Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy la
Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un camino que viene ulteriormente
enriquecido por el Año de la fe, a 50 años de la apertura del Concilio
Ecuménico Vaticano II. El primer Tiempo de este itinerario es el Adviento,
formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden el Nacimiento
del Señor, es decir el misterio de la encarnación. La palabra «adviento»
significa «venida» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del
rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la
venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero
el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y
la segunda venida de Jesucristo. La primera es en la Encarnación; la segunda es
el regreso glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que
cronológicamente son distantes -y no nos es dado saber cuánto-, en profundidad
se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ha realizado ya aquella
transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Sin
embargo antes del final, es necesario que el Evangelio sea proclamado a todas
las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cfr Mc 13,10). La
venida del Señor continúa, el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta
venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente
nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la prometida Esposa
del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cfr Ap 21,9), en comunión con su
Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya empieza su regreso
glorioso.
A esto nos
llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar
preparados a la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a sus
discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el
libertinaje, por la embriaguez … Estad en vela orando en todo tiempo» (Lc
21,34.36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la
invitación a «progresar y sobreabundar en el amor» de unos con otros, y para
con todos para que se consoliden los corazones con santidad irreprochable ante
Dios (cfr 1 Ts 3,12-13). En medio del desorden del mundo, o en los desiertos de
la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación
y la testimonian con un modo diverso de vivir, como una ciudad colocada sobre
un monte. «En Aquellos días - anuncia el profeta Jeremías - estará a salvo
Jerusalén, y la llamarán "El Señor es nuestra justicia"» (33,16). La
comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que ya
está presente y operosa en la historia pero que no está todavía plenamente
realizada, y por lo tanto es siempre esperada, invocada, buscada con paciencia
y valor.
La Virgen
María encarna perfectamente el espíritu del Adviento, hecho de la escucha de
Dios, de deseo profundo de cumplir con su voluntad, de gozoso servicio hacia el
prójimo. Dejémonos guiar por ella, para que el Dios que viene no nos encuentre
cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un
poco de su reino de amor, de justicia y de paz.
Traducción:
Patricia L. Jáuregui Romero – Radio Vaticano
TEXTO
SALUDOS DEL PAPA EN ESPAÑOL:
Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración
mariana. Abrimos hoy el Adviento, que nos trae a la memoria la doble venida de
Jesús, la primera que se reveló en la realidad de la carne y la segunda que se
manifestará al final de los tiempos. Que al comenzar este tiempo - como se ora
en la liturgia- el Señor avive en nosotros el deseo de salir a su encuentro,
acompañados por las buenas obras, y así un día merezcamos poseer el reino
eterno. Que la Virgen María, que esperó a su Divino Hijo con inefable amor de
Madre, nos acompañe y guíe para alcanzar estos anhelos. Muchas gracias.
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