texto completo tomado de RADIO VATICANO:
También el Cuerpo de Cristo bajo los escombros
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy, en Italia y en muchos otros Países, se celebra el
Corpus Domini, o sea la fiesta solemne del Cuerpo y Sangre del Señor, la
Eucaristía. Es una tradición siempre viva, en este día, realizar solemnes
procesiones con el Santísimo Sacramento, por las calles y plazas. En Roma esta
procesión se ha ya llevado a cabo a nivel diocesano el pasado jueves, día
preciso de esta conmemoración, que cada año renueva en los cristianos el gozo y
la gratitud por la presencia eucarística de Jesús en medio de nosotros.
La fiesta del Corpus Domini es un gran acto de culto publico
de la Eucaristía, Sacramento en el cual el Señor permanece presente también más
allá del tiempo de la celebración, para estar siempre con nosotros, a lo largo
del transcurrir de las horas y de los días. Ya san Justino, que nos ha dejado
uno de los testimonios más antiguos sobre la liturgia eucarística, afirma que,
después de la distribución de la comunión a los presentes, el pan consagrado
venía llevado por los diáconos también a los ausentes (cfr Apología, 1, 65).
Por ello en las iglesias el lugar más sagrado es justamente aquel en el que se
custodia la Eucaristía. Con este motivo no puedo dejar de pensar con conmoción
en las numerosas iglesias que han sido gravemente dañadas por el reciente
terremoto en Emilia Romagna, en el hecho que también el Cuerpo eucarístico de
Cristo, en el tabernáculo, ha permanecido en algunos casos bajo los escombros.
Con afecto rezo por las comunidades, que con sus sacerdotes deben reunirse para
la Santa Misa al abierto o en grandes carpas; les agradezco por su testimonio y
por cuanto están haciendo a favor de la entera población. Es una situación que
hace resaltar una vez más la importancia de estar unidos en el nombre del
Señor, y la fuerza que proviene del Pan eucarístico, llamado también «pan de
los peregrinos». Del compartir este Pan nace y se renueva la capacidad de
compartir también la vida y los bienes, de cargar con los pesos de los otros,
de ser hospitalarios y acogedores.
La solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor nos vuelve a
proponer también el valor de la adoración eucarística. El Siervo de Dios Pablo
VI recordaba que la Iglesia católica profesa el culto de la Eucaristía cito «no
sólo durante la Misa, sino también fuera de su celebración, conservando con la
máxima diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne
veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con gozo de la
multitud cristiana» (Enc. Mysterium fidei, 57). La oración de adoración se
puede cumplir ya sea personalmente, permaneciendo en recogimiento ante el
tabernáculo, o de forma comunitaria, también con salmos y cantos, pero siempre
privilegiando el silencio, para escuchar interiormente al Señor vivo y presente
en el Sacramento. La Virgen María es maestra también de esta oración, por que
nadie mejor que ella ha sabido contemplar a Jesús con una mirada de fe y acoger
en el corazón las intimas resonancias de su presencia humana y divina. Que por
su intercesión se difunda y crezca en cada comunidad eclesial una autentica y profunda
fe en el Misterio eucarístico. (Traducción del Italiano, Raúl Cabrera- RV)
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