Texto completo de la Catequesis del Papa: tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas,
En la pasada catequesis he mostrado que la Iglesia, desde el comienzo de su camino, se ha encontrado frente a situaciones inesperadas que ha debido afrontar, nuevas cuestiones y situaciones de emergencia a las que ha tratado de responder a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Hoy quisiera detenerme a reflexionar sobre otra de estas situaciones, sobre un problema grave que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que enfrentar y resolver, como San Lucas nos dice en el sexto capítulo de los Hechos de los Apóstoles, es decir, sobre la pastoral de la caridad hacia las personas solas y en necesidad de asistencia y ayuda. La cuestión no era secundaria y podía crear en aquel momento divisiones dentro de la Iglesia; el número de discípulos, de hecho, iba en aumento, pero los de la lengua griega comenzaron a murmurar contra aquellos de lengua hebrea, porque se desatendían a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos.Ante esta urgencia, que afectaba un aspecto fundamental en la vida de la comunidad, es decir, la caridad para con los débiles, los pobres, los indefensos, y la justicia, los Apóstoles convocaron a todo el grupo de discípulos. En este momento de emergencia pastoral destaca el discernimiento realizado por los Apóstoles. Ellos se encuentran frente a la necesidad primordial de proclamar la Palabra de Dios, según el mandato del Señor, y aunque si ésta es la exigencia primera de la Iglesia, consideran con la misma seriedad el deber de la caridad y la justicia, es decir, el deber de asistir a las viudas, a los pobres, de proveer con amor a las situaciones de necesidad en las que se encuentran los hermanos y hermanas, para responder al mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (cf. Jn 15,12.17). Así pues, las dos realidades que tienen que vivir en la Iglesia -la predicación de la Palabra, el primado de Dios y la caridad práctica, la justicia-, están creando dificultades y se debe encontrar una solución, para que ambas puedan tener su lugar, su relación necesaria .
La reflexión de los Apóstoles es muy clara. Dicen, como hemos escuchado que "no es justo que dejemos de lado la Palabra de Dios para servir a las mesas. Así que, hermanos, buscad entre vosotros a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría, a los cuales confiaremos esta tarea. De esa manera, nosotros podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra." (Hch 6,2-4).
Hay dos cosas que cabría destacar: por un lado, que desde este momento existe, en la Iglesia, un ministerio de la caridad. La Iglesia no sólo debe proclamar la Palabra, sino también realizar la palabra que es caridad y verdad. Y en segundo lugar: estos hombres no sólo deben gozar de buena reputación, sino que tienen que ser hombres llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Es decir, no pueden ser sólo organizadores competentes, sino que deben hacerlo en el espíritu de la fe, con la luz de Dios, en la sabiduría del corazón y por lo tanto su función, aunque eminentemente práctica, sin embargo, es una función espiritual. La caritas y la justicia no son sólo acciones sociales, sino acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo.
Así pues, podemos decir que esta situación viene afrontada con gran responsabilidad por parte de los Apóstoles, que toman esta decisión: se elige a siete varones, los apóstoles rezan para pedir la fuerza del Espíritu Santo y luego les imponen sus propias manos para que se dediquen especialmente a la diaconía de la caridad. Por lo tanto, en la vida de la Iglesia, en los primeros pasos que cumple, se refleja, en cierto modo, lo que sucedió durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María de Betania. Marta se preocupa de ofrecer servicio y hospitalidad a Jesús y a sus discípulos; María, en cambio, se dedica a la escucha de la Palabra del Señor (cf. Lc 10,38-42). En ambos casos, no se contraponen los momentos de oración y escucha de Dios con las actividades cotidianas y el ejercicio de la caridad.
La llamada de Jesús: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada.". (Lc 10, 41-42) así como la reflexión de los Apóstoles: "... De esa manera, nosotros podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra” (Hch 6,4), muestran la prioridad que debemos dar a Dios. No quisiera ahora entrar en la interpretación de este pasaje de Marta-María; de todas maneras, no debe ser condenada la actividad cuando se dirige al prójimo, al otro, pero va subrayado que ésta debe estar penetrada interiormente por el Espíritu de la contemplación. Por otro lado, San Agustín dice que esta realidad de María es una visión de nuestra situación en el cielo, aquí en la tierra nunca la podremos tener del todo, pero un poco de anticipación debe estar presente, en toda nuestra actividad debe estar presente también la contemplación de Dios. No debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre también dejarnos penetrar, en nuestras actividades, por la luz de la Palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero servicio a los demás que no tiene necesidad de muchas cosas: necesita, sin duda, de las cosas primordiales, pero, sobre todo, también necesita del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios.
