texto completo (palabras del Santo Padre durante el rezo del Angelus), tomado de RADIO VATICANO
Queridos hermanos y hermanas,
celebramos con alegría la solemnidad de los Santos Pedro y
Pablo, una fiesta que acompaña la historia bimilenaria del pueblo cristiano. Se
les llama pilares de la Iglesia naciente. Testigos de la fe, que han ampliado
el Reino de Dios con sus distintos dones y según el ejemplo del Divino Maestro,
han sellado con su sangre su predicación evangélica. Su martirio es signo de la
unidad de la Iglesia, como dice San Agustín: "Un solo día es consagrado
para la celebración de la fiesta de los dos apóstoles. Pero también ellos dos
eran una sola cosa. A pesar que su martirio tuvo lugar en días diferentes, eran
una sola cosa. Pedro fue en primero, Pablo le siguió"(Sermón 295, 8: PL
38, 1352).
Del sacrificio de Pedro son signo elocuente la Basílica
Vaticana y es Plaza, tan importantes para el cristianismo. También del martirio
de Pablo quedan significativos vestigios en nuestra ciudad, en especial la
basílica a él dedicada en la Via Ostiense. Roma lleva inscrita en su historia
los signos de la vida y de la muerte gloriosa del humilde Pescador de Galilea y
del Apóstol de los gentiles, que justamente ha elegido como Protectores. Al
recordar su testimonio luminoso, recordamos los inicios de la venerable Iglesia
que en Roma cree, reza y anuncia a Cristo Redentor. Pero los Santos Pedro y
Pablo no sólo brillan en el cielo de Roma, sino en los corazones de todos los
creyentes que, iluminados por sus enseñanzas y su ejemplo, en todo el mundo
siguen el camino de la fe, la esperanza y la caridad.
En este camino de salvación, la comunidad cristiana,
sostenida por la presencia del Espíritu del Dios vivo, se siente estimulada a
proseguir fuerte y serena en el camino de la fidelidad a Cristo y de la
proclamación de su Evangelio a los hombres de todos los tiempos. En este
fecundo itinerario espiritual y misionero se sitúa la entrega del Palio a los
Arzobispos Metropolitanos, que he cumplido esta mañana en la Basílica. Un
ritual siempre elocuente, que pone de relieve la íntima comunión de los
Pastores con el Sucesor de Pedro y el profundo vínculo que nos une a la
tradición apostólica. Este es un tesoro doble de santidad, en el que se funden
la unidad y la catolicidad de la Iglesia: un tesoro precioso que debe ser
redescubierto y vivido con renovado entusiasmo y compromiso.
Queridos peregrinos, llegados de todo el mundo! En este día
de fiesta, oramos con las expresiones de la Liturgia oriental: "¡Alabado
sea Pedro y Pablo, estos dos grandes luces de la Iglesia que brillan en el
firmamento de la fe. En este clima, deseo dirigir un saludo especial a la
Delegación del Patriarcado de Constantinopla, que, como cada año, vino a tomar
parte en estas nuestras celebraciones tradicionales. La Virgen Santa lleve a
todos los creyentes en Cristo a la meta de la plena unidad! (ER RV)
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