El Movimiento de los Focolares (obra de María) publica mensualmente la Palabra de Vida en 84 lenguas e idiomas. La misma llega a 14 millones de personas de todo el mundo a través de la prensa, radio, televisión e internet. También recoge testimonios que son el fruto de ponerla en práctica. Para más información del Movimiento en Puerto Rico, puedes escribir a focolarepr@prtc.net
A continuación encontrarás la Palabra de Vida del mes de Mayo 2012, tomado de la página oficial del Movimiento de los Focolares. Autor: Chiara Lubich
«He venido a traer fuego sobre la Tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviera encendido!» (Lc 12,49).
En el Antiguo Testamento el fuego simboliza la Palabra de
Dios pronunciada por el profeta. Pero,
también, el juicio divino que purifica a su pueblo, cuando pasa por medio de
él.
Así es la Palabra de Jesús: ella construye pero,
contemporáneamente destruye lo que no tiene consistencia, lo que debe caer, lo
que es vanidad y deja en pie sólo la verdad.
Juan Bautista había dicho de Él: «Él les bautizará con
Espíritu Santo y con fuego»[1], preanunciando el bautismo cristiano inaugurado
el día de Pentecostés con la efusión del Espíritu Santo y la aparición de las
lenguas de fuego[2].
Por lo tanto, esta es la misión de Jesús: arrojar el fuego
sobre la Tierra, derramar al Espíritu Santo con su fuerza renovadora y
purificadora.
«He venido a traer fuego sobre la Tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviera encendido!».
Jesús nos da el Espíritu. Pero, ¿en qué modo actúa el
Espíritu Santo?
Lo hace difundiendo el amor en nosotros. Ese amor que
nosotros, como es su deseo, debemos mantener encendido en nuestros corazones.
Y ¿cómo es este amor?
No es terrenal, limitado; es amor evangélico. Es universal,
como el del Padre celestial que manda la lluvia y el sol sobre todos, sobre los
buenos y sobre los malos, incluso, los enemigos.
Es un amor que no se espera nada de los demás, sino que
siempre toma la iniciativa, es el primero en amar.
Es un amor que se hace uno con cada persona: sufre con ella,
goza con ella, se preocupa con ella, espera con ella. Y lo hace, si es
necesario, concretamente, con obras. Un amor, por lo tanto, no sencillamente
sentimental, no sólo de palabras.
Un amor por el cual se ama a Cristo en el hermano y en la
hermana, recordando sus palabras: “Conmigo lo hicieron”[3].
Es un amor, todavía, que tiende e la reciprocidad, a
realizar, con los otros, el amor recíproco.
Es este amor que, siendo expresión visible, concreta, de nuestra
vida evangélica, subraya y da valor a la palabra que después podremos y
deberemos ofrecer para evangelizar.
«He venido a traer fuego sobre la Tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviera encendido!».
El amor es como un fuego, lo importante es que permanezca
encendido. Y, para que sea así, hace falta siempre quemar algo. Ante todo,
quemar nuestro yo egoísta, y esto se hace porque, amando, estamos proyectados
en el otro: o en Dios, cumpliendo su voluntad, o en el prójimo, ayudándolo.
Un fuego encendido, aunque sea pequeño, si es alimentado,
puede llegar a ser un gran incendio. Ese incendio de amor, de paz, de
fraternidad universal que Jesús trajo a la Tierra.
Chiara Lubich
[1] Lc 3,16.
[2] Cf Hch 2,3.
[3] Mt 25,40.
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