San Ambrosio, comentando el episodio de Marta y María, exhorta así a sus fieles y también a nosotros: "Tratemos de quedarnos, también nosotros, con lo que no se nos puede quitar, prestando a la palabra del Señor una diligente atención, no distraída: puede suceder que, si se plantan a lo largo del camino, también las semillas de la palabra celeste se las lleve el viento. Que también a ti, como a María, te impulse el deseo de saber: ésta la obra más grande y perfecta". Y añade: “que tampoco el cuidado del ministerio distraiga del conocimiento de la palabra celeste”, de la oración (Expositio Evangelii secundum Lucam, VII, 85: PL 15, 1720). Los Santos, por lo tanto, han experimentado una profunda unidad de vida entre oración y acción, entre el amor total a Dios y el amor a los hermanos. San Bernardo, que es un modelo de armonía entre contemplación y vida operosa, en su libro De consideratione, dirigido al Papa Inocencio II para ofrecerle algunas reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del recogimiento interior y de la oración, para defenderse de los peligros de una actividad excesiva, cualquiera que sea la condición en la que nos encontremos y la tarea que se lleve a cabo. San Bernardo afirma que demasiados quehaceres y una vida frenética, acaban a menudo endureciendo el corazón y haciendo sufrir al espíritu (cf. II, 3).
Es un valioso llamado para nosotros hoy, acostumbrados a evaluar todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia. El episodio de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda sin duda la importancia del trabajo - crea un ministerio propio – y la importancia del compromiso en las actividades cotidianas que se deben llevar a cabo con responsabilidad y dedicación, pero también nos muestran nuestra necesidad de Dios, de su guía y de su luz que nos dan fortaleza y esperanza. Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra acción se vuelve vacía, pierde su alma profunda, se reduce a un mero activismo que, nos deja al fin insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana para ser recitada antes de toda actividad, que dice: "nostras, las actiones quæsumus, Domine, et chupar præveni adiuvando prosequere, ut cuncta nuestra oratio et operatio siempre incipiat, et de que coepta finiatur". Quiere decir: " Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo lo que digamos y toda acción nuestra tengan siempre en ti su principio y su cumplimiento". Cada paso de nuestra vida y cada acción, también de la Iglesia, se debe cumplir ante Dios, a la luz de su Palabra.
En la catequesis del miércoles pasado, había subrayado la oración unánime de la primera comunidad cristiana ante las pruebas y cómo, justo en la oración y en la meditación de la Escritura, se pueden comprender los acontecimientos que estaban ocurriendo. Cuando la oración se nutre de la Palabra de Dios, podemos ver la realidad con ojos nuevos, con los ojos de la fe y el Señor, que habla a la mente y al corazón, dona una luz nueva al camino, en todo momento y en cualquier situación. Nosotros creemos en el poder de la Palabra de Dios y de la oración. Incluso la dificultad que estaba experimentando la Iglesia ante el problema del servicio a los pobres, relacionado con la caridad, se supera con la oración, a la luz de Dios y del Espíritu Santo. Los Apóstoles no se limitan a ratificar la elección de Esteban y de los demás hombres, sino que "después de orar, les impusieron las manos" (Hechos 6,6). El Evangelista vuelve a recordar estos gestos también en la elección de Pablo y Bernabé, donde leemos: "después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron " (Hechos 13,3).
Se confirma, una vez más, que el servicio activo de la caridad es un servicio espiritual, ambas realidades deben ir juntas.
Con el gesto de la imposición de las manos, los Apóstoles confieren un ministerio particular a los siete hombres, para que se les otorgue la gracia correspondiente. El que se subraye la oración - "después de orar" - es importante porque pone de relieve, precisamente, la dimensión espiritual del gesto. No se trata simplemente de conferir un cargo, como ocurre en una organización social, sino que es un evento eclesial, en el que el Espíritu Santo se apodera de siete hombres elegidos por la Iglesia, consagrándolos en la Verdad, que es Jesucristo: Él es el protagonista silencioso, presente en la imposición de las manos, para que los elegidos queden transformados por su poder y santificados para hacer frente a los desafíos prácticos y a los desafíos pastorales. Y el énfasis en la oración nos recuerda también que sólo de la relación íntima con Dios, cultivada cada día, nace la respuesta a la elección del Señor y se encomienda todo ministerio en la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el problema pastoral que llevó a los Apóstoles a elegir y a imponer las manos sobre los siete hombres encargados del servicio de la caridad, para ellos, a su vez, poder dedicarse a la oración y a la proclamación de la Palabra, nos indica también a nosotros la primacía de la oración y de la Palabra de Dios, que, a su vez, produce asimismo la acción pastoral. Para los Pastores, ésta es la primera y más valiosa forma de servicio hacia el rebaño confiado. Si los pulmones de la oración y la Palabra de Dios no alimentan el respiro de nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de quedar asfixiados, en medio de miles de cosas, cada día: la oración es el respiro del alma y de la vida. Y hay otro valioso recordatorio que quisiera destacar: en la relación con Dios, en la escucha de su Palabra, en el diálogo con Dios - aun cuando estamos en el silencio de una iglesia o de nuestra habitación - estamos unidos en el Señor a tantos hermanos y hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos, que también en su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de intercesión, de acción de gracias y de alabanza. Gracias
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak – RV)
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