Traducción completa de la homilía del Papa tomada de RADIO VATICANO
¡Queridos hermanos y hermanas!
Es grande mi alegría al poder partir con ustedes el pan de
la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Dirijo mi cordial saludo a todos y ¡les
agradezco por el caluroso recibimiento! Saludo a su Pastor, Mons. Riccardo
Fontana, al que agradezco por las corteses expresiones de bienvenida, a los
demás Obispos, los Sacerdotes, los Religiosos y las Religiosas, a los
representantes de las Asociaciones y de los Movimientos eclesiales. Un
deferente saludo al Alcalde, Abogado Giuseppe Fanfani, grato por sus palabras
de saludo, al Senador Mario Monti, Presidente del Consejo de Ministros, y a las
demás Autoridades civiles y militares. Un reconocimiento especial a aquellos
que han colaborado generosamente para ésta, mi Visita Pastoral.
Hoy me acoge una antigua Iglesia, experta de relaciones y
benemérita en los siglos por el compromiso de construir la ciudad del hombre a
imagen de la Ciudad de Dios. De hecho en tierra Toscana, la comunidad aretina
se ha distinguido muchas veces en la historia por el sentido de libertad y la capacidad
de dialogo entre diversos componentes sociales. Viniendo por primera vez entre
ustedes, mi augurio es que la Ciudad sepa siempre hacer fructificar esta
preciosa herencia.
En los siglos pasados la Iglesia que está en Arezzo ha sido
enriquecida y animada por múltiples expresiones de la fe cristiana, entre las
cuales la más alta es aquella de los Santos. Pienso, en particular, en san
Donato, su Patrono, cuyo testimonio de vida, que fascinó la cristiandad de la
Edad Media, es aun actual. El fue evangelizador intrépido, para que todos se
liberen de las costumbres paganas y vuelvan a encontrar en la Palabra de Dios
la fuerza para afirmar la dignidad de toda persona y el verdadero sentido de la
libertad. A través de su predicación recondujo con la oración y la Eucaristía a
la unidad de los pueblos de los cuales fue Obispo. El cáliz roto y recompuesto
por san Donato, del que habla san Gregorio Magno (cfr Diálogos I, 7, 3), es
imagen de la obra pacificadora desarrollada por la Iglesia dentro la sociedad,
por el bien común. Así lo atestigua sobre ustedes san Pier Damiani y con él la
gran tradición Camaldulense que desde hace mil años, desde el Casentino, ofrece
su riqueza espiritual a esta Iglesia diocesana y a la Iglesia universal.
En su Catedral está sepultado el beato Gregorio X, Papa,
como queriendo demostrar, en la diversidad de los tiempos y de las culturas, la
continuidad del servicio que la Iglesia de Cristo pretende rendir al mundo. El,
sostenido por la luz que provenía de las nacientes Ordenes Mendicantes, de
teólogos y Santos, entre los que se encontraban santo Tomás de Aquino y san
Buenaventura de Bagnoregio, se midió con los grandes problemas de su tiempo: la
reforma de la Iglesia; la recomposición del cisma con el Oriente cristiano, que
intentó realizar con el Concilio de Lyon; la atención por Tierra Santa; la paz
y las relaciones entre los pueblos – él fue el primero en Occidente que mantuvo
un intercambio de embajadas con el Kublai Khan de China.
¡Queridos amigos! La primera Lectura nos ha presentado un
momento importante en el que se manifiesta justamente la universalidad del
Mensaje cristiano y de la Iglesia: san Pedro, en la casa de Cornelio, bautizó a
los primeros paganos. En el Antiguo Testamento Dios había querido que la
bendición del pueblo hebreo no permaneciera como algo exclusivo, sino que fuese
extendida a todas las naciones. Desde la llamada de Abraham había dicho: « Y
por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra» (Gen 12,3). Y así Pedro,
inspirado desde lo alto, entiende que «Dios no hace acepción de personas, y que
en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a
él» (Hch 10,34-35). El gesto cumplido por Pedro se convierte en imagen de la
Iglesia abierta a la entera humanidad. Siguiendo la gran tradición de su
Iglesia y de sus Comunidades ¡sean auténticos testimonios del amor de Dios
hacia todos!
Pero con nuestra debilidad ¿cómo podemos llevar este amor?
San Juan, en la segunda Lectura, nos ha dicho con fuerza que la liberación del
pecado y de sus consecuencias no es iniciativa nuestra, sino de Dios. No hemos
sido nosotros a amarlo, sino ha sido El quien nos ha amado y ha tomado en si
nuestro pecado y lo ha lavado con la sangre de Cristo. Dios nos ha amado
primero y quiere que entremos en su comunión de amor, para colaborar a su obra
redentora.
En el pasaje del Evangelio ha resonado la invitación del
Señor: «Los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn
15,16). Es una palabra dirigida de manera especifica a los Apóstoles, pero, en
sentido lato, concierne a todos los discípulos de Jesús. La iglesia entera es
enviada al mundo para llevar el Evangelio y la salvación. Pero la iniciativa
viene siempre de Dios, que llama a los múltiples ministerios, para que cada uno
desarrolle la propia parte por el bien común. Llamados al sacerdocio
ministerial, a la vida consagrada, a la vida conyugal, al compromiso en el
mundo, a todos es pedido responder con generosidad al Señor, sostenidos por su
Palabra que nos serena: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el
que los elegí a ustedes» (ibídem).
