Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero meditar sobre las etapas de la Revelación, que se
nos muestran en las Escrituras y que tienen su culmen en el adviento de Nuestro
Señor según la carne. El Evangelio que hemos escuchado nos lo recuerda: «Se ha
cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios». Desde Cristo, la historia se
ilumina, mostrándonos una presencia que le da significado y la abre a la
esperanza. La Palabra de Dios nos invita a hacer memoria de los hechos narrados
en ella, a verlos como «historia de la salvación». Son hechos que han
trasformado Israel, lo han llamado a servir a Dios y a testimoniarlo en medio a
los otros pueblos. Al celebrarlos, el pueblo los actualiza y los hace
presentes. En el Catecismo de la Iglesia católica, podemos releer
sintéticamente estas etapas, para profundizar en el proyecto de salvación que
Dios dirige a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los participantes en el Congreso Internacional promovido por la
Pontificia Comisión para América Latina, así como a las autoridades civiles y
eclesiásticas, y a los numerosos fieles del Estado de Michoacán, México, que
desde esa amada tierra han querido ofrecerme este hermoso Belén artesanal. Que
Nuestra Señora de Guadalupe vele por la noble Nación mexicana y le conceda
unidad, justicia, concordia y paz. Dirijo también un afectuoso saludo a los
demás grupos provenientes de España y otros países latinoamericanos. Exhorto a
todos, en este tiempo de Adviento, a dedicarse a la lectura de la Biblia, para
recordar la obra de Dios en medio de su pueblo y testimoniar su presencia viva
en el mundo. Muchas gracias.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Resúmen del texto completo (ACI).- Queridos hermanos y
hermanas:
En la última catequesis he hablado de la Revelación de Dios,
como comunicación que Él hace de sí mismo en su designio de benevolencia y de
amor. Esta revelación de Dios se inserta en el tiempo y en la historia de los
hombres: historia que se convierte en ‘lugar en el que podemos constatar la
acción de Dios a favor de la humanidad. Él nos alcanza en aquello que para
nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque constituye nuestro
contexto cotidiano, sin el cual no lograremos comprendernos’ (Juan Pablo II,
Enc.?Fides et ratio, 12).
El evangelista San Marcos –como hemos escuchado– relata, en
términos claros y sintéticos, los momentos iniciales de la predicación de
Jesús: ‘el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca’ (Mc 1,15). Lo
que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y del hombre comienza a
brillar en la gruta de Belén, es el Misterio, que contemplaremos dentro de poco
en la Navidad: la salvación que se realiza en Jesucristo.
En Jesús de Nazaret Dios manifiesta su rostro y pide la
decisión del hombre de reconocerlo y seguirlo. El revelarse de Dios en la
historia para entrar en relación de diálogo de amor con el hombre, da un nuevo
sentido a todo el camino humano. La historia no es un simple sucederse de los
siglos, de años, de días, sino el tiempo de una presencia que le da pleno
significado y abre a una sólida esperanza.
¿Dónde podemos leer las etapas de esta Revelación de Dios?
La Sagrada Escritura es el lugar privilegiado para descubrir los eventos de
este camino, y quisiera –una vez más– invitar a todos, en este Año de la Fe, a
tomar a la mano con más frecuencia la Biblia para leerla y meditarla y prestar
mayor atención a las lecturas de la Misa dominical, todo esto constituye un
alimento precioso para nuestra fe.
Leyendo el Antiguo Testamento vemos que las intervenciones
de Dios en la historia del pueblo que ha elegido y con el que ha establecido
una alianza, no son acontecimientos que pasan y caen en el olvido, sino que se
convierten en 'memoria', constituyen la 'historia de salvación' mantenida viva
en la conciencia del pueblo de Israel a través de la celebración de los eventos
salvíficos.
Así, en el libro del Éxodo, el Señor indica a Moisés que
celebre el gran momento de la liberación de la esclavitud de Egipto, la Pascua
judía, con estas palabras: ‘Este día será para vosotros un memorial: lo
celebrarán como fiesta del Señor: de generación en generación, lo celebrarán
como un rito perenne" (12,14). Para todo el pueblo de Israel recordar lo
que Dios ha hecho se convierte en una especie de imperativo permanente para que
el paso del tiempo esté marcado por la memoria viva de los acontecimientos
pasados, que así forman, día tras día, de nuevo la historia y permanecen
presentes.
En el libro del Deuteronomio, Moisés se dirige al pueblo
diciendo: ‘guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas
que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu
vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos’. (4,9). Y así
también nos dice a nosotros: ‘Mira bien para que no olvides las cosas que Dios
ha hecho con nosotros’. La fe es alimentada por el descubrimiento y el recuerdo
del Dios que es siempre fiel, que guía la historia y es el fundamento seguro y
estable sobre el que construir la vida propia.
También el canto del Magnificat que la Virgen María eleva a
Dios, es un ejemplo altísimo de esta historia de salvación, de esta memoria que
tiene presente el obrar de Dios. María exalta el obrar misericordioso de Dios
en el camino concreto de su pueblo, la fidelidad a las promesas de alianza
hechas a Abraham y su descendencia; y todo esto es memoria viva de la presencia
divina que nunca falla. (cfr Lc 1,46-55).
