Queridos hermanos y hermanas:
hoy, después de la pausa de las vacaciones, reanudamos la
Audiencias, aquí en el Vaticano, y quisiera continuar con esa "escuela de
oración", que estoy viviendo junto con ustedes en estas Catequesis de los
miércoles.
Hoy quisiera hablar de la oración en el libro del
Apocalipsis, que, como saben, es el último del Nuevo Testamento. Es un libro
difícil, que sin embargo contiene una gran riqueza. Nos pone en contacto con la
oración viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida "el día del
Señor" (Apocalipsis 1:10), éste, en efecto, es el telón de fondo en el que
se desarrolla el texto.
Un lector presenta a la asamblea un mensaje encomendado por
el Señor a Juan el Evangelista. El lector y la asamblea son, por así decirlo,
los dos protagonistas del desarrollo del libro, a ellos, desde el principio, se
les dirige un saludo festivo: " Feliz el que lea, y felices los que
escuchen las palabras de esta profecía " (1,3). Del diálogo constante
entre ellos, brota una sinfonía de oración, que se desarrolla con una gran
variedad de formas hasta el final. Escuchando al lector que presenta el mensaje
y escuchando y observando a la asamblea que reacciona, su oración tiende a ser
nuestra.
La primera parte del Apocalipsis (1,4 a 3,22) presenta, en
la actitud de la asamblea que reza, tres etapas sucesivas. La primera (1,4 a 8)
consiste en un diálogo - único caso en el Nuevo Testamento - que se lleva a
cabo entre la asamblea recién reunida y el lector, que le dirige un saludo de
bendición: "Gracia y paz a ustedes" (1,4). El lector prosigue
subrayando la proveniencia de este deseo: proviene de la Trinidad: del Padre,
del Espíritu Santo, de Jesucristo, que juntos llevan adelante el proyecto
creativo y de salvación para la humanidad. La asamblea escucha y, cuando oye
nombrar a Jesucristo, tiene como un estremecimiento de alegría y responde con
entusiasmo, elevando una oración de alabanza: " Él nos amó y nos purificó
de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal
para Dios, su Padre ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los
siglos! Amén "(1,5 b-6). La asamblea, envuelta por el amor de Cristo, se
siente liberada de los lazos del pecado y se proclama "reino" de
Jesucristo, que pertenece por completo a Él. Reconoce la gran misión, que por
el bautismo se le ha confiado, de llevar al mundo la presencia de Dios.
Esta celebración de alabanza culmina volviendo de nuevo la
mirada directamente a Jesús y, con creciente entusiasmo, reconociendo "la
gloria y el poder" para salvar a la humanidad. El '"amén", final
concluye el himno de alabanza a Cristo.
Ya estos primeros cuatro versículos contienen una gran
riqueza de indicaciones para nosotros, nos dicen que nuestra oración debe ser,
sobre todo, escuchar a Dios que nos habla. Sumergidos en tantas palabras, no
estamos acostumbrados a escuchar, sobre todo a ponernos en la disposición
interior y exterior del silencio, para estar atentos a lo que Dios nos quiere
decir. Estos versículos nos enseñan que nuestra oración, a menudo sólo de
pedidos, debe ser, ante todo de alabanza de Dios por su amor, por el don de
Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la salvación.
Una nueva intervención del lector recuerda a la asamblea,
arrebatada por el amor de Cristo, el compromiso de percibir su presencia en sus
vidas, " El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo
habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra
"(1,7 a). Después de ascender al cielo en una "nube", símbolo de
su trascendencia (cfr. Hechos 1:9), Jesucristo regresará, como había subido al
Cielo (cfr. Hechos 1:11 b). Entonces todos los pueblos lo reconocerán y, como
exhorta San Juan en el cuarto Evangelio, " Verán al que ellos mismos
traspasaron" (19:37). Pensarán en sus pecados, causa de su crucifixión, y,
como los que lo habían visto directamente en el Calvario, "se golearán el
pecho" (cfr. Lc 23,48) pidiendo perdón, para seguirlo en la vida y así
preparar la plena comunión con Él, después de su regreso final.
