la oración nos
ayuda a leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más justa y
fiel, la de Dios. Y también nosotros queremos renovar el pedido del don del
Espíritu Santo, que caliente el corazón e ilumine la mente, para reconocer cómo
el Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según
nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de Jesucristo, seremos capaces de vivir
con serenidad, valentía y alegría en cada situación de la vida y, con san Pablo
gloriarnos «de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación
produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la
esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado»
(Rm 5,3-5). Gracias.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak –
RV)
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