texto completo tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas,
Nuestra oración muy a menudo tiene necesidad de ayuda, es
normal para el hombre, porque necesitamos ayuda, necesitamos de los otros,
necesitamos a Dios, por eso para nosotros es normal pedir algo de Dios, buscar
la ayuda de Dios y debemos recordar que la oración que el Señor nos ha
enseñado, el Padre Nuestro, es una oración de petición y con esta oración, el
Señor nos enseña las prioridades de nuestra oración. Limpia, purifica nuestros
deseos, y así limpia y purifica nuestros corazones. Así que si es algo normal
que pidamos en la oración alguna cosa, también es normal que la oración sea una
ocasión para dar gracias. Si prestamos un poco de atención, vemos que de Dios
recibimos tantas cosas buenas. Es tan bueno con nosotros, que conviene que le
demos las gracias. Y debe ser también una oración de alabanza. Nuestro corazón
está abierto, porque a pesar de todos los problemas, vemos también la belleza
de su creación, la bondad que se muestra en su creación. Así que debemos no
solo rogar, sino también alabar y dar las gracias. Sólo así nuestra oración es
completa.
En sus cartas, San Pablo habla no sólo de la oración, sino
que contienen oraciones, oraciones de solicitud, pero también de alabanza y
bendición por todo lo que Dios ha hecho y sigue ofreciendo en la historia de la
humanidad.
Hoy quiero centrarme en el primer capítulo de la Epístola a
los Efesios, que comienza con una oración, que es un himno de bendición, una
expresión de gratitud y alegría. San Pablo bendice a Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, porque en Él nos hizo "conocer el misterio de su
voluntad" (Ef 1,9). Realmente es motivo de acción de gracias si Dios nos
descubre su voluntad con nosotros, por nosotros. El misterio de su voluntad
", Mysterion", "Misterio", es un término que se repite con frecuencia
en la Sagrada Escritura y en la Liturgia. No quiero entrar ahora en la
filología del lenguaje común, que indica lo que no se puede conocer, una
realidad que no podemos abarcar con nuestra propia inteligencia. El himno que
abre la Carta a los Efesios nos lleva de la mano hacia un significado más
profundo de este término y de la realidad que nos muestra. Para los creyentes,
"misterio" no es tanto lo desconocido, cuanto la voluntad
misericordiosa de Dios, su designio de amor que en Jesucristo se revela
plenamente y nos ofrece la posibilidad de "comprender con todos los
santos, cuál es la 'anchura, la longitud, la altura y profundidad, y conocer el
amor de Cristo "(Efesios 3:18-19). El misterio desconocido de Dios se
revela, y es que Dios nos ama y nos ama desde el principio, desde la eternidad.
Hagamos una pequeña pausa sobre "esta oración solemne y
profunda. “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3).
San Pablo utiliza el verbo "euloghein", que normalmente se traduce la
palabra hebrea "barak", es decir: alabar, glorificar, dar gracias a
Dios el Padre como el origen de los bienes de la salvación como Aquel que
"nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en
Cristo".
El Apóstol, da las gracias, alaba, pero también reflexiona
sobre las razones de esta alabanza, de este agradecimiento, presentando los
elementos clave del plan divino y sus etapas. En primer lugar tenemos que
bendecir a Dios Padre, porque según San Pablo, "Dios nos ha elegido en él,
antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su
presencia, por el amor". (v. 4). Lo que nos hace santos y sin mancha es la
caridad. Dios nos ha llamado a la existencia, a la santidad, y esta elección
precede incluso la creación del mundo. Desde siempre estamos en el designio de
Dios, en su pensamiento. Con el profeta Jeremías, podemos afirmar también
nosotros que antes de formarnos en el vientre de nuestra madre, Él ya nos
conocía (cf. Jr 1,5), y conociéndonos nos amó. La vocación a la santidad, es
decir, a la comunión con Dios, pertenece al plan eterno de este Dios, un diseño
que se extiende a la historia y comprende a todos los hombres y mujeres del
mundo, porque es una llamada universal. Dios no excluye a nadie, su proyecto es
sólo para de amor. San Juan Crisóstomo afirma: "Dios mismo nos ha hecho
santos, pero no estamos llamados a permanecer santos. Santo es aquel que vive
por la fe "(Homilías sobre la Epístola a los Efesios, 1,1,4).
San Pablo continúa: Dios nos ha predestinado, nos ha elegido
a ser "hijos adoptivos por medio de Jesucristo", a ser incorporados a
su Hijo Unigénito. El Apóstol pone de relieve la gratuidad de este maravilloso
plan de Dios para la humanidad. Dios nos escoge a nosotros no porque somos
buenos, sino porque Él es bueno. En la antigüedad existía sobre la bondad una
frase latina “bonum diffusivum sui” la esencia de lo bueno nos comunica, se
extiende, porque Dios es la bondad, es comunicación de bondad, quiere comunicar
su bondad a nosotros y nos quiere hacer buenos y santos.
En el centro de la oración de bendición, el Apóstol muestra
la forma en que se lleva a cabo el plan de salvación del Padre en Cristo, en su
Hijo amado. Escribe: " En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos
recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia "
(Efesios 1,7). El sacrificio de la cruz de Cristo es el acontecimiento único e
irrepetible con el que el Padre ha mostrado de manera luminosa su amor por
nosotros, no sólo de palabra, sino de manera concreta, Dios es tan real y su
amor se concretiza, que entra en la historia, se hace el mismo hombre para ver
lo que se siente, cómo es este mundo creado y acepta el camino del sufrimiento
de la pasión, padeciendo incluso la muerte. Tan real es el amor de Dios que
participa en nuestro ser, no sólo eso, sino en nuestro sufrir y morir.
