Texto
completo de la catequesis tomado de RADIO VATICANO:
La oración
en la segunda parte del Apocalipsis
(Ap 4,1-
22,21)
Queridos
hermanos y hermanas:
El pasado
miércoles hablé sobre la oración en la primera parte del Apocalipsis y hoy
pasamos a la segunda parte. Mientras que en la primera parte, la oración se
dirige hacia el interior de la vida de la Iglesia, en la segunda parte, la
atención se dirige al mundo entero; la Iglesia, en efecto, camina en la
historia y forma parte de ella, según el proyecto de Dios La asamblea que,
escuchando el mensaje de Juan presentado por el lector, ha redescubierto su
deber de colaborar en el desarrollo del Reino como "sacerdotes de Dios y
de Cristo" (Ap 20,6, ver 1.5, 5.10), ahora se abre al mundo de los
hombres. Y aquí emergen dos modos e vivir en una relación dialéctica entre
ellos: el primero podría denominarse el "sistema de Cristo," al cual
la congregación está feliz de pertenecer, y el segundo, el sistema terrenal
anti-Reino y anti-alianza, puesto en acto por la influencia del Maligno",
que, engañando a los hombres, quiere construir un mundo opuesto al deseado por
Cristo y Dios. (cf. Pontificia Comisión Bíblica, La Biblia y moral. raíces
bíblicas de Christian, 70). La asamblea debe entonces ser capaz de leer en
profundidad la historia que está viviendo, aprendiendo a discernir los
acontecimientos con la fe, para colaborar con su acción, en el desarrollo del
reino de Dios. Y esta obra de lectura y discernimiento, así como de acción,
está ligada a la oración.
En primer
lugar, después de la llamada insistente de Cristo que, en la primera parte del
Apocalipsis, ha dicho hasta siete veces: "El que pueda entender, que
entienda lo que el Espíritu dice a la Iglesia" (Ap 2,7.11.17.29, 3,6.13
.22), la asamblea es invitada a subir al Cielo para mirar la realidad con los
ojos de Dios, y aquí nos encontramos con tres símbolos, puntos de referencia
desde los cuales leer la historia: el trono de Dios, el Cordero y el libro (Ap
4, 1 – 5,14).
El primer
símbolo es el trono, en el que está sentado un personaje, que Juan no describe,
porque supera cualquier representación humana y sólo puede insinuar el sentido
de belleza y de alegría, que se siente al encontrarse ante Él. Este personaje
misterioso es Dios, Dios Todopoderoso, que no se ha quedado encerrado en su
cielo, sino que se ha acercado al hombre, estableciendo una alianza con él;
Dios hace escuchar en la historia, de forma misteriosa pero real, su voz
simbolizada por rayos y truenos. Hay varios elementos que aparecen alrededor
del trono de Dios, como los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes,
que constantemente dan alabanza al único Señor de la historia. El primer
símbolo es, por lo tanto el trono.
El segundo
símbolo es el libro que contiene el plan de Dios sobre los acontecimientos y
los hombres, está cerrado herméticamente con siete sellos, y nadie es capaz de
leerlo. Ante esta incapacidad del hombre de escrutar el proyecto de Dios, Juan
siente una profunda tristeza que le hace llorar. Pero hay un remedio ante la
confusión del hombre, que se siente perdido ante el misterio de la historia:
alguien es capaz de abrir el libro y de iluminarlo.
Y aquí
aparece el tercer símbolo: Cristo, el Cordero que fue inmolado en el Sacrificio
de la Cruz, pero que está de pie, signo de su Resurrección. Y es precisamente
el Cordero, Cristo muerto y Resucitado, que poco a poco abre los sellos y revela
el plan de Dios, el sentido profundo de la historia.
¿Qué dicen
estos símbolos? Nos recuerdan cuál es el camino para saber leer los hechos de
la historia y de nuestra propia vida. Elevando la mirada al Cielo de Dios, en
relación constante con Cristo, abriendo a Él nuestros corazones y nuestras
mentes en la oración personal y comunitaria, aprendemos a ver las cosas de una
manera nueva y a percibir su sentido más verdadero. La oración es como una
ventana abierta que nos permite mantener nuestra mirada dirigida hacia Dios, no
sólo para recordarnos la meta hacia la cual nos dirigimos, sino también para
permitir que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terrenal y nos ayude a
vivirlo con intensidad y el compromiso.
