Alocución
del Santo Padre a a los pies de la estatua de la Inmaculada Concepción en la
plaza de España de Roma
Queridos
hermanos y hermanas!
Siempre es
un placer especial para reunirnos aquí, en la Piazza de España, en la fiesta de
María Inmaculada. Reunirnos juntos - romanos, peregrinos y visitantes - a los
pies de la estatua de nuestra Madre espiritual, nos hace sentir unidos en el
signo de la fe. Me gusta subrayarlo en este Año de la fe que toda la Iglesia
está viviendo. Os saludo con afecto y me gustaría compartir con ustedes algunos
simples pensamientos, sugeridos por el Evangelio de esta solemnidad: el
Evangelio de la Anunciación.
En primer
lugar, nos sorprendente siempre, y nos hace reflexionar, el hecho de que el
momento decisivo para el futuro de la humanidad, el momento en que Dios se hizo
hombre, está rodeado de un gran silencio. El encuentro entre el mensajero
divino y la Virgen Inmaculada pasa totalmente desapercibido: nadie sabe, nadie
habla de ello. Es un acontecimiento que, si hubiera sucedido en nuestro tiempo,
no dejaría huella en los periódicos y en las revistas, porque es un misterio
que sucede en el silencio. Lo que es realmente grande a menudo pasa
desapercibido y el silencio apacible se revela más fructífero que la frenética
agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que - con las debidas
proporciones - se vivía ya en las grandes ciudades de entonces, como Jerusalén.
Aquel activismo que nos impide detenernos, estar tranquilos, escuchar el
silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta.
María, el
día que recibió el anuncio del Ángel, estaba recogida y al mismo tiempo abierta
a la escucha de Dios. En ella no había obstáculo alguno, ninguna pantalla, nada
que la separa de Dios. Este es el significado de su ser sin pecado original: su
relación con Dios está libre de la más mínima imperfección, no hay separación,
no hay sombra de egoísmo, sino una sintonía perfecta: su pequeño corazón humano
está perfectamente "centrado" en el gran corazón de Dios. Así que,
queridos hermanos y hermanas, venir aquí ante este monumento a María, en el
centro de Roma, nos recuerda en primer lugar, que la voz de Dios no se reconoce
en el ruido y la agitación; su diseño en nuestra vida personal y social no se
percibe quedándose en la superficie, sino yendo a un nivel más profundo, donde
las fuerzas no son de índole económica o política, sino morales y espirituales.
Es allí, donde María nos invita a ir y a sintonizar con la acción de Dios.
Hay una
segunda cosa, aún más importante, que la Inmaculada nos dice cuando estamos
aquí, y es que la salvación del mundo no es obra del hombre - de la ciencia, de
la tecnología, de la ideología -, sino es por la gracia. ¿Qué significa esta
palabra? Gracia significa el Amor en su pureza y belleza, es Dios tal como se
revela en la historia de la salvación narrada en la Biblia y cumplida en
Jesucristo. María es llamada la "llena de gracia" (Lc 1:28) y esta
identidad nos recuerda el primado de Dios en nuestra vida y en la historia del
mundo, nos recuerda que el poder del amor de Dios es más fuerte que el mal,
puede llenar los vacíos que el egoísmo provoca en la historia de las personas,
de las familias, naciones y el mundo. Estos vacíos pueden convertirse en
infiernos, donde la vida humana es como si se tirara hacia abajo y hacia la
nada, perdiendo el sentido y la luz.
Las falsas
soluciones que ofrece el mundo para llenar esos vacíos – emblemática es la
droga - de hecho ensanchan el abismo. Sólo el amor nos puede salvar de esta
caída, pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en él la pureza de Gracia
– de Dios que transforma y renueva - y que pueda poner en los pulmones
intoxicados nuevo oxígeno, aire limpio, energía nueva de vida. María nos dice
que, por mucho que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para Dios, que
descendió hasta los infiernos; por mucho que nuestro corazón ande por mal
camino, Dios es siempre "más grande que nuestro corazón" (1 Juan
3:20). El soplo suave de la Gracia puede dispersar las nubes más negras, puede
hacer la vida más hermosa y llena de significado incluso en las situaciones más
inhumanas.