El sacrificio de la cruz significa que llegamos a ser
"propiedad de Dios," porque la sangre de Cristo nos redimió del
pecado, nos limpia de todo mal, nos saca de la esclavitud del pecado y de la
muerte. San Pablo nos invita a considerar qué tan profundo es el amor de Dios
que transforma la historia, que ha transformado su propia vida de perseguidor
de los cristianos a Apóstol incansable del Evangelio. Hagámonos eco una vez
más, de las tranquilizadoras palabras de la Epístola a los Romanos: “Si Dios
está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él
toda clase de favores?... Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los
poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”(Rm
8,31-32.38-39). De esta certeza: “Dios es para nosotros”, ninguna criatura
podrá separarnos, porque su amor es más fuerte. Tenemos que entrarla en nuestro
ser, en nuestra conciencia de cristianos.
Por último, la bendición divina se cierra con una referencia
al Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones; el Paráclito que
hemos recibido como sello prometido “Ese Espíritu - dice Pablo - es el anticipo
de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para
sí,
para alabanza de su gloria (Ef 1,14)”. La redención no es
aún completa - lo percibimos - sino que alcanzará su cumplimiento pleno cuando
los que Dios ha comprado serán salvados en su totalidad. Todavía estamos en el
camino de la redención, cuya esencial realidad es dada con la muerte y
resurrección de Jesús. Estamos en camino hacia la plena liberación de los hijos
de Dios. Y el Espíritu Santo es certeza de que Dios cumplirá su plan de
salvación, cuando reunirá “todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo” (Ef 1,10). San Juan
Crisóstomo comenta sobre este punto que: "Dios nos eligió para su fe en
nosotros y ha impreso en nosotros el sello para la herencia de la gloria
futura" (Homilías sobre la Epístola a los Efesios 2:11-14). Tenemos que
aceptar que el camino de la redención es también un camino nuestro, porque Dios
quiere criaturas libres, que digan ‘sí’ libremente. Pero ante todo éste fue su
camino. Ahora estamos en sus manos y tenemos la libertad de proseguir por el
camino abierto por Él. Vamos en este camino de la redención y avanzando con
Cristo percibimos que la redención se realiza.
La visión que nos presenta san Pablo en esta gran oración de
bendición nos ha conducido a contemplar la acción de las tres Personas de la Santísima
Trinidad: el Padre, quien nos escogió antes de la creación del mundo, que nos
pensó y creó; el Hijo que nos redimió mediante su sangre y el Espíritu Santo,
anticipo de nuestra redención y de la gloria futura. En la oración nos abrimos
a la contemplación de este gran misterio, que es el plan divino de amor en la
historia humana, en nuestra historia personal. En la oración constante, en la
relación diaria con Dios, aprendemos también nosotros, como san Pablo, a
vislumbrar cada vez más claramente los signos de este diseño y esta acción: en
la belleza del Creador que emerge en sus criaturas (cf. Ef 3 , 9), como canta
San Francisco de Asís: "Alabado seas mi Señor, con todas tus
criaturas" (Tus FF 263). Es importante estar atentos – precisamente en
este tiempo de vacaciones - a la belleza de la creación y ver translucir en
esta belleza el rostro de Dios. En sus vidas, los Santos, muestran de forma
luminosa qué puede hacer el poder de Dios en la debilidad del hombre y puede
hacerlo también en nosotros. En toda la historia de la salvación, en la que
Dios se ha acercado a nosotros, Él espera con paciencia nuestros tiempos,
comprende nuestras infidelidades, alienta nuestros esfuerzos y nos guía.
En la oración aprendemos a ver los signos de este plan
misericordioso en el camino de la Iglesia. Así crecemos en el amor de Dios,
abriendo la puerta para que la Santísima Trinidad venga a habitar en nosotros,
ilumine, caliente y guíe nuestras vidas. "El que me ama será fiel a mi
palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él " (Jn
14:23), dice Jesús, prometiendo a sus discípulos el don del Espíritu Santo, que
enseñará todo. San Ireneo dice que ‘en la Encarnación, el Espíritu Santo se
acostumbró a estar en el hombre. En la oración, debemos acostumbrarnos a estar
con Dios Esto es muy importante, porque aprendemos a estar con Dios y así vemos
cuán hermoso que es estar con Él, que es la redención.
Queridos amigos, cuando la oración alimenta nuestra vida
espiritual nos volvemos capaces de conservar lo que san Pablo llama "el
misterio de la fe" en una conciencia pura (cfr 1 Tm 3,9). La oración -
como manera de acostumbrarse a estar con Dios – genera hombres y mujeres
animados, no por el egoísmo, el afán de poseer, la sed de poder, sino por la
gratuidad, el anhelo de amar, la sed de servir, animados por Dios, y sólo así,
se puede llevar la luz a la oscuridad del mundo.
Quisiera concluir esta catequesis con el epílogo de la Carta
a los Romanos. Con san Pablo, también nosotros demos gloria a Dios, porque nos
ha dicho todo acerca de sí mismo en Jesucristo y nos ha donado el Consolador,
el Espíritu de la verdad. San Pablo escribe al final de la Carta a los Romanos:
" ¡Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena
Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que
fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado! Este
es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio
del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la
obediencia de la fe. ¡A Dios, el único sabio, por Jesucristo, sea la gloria
eternamente! Amén"(16,25-27). Gracias.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak –
RV)
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