¿Cómo guía
el Señor a la comunidad cristiana para una lectura más profunda de la historia?
En primer lugar, invitándola a que considere con realismo el presente que
estamos viviendo. Luego, el Cordero abre los primeros cuatro sellos del libro y
la Iglesia ve el mundo en el que está insertada, un mundo en el que hay varios
elementos negativos. Hay males que el hombre cumple, como la violencia, que
nace del deseo de poseer, de prevalecer los unos sobre los otros, hasta llegar
a matarse (segundo sello), o la injusticia, porque los hombres no respetan las
leyes que se han dado (tercer sello). A estos se añaden los males que el hombre
tiene que sufrir, como la muerte, el hambre, las enfermedades (cuarto sello).
Ante estas realidades, muchas veces dramáticas, la comunidad eclesial está
invitada a no perder nunca la esperanza, a creer firmemente que la aparente
omnipotencia del Maligno se choca con la verdadera omnipotencia que es la de
Dios. Y el primer sello que abre el Cordero contiene precisamente este mensaje.
Juan nos dice: " Y vi aparecer un caballo blanco. Su jinete tenía un arco,
recibió una corona y salió triunfante, para seguir venciendo "(Apocalipsis
6,2). En la historia del hombre ha entrado el poder de Dios, que no sólo es
capaz de equilibrar el mal, sino incluso de vencerlo, el color blanco se
refiere a la Resurrección: Dios se hizo tan cercano que ha bajado a la
oscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina, ha
tomado sobre sí el mal acumulado del mundo para purificarlo con el fuego de su
amor.
¿Cómo
crecer en esta interpretación cristiana de la realidad? El Apocalipsis nos dice
que la oración alimenta en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades esta
visión de luz y de profunda esperanza: nos invita a no dejarnos vencer por el
mal, sino a vencer el mal con el bien, a mirar a Cristo Crucificado y
Resucitado que nos asocia a su victoria. La Iglesia vive en la historia, no se
cierra sobre sí misma, sino que afronta con valentía su camino en medio de las
dificultades y el sufrimiento, afirmando con fuerza que el mal indefinitivo no
vence al bien, que la oscuridad no oculta el esplendor de Dios. Éste es un
punto también importante para nosotros; como cristianos no podemos ser nunca
pesimistas; sabemos que en el camino de nuestra vida a menudo encontramos
violencia, mentira, odio, persecución, pero eso no nos desanima. Especialmente,
la oración nos enseña a ver los signos de Dios, su presencia y acción. Es más,
nos enseña a ser nosotros mismos luces de bien, que difunden esperanza e
indican que la victoria es de Dios.
Esta
perspectiva conduce a elevar a Dios y al Cordero, la acción de gracias y la
alabanza: los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cantan juntos
el "cántico nuevo", que celebra la obra de Cristo Cordero, que hará
"nuevas todas las cosas" (Ap 21:5). Pero esta renovación es ante todo
un don que debemos rogar. Y aquí hay otro elemento que debe caracterizar la
oración: invocar al Señor con insistencia que venga su Reino, que el hombre
tenga un corazón dócil ante la soberanía de Dios, que sea su voluntad la que
dirija nuestras vidas y las vidas de todo el mundo.
En la
visión del Apocalipsis esta oración de petición está representada por un
detalle importante: "los veinticuatro ancianos" y "los cuatro
seres vivientes" tienen en sus manos, junto con el arpa que acompaña a su
canción, "las copas de oro llenas de incienso” (5,8 a) que, como vienen
explicado,"son las oraciones de los Santos"(5,8 b), a saber, aquellos
que ya han alcanzado a Dios, pero también todos nosotros que estamos en el
camino. Y vemos que ante el trono de Dios, un ángel tiene un incensario de oro
en sus manos en el que continuamente pone granos de incienso, es decir, nuestra
oración, cuya dulce fragancia se ofrece con las oraciones a Dios (cf. Ap
8,1-4). Es un simbolismo que nos dice cómo todas nuestras oraciones - con todas
las limitaciones, la pobreza, la fatiga, la sequedad, las imperfecciones que
puedan tener - son purificadas y alcanzan el corazón de Dios.