¡Queridos amigos! Conozco el empeño de su Iglesia en el
promover la vida cristiana. Sean fermento en la sociedad, sean cristianos
presentes, emprendedores y coherentes. En su historia milenaria, la Ciudad de
Arezzo resume expresiones significativas de cultura y de valores. Entre los
tesoros de su tradiciones, se encuentra el orgullo de una identidad cristiana,
testimoniada por tantas muestras y por devociones radicadas, como aquella por
la Virgen del Consuelo. Esta tierra, donde nacieron grandes personalidades del
Renacimiento, desde Petrarca hasta Vasari, ha tenido una parte activa en la
afirmación de aquella concepción del hombre que ha incidido en la historia de
Europa, reforzándose en los valores cristianos. También en tiempos recientes,
pertenece al patrimonio ideal de la ciudad cuanto algunos de entre sus hijos
mejores, en la investigación universitaria y en las sedes institucionales, han
sabido elaborar sobre el concepto mismo de civitas, declinando el ideal
cristiano de la edad comunal en las categorías de nuestro tiempo. En el
contexto de la Iglesia en Italia, comprometida en este decenio en el tema de la
educación, debemos preguntarnos, sobretodo en la Región que es patria del
Renacimiento, qué visión del hombre somos capaces de proponer a las nuevas
generaciones. La Palabra de Dios que hemos escuchado es una fuerte invitación a
vivir el amor de Dios hacia todos, y la cultura de estas tierras tiene, entre
sus valores distintivos, la solidaridad, la atención a los más débiles, el
respeto de la dignidad de cada uno. Es bien conocida la acogida, que también en
tiempos recientes han sabido dar a cuántos han venido en búsqueda de libertad y
de trabajo. Ser solidarios con los pobres es reconocer el proyecto de Dios
Creador, que ha hecho de todos una sola familia.
Ciertamente, también su Provincia está siendo fuertemente
probada por la crisis económica. La complejidad de los problemas hace difícil
individuar las soluciones más rápidas y eficaces para salir de la situación
actual, que golpea especialmente los sectores más débiles y preocupa no poco a
los jóvenes. La atención a los demás, desde hace siglos, ha movido a la Iglesia
a hacerse concretamente solidaria con quien se encuentra en la necesidad,
compartiendo recursos, promoviendo estilos de vida más esenciales, contrastando
la cultura de lo efímero, que ha ilusionado a tantos, determinando una profunda
crisis espiritual. Que esta Iglesia diocesana, enriquecida por el testimonio
luminoso del Pobrecillo de Asís, continúe a ser atenta y solidaria hacia quien
se halla en la necesidad, pero que sepa también educar a la superación de
lógicas puramente materialistas, que a menudo marcan nuestro tiempo, y terminan
por ofuscar el sentido de la solidaridad y de la caridad.
Testimoniar el amor de Dios en la atención a los últimos se
conjuga también con la defensa de la vida, desde su primer instante hasta su
fin natural. En su Región el asegurar a todos dignidad, salud y derechos
fundamentales viene percibido justamente como un bien irrenunciable. Que la
defensa de la familia, a través de leyes justas y capaces de tutelar también a
los débiles, constituya siempre un punto importante para mantener un tejido
social sólido y ofrecer perspectivas de esperanza para el futuro. Así como en
la Edad Media los estatutos de sus ciudades fueron instrumento para asegurar a
muchos los derechos inalienables, que así también hoy continúe el compromiso
por promover una Ciudad del rostro cada vez más humano. En esto, la Iglesia
ofrece su contribución para que el amor de Dios esté siempre acompañado por
aquel al prójimo.
¡Queridos hermanos y hermanas! Continúen el servicio a Dios
y al hombre según la enseñanza de Jesús, el luminoso ejemplo de sus Santos y la
tradición de su pueblo. Que en esta tarea los acompañe y los sostenga siempre
la materna protección de la Virgen del Consuelo, tan amada y venerada por
ustedes ¡Amen! (Traducción del italiano: Raúl Cabrera, RV)
Palabras antes del rezo del Regina Coeli:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Al final de esta celebración litúrgica, la hora de la
oración mariana nos invita a todos a dirigirnos espiritualmente ante la efigie
de la Virgen del Consuelo, custodiada en la Catedral.
Como Madre de la Iglesia, .
Al mismo tiempo, mediante María, invocamos de Dios el
consuelo moral, para que la comunidad aretina, y la Italia entera, reaccionen a
la tentación del desaliento y, fuertes también de la gran tradición humanista,
retomen con decisión el camino de la renovación espiritual y ética, que puede
conducir a un autentico mejoramiento de la vida social y civil. En esto, cada
uno puede y debe dar su contribución.
¡María, Virgen del Consuelo, reza por nosotros!
Regina Caeli…
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