Y aquí
viene la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos habla de la alegría,
la verdadera alegría que se extiende en el corazón liberado del pecado. El
pecado trae consigo una tristeza negativa, que nos induce a encerrarnos en sí
mismos. La Gracia trae la verdadera alegría que no depende de la posesión de
las cosas, sino que tiene sus raíces en lo más íntimo, en lo más profundo de la
persona, y que nada ni nadie puede quitar. El cristianismo es esencialmente un
"evangelio", una "buena noticia", mientras que algunos
piensan que es un obstáculo a la alegría, ya que lo ven en él una serie de
prohibiciones y reglas. En realidad, el cristianismo es el anuncio de la victoria
de la Gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. Y si implica algunos
sacrificios y disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento, es
precisamente porque en el hombre hay la raíz venenosa del egoísmo, que
perjudica a sí mismos y a los demás. Por tanto, debemos aprender a decir no a
la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es
plena, porque en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con
la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el vientre,
después niño confiado a sus cuidados maternos, adolescente y joven y hombre
maduro. Jesús que parte de casa, seguido a distancia con la fe hasta la Cruz y
la Resurrección: Jesús es la alegría de María y la alegría de la Iglesia.
Que en este
tiempo de Adviento, María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios que
habla en el silencio para recibir su Gracia, que nos libera del pecado y del
egoísmo, para gozar así la verdadera alegría. María, llena de gracia, ruega por
nosotros!
(Traducción
del italiano: Eduardo Rubió- RV)
Palabras del Santo Padre
¡Queridos
hermanos y hermanas!
A todos
ustedes, ¡buena fiesta de María Inmaculada! En este Año de la fe quisiera
subrayar que María es la Inmaculada por un don gratuito de la gracia de Dios,
pero que en Ella ha encontrado perfecta disponibilidad y colaboración. En este
sentido ella es “bienaventurada” porque «ha creído» (Lc 1,45), porque ha tenido
una fe firme en Dios. María representa aquel «resto de Israel», aquella raíz
santa que los profetas han anunciado. En ella encuentran acogida las promesas
de la antigua Alianza. En María la palabra de Dios encuentra escucha,
recepción, respuesta, encuentra aquel «si» que le permite encarnarse y venir a
habitar entre nosotros. En María la humanidad, la historia se abren realmente a
Dios, acogen su gracia, están dispuestas a hacer su voluntad. María es
expresión genuina de la Gracia. Ella representa el nuevo Israel, que las
Escrituras del Antiguo Testamento describen con el símbolo de la esposa. Y san
Pablo retoma este lenguaje en la carta a los Efesios allí donde habla del
matrimonio y dice que «Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a si mismo por
ella, para hacerla santa, purificándola con el lavado del agua mediante la
palabra, y para presentar a si mismo la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni
arruga o algo de similar, sino santa e inmaculada» (5,25-27). Los Padres de la
Iglesia han desarrollado esta imagen y así la doctrina de la Inmaculada ha
nacido primero en referencia a la Iglesia virgen-madre, y sucesivamente a
María. Así escribe poéticamente Efrén el Sirio: «Como los mismos cuerpos han
pecado y mueren, y la tierra, su madre, es maldita (cfr Gen 3,17-19), así a
causa de este cuerpo que es la Iglesia incorruptible, su tierra está bendecida
desde el principio. Esta tierra es el cuerpo de María, templo en el cual ha
sido depositada una semilla» (Diatessaron 4, 15: SC 121, 102).
La luz que
emana de la figura de María también nos ayuda a comprender el verdadero sentido
del pecado original. En María, de hecho, está plenamente viva y operante
aquella relación con Dios que el pecado rompe. En ella no hay alguna oposición
entre Dios y su ser: hay plena comunión, pleno entendimiento. Hay un «si»
recíproco, de Dios a ella y de ella a Dios. María está libre del pecado porque
es toda de Dios, totalmente apropiada por Él. Está llena de su Gracia, de su
Amor.
En
conclusión, la doctrina de la Inmaculada Concepción de María expresa la certeza
de fe que las promesas de Dios se han realizado: que su alianza no falla, que
ha producido una raíz santa, de la cual ha germinado el Fruto bendito de todo
el universo, Jesús, el Salvador. La Inmaculada demuestra que la Gracia es capaz
de suscitar una respuesta, que la fidelidad de Dios sabe generar una fe
verdadera y buena.
Queridos
amigos, esta tarde, como es tradición, iré a la Plaza de España, para el
homenaje a María Inmaculada. Sigamos el ejemplo de la Madre de Dios, para que
también en nosotros la gracia del Señor encuentre respuesta en una fe genuina y
fecunda.
(Traducción
del italiano: Raúl Cabrera-RV)
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