Debemos
estar seguros, que no hay oraciones superfluas, inútiles; ninguna se pierde. Y
éstas encuentran respuesta, aunque a veces misteriosa, porque Dios es Amor y
Misericordia infinita. El ángel - escribe Juan - "tomó el incensario, lo
llenó con el fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos,
gritos, relámpagos y un temblor de tierra.” (Apocalipsis 8:5). Esta imagen
significa que Dios no es indiferente a nuestras súplicas, interviene y hace
sentir su poder y su voz en la tierra, hace temblar y altera el sistema del Maligno.
A menudo, frente al mal se tiene la sensación de no poder hacer nada, pero es
precisamente nuestra oración la respuesta primera y más efectiva que podemos
dar y que hace más fuerte nuestro compromiso diario en la difusión del bien. El
poder de Dios hace fecunda nuestra debilidad (cf. Rom 8:26-27).
Quisiera
terminar haciendo alguna alusión al diálogo final (cfr Ap 22,6-21). Jesús
repite varias veces: “¡Volveré pronto! Esta afirmación no sólo indica la
perspectiva futura al final de los tiempos, sino que también se refiere al
presente: Jesús viene y pone su morada en quien cree en Él y lo acoge. La
asamblea, entonces, guiada por el Espíritu Santo, repite a Jesús la invitación
urgente a hacerse cada vez más cercano: "Ven" (Ap. 22:17 a). Es como
la "esposa" (22:17), que aspira ardientemente a la plenitud del
matrimonio. Por tercera vez se utiliza la invocación: "Amén. ¡Ven, Señor
Jesús "(22,20 b), y el lector termina con una expresión que manifiesta el
significado de esta presencia: " La gracia de nuestro Señor Jesús sea con
todos vosotros "(22:21).
El Libro
del Apocalipsis, a pesar de la complejidad de los símbolos, nos sumerge en una
oración muy rica, a través de la cual oímos, alabamos, agradecemos,
contemplamos al Señor, le pedimos perdón. Su estructura, de gran oración
litúrgica, es también un fuerte llamado a redescubrir la carga extraordinaria y
el poder transformador que tiene la Eucaristía, en particular, me gustaría
invitar con fuerza a ser fieles a la Santa Misa del domingo, en el Día del Señor.
¡El Domingo, es el verdadero centro de la semana! Gracias.
(Traducción
del italiano: Cecilia de Malak y Eduardo Rubió – RV)
«Queridos
peregrinos, dentro de dos días, hacia esta hora, estaré volando rumbo al
Líbano. Me alegra este viaje apostólico. Me permitirá encontrar a numerosos
componentes de la sociedad libanesa: responsables civiles y religiosos, fieles
católicos de diversos ritos y otros cristianos, musulmanes y drusos de esta
región. Doy gracias al Señor por esta riqueza, que sólo podrá proseguir si vive
en la paz y en la reconciliación permanente. Por ello, exhorto a todos los
cristianos de Oriente Medio, a los que nacieron allí y a los que han llegado
luego, a ser constructores de paz y agentes de reconciliación. Pidamos a Dios
que fortifique la fe de los cristianos del Líbano y de Oriente Medio,
colmándolos de esperanza. Agradezco a Dios por su presencia y aliento a la
Iglesia toda a la solidaridad, con el fin de que pueda seguir testimoniando a
Cristo en esas tierras benditas y buscando la comunión en la unidad. Rindo
gracias a Dios por todas las personas y todas las instituciones que, de
múltiples maneras, ayudan en este sentido. La historia de Oriente Medio nos
enseña el papel importante y a menudo primordial jugado por las diferentes
comunidades cristianas en el diálogo interreligioso e intercultural. Pidamos a
Dios que done a esta región del mundo la paz tan anhelada, en el respeto de las
legítimas diferencias ¡Que Dios bendiga al Líbano y Medio Oriente! ¡Que
Dios bendiga a todos!»
(CdM – RV)
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