Para Israel, el Éxodo es el acontecimiento histórico central
en que Dios revela su poderosa acción. Dios libera a los israelitas de la
esclavitud en Egipto, para que puedan regresar a la Tierra Prometida y adorarlo
como el único Dios verdadero. Israel no se pone en marcha para ser un pueblo
como los demás –para tener también él una independencia nacional– sino para
servir a Dios en el culto y en la vida, para crear para Dios un lugar donde el
hombre esté en obediencia a Él, donde Dios esté presente y sea adorado en el
mundo y, naturalmente, no sólo para ellos, sino para testimoniarlo en medio de
otros pueblos.
La celebración de este evento es un hacerlo presente y
actual, porque la obra de Dios no falla. Él tiene fe en su designio de
liberación y todavía lo sigue, para que el hombre pueda reconocer y servir a su
Señor y responder con fe y amor a su acción. Entonces Dios se revela a sí mismo
no solo en el acto primordial de la creación, sino entrando en nuestra
historia, en la historia de un pequeño pueblo que no era ni el más numeroso, ni
el más fuerte
Y esta revelación de Dios, que va adelante en la historia,
culmina en Jesucristo. Dios, el Logos, la Palabra creadora que está en el
origen del mundo, se ha encarnado en Jesús y ha mostrado el verdadero rostro de
Dios. En Jesús se cumple toda promesa, en Él se da el culmen de la historia de
Dios con la humanidad.
Cuando leemos el relato de los dos discípulos en camino
hacia Emaús, narrado por San Lucas, vemos como emerge de modo claro que la
persona de Cristo ilumina el Antiguo Testamento, la entera historia de la
salvación y muestra el gran designio unitario de dos Testamentos, muestra el
camino de su unicidad. Jesús, de hecho, explica a los dos viajeros perdidos y
desilusionados que es el cumplimiento de toda promesa: ‘Y, comenzando por
Moisés y por todos los profetas, les explicó que en todas las Escrituras eso se
refería a él’ (24,27).
El Evangelista relata la exclamación de los dos discípulos
luego de haber reconocido que aquel compañero de viaje era el Señor: ‘¿No ardía
tal vez nuestro corazón mientras él conversaba con nosotros en el camino,
cuando nos explicaba las Escrituras?’ (v. 32).
El Catecismo de la Iglesia Católica resume las etapas de la
revelación divina: Dios ha invitado al hombre, desde el principio, a una
comunión profunda con Él, e incluso cuando el hombre, por su desobediencia,
pierde su amistad, Dios no lo abandona al poder de la muerte; al contrario, le
ofrece muchas veces su alianza.
El Catecismo recorre el camino de Dios con el hombre desde
la alianza con Noé después del diluvio, a la llamada de Abraham a salir de su
tierra para hacerle padre de una multitud de pueblos. Dios constituye a Israel
como su pueblo, a través del Éxodo, la alianza del Sinaí y el don, por medio de
Moisés, de la Ley para ser reconocido y servido como el único Dios vivo y
verdadero. Con los profetas, Dios conduce a su pueblo a la esperanza de la
salvación.
Conocemos –a través de Isaías– el ‘segundo Éxodo’, el retorno
del exilio de Babilonia a la propia tierra, la refundación del pueblo, en el
mismo tiempo, pero muchos se quedan en la dispersión y así comienza la
universalidad de esta fe. Al final no se espera más sólo a un rey, David, un
hijo de David, sino un ‘Hijo del hombre’, la salvación de todos los pueblos. Se
realizan encuentros entre las culturas, primero con Babilonia y Siria, luego
también con la multitud griega.
Así vemos así cómo el camino de Dios se ensancha, se abre
cada vez más hacia el misterio de Cristo, el Rey del Universo. En Cristo se
realiza finalmente la salvación en su plenitud, el designio benevolente de
Dios. Él mismo se hace uno de nosotros.
Hice una pausa para hacer memoria sobre el obrar de Dios en
la historia del hombre, para mostrar las etapas de este gran designio de amor
testimonio en el Antiguo y el Nuevo Testamento: un único designio de salvación
para toda la entera humanidad, progresivamente revelado y realizado por la
potencia de Dios, donde Dios siempre reacciona a las respuestas del hombre y
encuentro nuevos inicios de alianza cuando el hombre se pierde. Esto es
fundamental en el camino de fe.
Estamos en el tiempo litúrgico del Adviento que nos prepara
para la Santa Navidad. Como todos sabemos la palabra 'Adviento' significa
'venida', 'presencia', y antiguamente indicaba la llegada del rey o del
emperador a una determinada provincia. Para nosotros los cristianos, significa
una realidad maravillosa y desconcertante. Dios mismo ha atravesado su cielo y
se ha inclinado hacia el hombre; ha forjado una alianza con él, entrando en la
historia de un pueblo.
Él es el rey que ha bajado a esta pobre provincia que es la
tierra, y nos ha obsequiado con su visita asumiendo nuestra carne, haciéndose
hombre como nosotros. El Adviento nos invita a recorrer el camino de esta
presencia y nos recuerda una y otra vez que Dios no se ha ido del mundo, que no
está ausente, que no nos abandona; al contrario, sale a nuestro encuentro de
diferentes maneras que tenemos que aprender a discernir.
Y también
nosotros, con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos
llamados, día a día, a distinguir y testimoniar esta presencia en el mundo a
menudo superficial y distraído, a hacer que resplandezca en nuestra vida la luz
que ha iluminado la gruta de Belén. Gracias
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