La asamblea reflexiona sobre el mensaje y dice: "Sí
¡Amén!" (Ap 1:7 b). Expresa con su "sí" la aceptación plena de
lo que se le ha comunicado y pide que pueda convertirse en realidad. Es
"la oración de la asamblea, que medita sobre el amor de Dios manifestado
de modo supremo en la Cruz, y pide vivir con coherencia como discípulos de
Cristo. Y llega la respuesta de Dios: " Yo soy el Alfa y la Omega, el que
es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso " (1,8). Dios, que se
revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en su corazón
la petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará presente y activo con
su amor en las vivencias humanas, en el presente, en el futuro, y en el pasado,
hasta llegar a la meta final. Ésta es la promesa de Dios. Aquí encontramos otro
elemento importante: la oración constante despierta en nosotros el sentido de
la presencia del Señor en nuestras vidas y en la historia, y la suya es una
presencia que nos sostiene, nos guía y nos da una gran esperanza en medio de la
oscuridad de ciertos acontecimientos humanos, además, cada oración, incluso en
la soledad más radical, nunca es quedar aislados y nunca es estéril, sino que
es el elemento vital para alimentar una vida cristiana, cada vez más comprometida
y coherente.
La segunda fase de la oración de la asamblea (1,9-22)
profundiza aún más la relación con Jesucristo: el Señor aparece, habla, actúa;
y la comunidad, siempre más cercana a Él, escucha, reacciona y acoge. En el
mensaje presentado por el lector, San Juan relata su experiencia personal del
encuentro con Cristo: se encuentra en la isla de Patmos, a causa de la “palabra
de Dios y del testimonio de Jesús” (1,9) y “es el Día del Señor" (1,10ª),
el domingo, en el que se celebra la Resurrección. Y San Juan viene
"arrebatado por el Espíritu" (1,10a). El Espíritu Santo lo impregna y
lo renueva, ampliando su capacidad de aceptar a Jesús, Quien lo invita a
escribir. La oración de la Asamblea que escucha, poco a poco asume una actitud
contemplativa marcada por los verbos "ver", "mirar":
contempla lo que el lector le propone, interiorizándolo y haciéndolo suyo.
Juan oye “una voz fuerte, como una trompeta” (1,10b): la voz
le impone enviar un mensaje “a las siete Iglesias” (1,11) que se encuentran en
Asia Menor, y a través de ellas a todas las Iglesias, de todos los tiempos,
unidas a sus Pastores. La expresión “voz… de trompeta”, tomada del Libro del
Éxodo (20,18), alude a la manifestación divina ante Moisés en el monte Sinaí e
indica la voz de Dios, que habla desde su Cielo, desde su trascendencia.
Aquí es atribuida a Jesucristo Resucitado, que desde la
gloria del Padre habla, a la voz de Dios, a la Asamblea en oración. Dándose la
vuelta “para ver de quién era esa voz” (1,12), Juan ve “siete candelabros de
oro siete candelabros de oro y, en medio de ellos, a alguien semejante a un
Hijo de hombre” (1,12-13) término particularmente familiar a Juan, que indica
al mismo Jesús. Los candelabros de oro, con sus velas encendidas, indican la
Iglesia de todos los tiempos en oración, en la Liturgia: Jesús Resucitado, el
"Hijo del Hombre", está en medio de ella y, revestido con las
vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, actúa como mediador
sacerdotal ante el Padre.
En el mensaje simbólico de Juan sigue después una
manifestación luminosa de Cristo Resucitado, con las características propias de
Dios, que recurren al Antiguo Testamento. Se habla de los “cabellos…que tenían
la blancura de la lana y de la nieve” (1,14), símbolo de la eternidad de Dios y
de la Resurrección. Un segundo símbolo es el del fuego, que, en el Antiguo
Testamento viene a menudo referido a Dios para indicar dos propiedades. La
primera es la intensidad celosa de su amor, que anima su alianza con el hombre
(Dt 4,24). Y es esta misma intensidad cegadora de amor la que se lee en la
mirada de Jesús Resucitado: “sus ojos eran como una llama de fuego” (Ap 1,14a).
La segunda es la capacidad imparable de vencer el mal como si fuera un
"fuego devorador” (Dt 9,3). Así que incluso los "pies" de Jesús,
en camino para afrontar y destruir el mal, tienen la incandescencia del
"bronce bruñido" (Apoc. 1:15). La voz de Jesucristo, después,
"como el sonido de muchas aguas" (1,15 c), tiene el rugido
impresionante "de la gloria del Dios de Israel", que se traslada a Jerusalén,
de quien habla el profeta Ezequiel (cf. 43,2 ).
Siguen aún otros tres elementos simbólicos que muestran
cuánto está haciendo Jesús resucitado por su Iglesia: La mantiene firmemente en
su mano derecha (una imagen muy importante que muestra que Jesús tiene la
Iglesia en su mano); le habla con la fuerza de penetración de una espada
afilada; y le muestra el esplendor de su divinidad: "Su rostro era como el
sol cuando brilla con toda su fuerza "(Apocalipsis 1:16). Juan queda tan
impresionado por esta maravillosa experiencia del Resucitado, que se desmaya,
cayendo como muerto.
Después de esta experiencia de revelación, el Apóstol tiene
delante el Señor Jesús que habla con él, lo tranquiliza, le coloca la mano
sobre su cabeza, le revela su identidad de Crucificado Resucitado, y le confía
que transmita su mensaje a las iglesias (Apocalipsis 1:17-18). Es una cosa
hermosa este Dios grande, que ante su grandeza Juan cae como un muerto, y el
amigo de la vida le pone su mano derecha. Así será también para nosotros. Somos
amigos de Jesús. La revelación de Dios resucitado, de Cristo resucitado no es
una cosa terrible, sino el encuentro con el amigo. Incluso la Asamblea vive con
Juan el momento particular de la luz delante del Señor, unido, sin embargo, a
la experiencia del encuentro diario con Jesús, experimentando la riqueza de
contacto con el Señor, que llena todos los espacios de la existencia.
En la tercera y última fase de la primera parte de la
Revelación (Apocalipsis 2-3), el lector propone a la asamblea un mensaje de
siete caras, en el que Jesús habla en primera persona. Dirigido a las siete
iglesias situadas en Asía Menor alrededor de Éfeso, el mensaje de Jesús parte
de la situación particular de cada una de las Iglesias, para extenderse después
a las Iglesias de todos los tiempos. Jesús entra rápidamente en el vivo de la
situación de cada una de las Iglesias, poniendo de relieve las luces y las
sombras y dirigiéndoles una apremiante invitación: “Conviértete” (2,5.16;
3,19c); “conserva firmemente lo que ya posees” (3,11); “observa tu conducta
anterior” (2,5); “¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!” (3,19b)…Esta palabra de
Jesús, se escucha con fe, inicia rápidamente a ser eficaz: la Iglesia en
oración, acogiendo la palabra del Señor viene transformada. Todas las Iglesias
deben disponerse en atenta escucha al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús
pide con insistencia repitiendo este mandamiento siete veces: “El que pueda
entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (2,7.11.17.29;
3,6.13.22). La asamblea escucha el mensaje recibiendo un estímulo para el
arrepentimiento, la conversión, la perseverancia, el crecimiento del amor, la
orientación para el camino.
Queridos amigos, el libro del Apocalipsis nos presenta una
comunidad reunida en oración, porque es en la oración donde experimentamos cómo
aumenta la presencia de Jesús en nosotros. Cuanto más y mejor oramos, con
constancia e la intensidad, más nos asimilamos a El, y Jesús realmente entra en
nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuánto más conocemos, amamos y
seguimos a Jesús, más sentimos la necesidad de quedarnos en oración con él,
recibiendo serenidad, esperanza y fuerza en nuestra vida. Gracias por la
atención.
(Traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)
Resumen de
la catequesis del Papa en español
Queridos
hermanos y hermanas:
Deseo hoy
tratar la oración en el libro del Apocalipsis, que nos pone en contacto con la
plegaria viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida «en el día del
Señor» (Ap 1, 10). Un lector presenta a dicha asamblea un mensaje confiado por
Dios al Evangelista Juan. Del diálogo constante entre ellos, resuena una
sinfonía de oración que se extiende con gran variedad de formas hasta la
conclusión. La primera parte del Apocalipsis (1,4-3,22) nos presenta en tres
fases sucesivas la actitud de la asamblea que ora: la primera pone en evidencia
que la oración debe ser ante todo alabanza a Dios por su amor, por el don de
Jesucristo, que da fuerza, esperanza y salvación. La segunda fase asevera que
la oración profundiza la relación con Jesucristo, asumiendo gradualmente una
actitud contemplativa. Y la tercera fase señala que la Iglesia en oración,
acogiendo la palabra del Señor, se transforma y recibe aliento para el
arrepentimiento, la conversión, la perseverancia, el crecimiento en el amor y
la orientación para el camino.
********
Saludo a
los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la diócesis de
Santander, acompañados por su Obispo, así como a los demás grupos provenientes
de España, Argentina, Venezuela, Colombia, México y otros países latinoamericanos.
Invito a todos a descubrir la presencia de Cristo en nuestra vida. Mientras más
oremos, con constancia e intensidad, mejor nos asimilaremos a Jesús, y Él
entrará en nuestra existencia y la guiará, colmándonos de alegría y paz. Muchas
gracias.
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