Juan Diego
Cuauhtlatoatzin, Santo
Autor: P.
Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Vidente de
la Virgen de Guadalupe, 9 de Diciembre
Juan Diego
Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila),
un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año
1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan
Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En
1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a
los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que
intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que
cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego
fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas,
cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron
plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre
de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza
de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para
todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo
que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de
este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan
Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la
fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco
después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra
Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de
su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción;
aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita.
Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días,
especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como
recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas
consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy
principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus
pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su
devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego
se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte
que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el
tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan
Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto
a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a
Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero
Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para
conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego
manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío
estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el
corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe,
quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una
fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para
ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente
al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de
Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su
amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de
oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme
a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.”
También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales
y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba
con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia,
se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder
entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda
persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz
los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido
este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la
Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió
su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a
este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado
el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en
un verdadero misionero.
Cuando Juan
Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las
Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se
exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo
que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de
que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía.
Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco:
“el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que
recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros
evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor
a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron
mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya
tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro
familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente
tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en
el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se
declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles]
Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di
Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo importante
también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de
la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia,
ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado
muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo,
aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y
ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José,
descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida
al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho
que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra;
constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades,
peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía”.
El indio
Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en
las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero
intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho
Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue
donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como
lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla
como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho
indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel
Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego
y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus
necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser
natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso
de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y
honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían
ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy
puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy
ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo,
decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo
veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y
después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó
su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era
muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha
Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo
a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese
buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por
Varón Santo.”
La india
doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas
Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo,
pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este
dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo
varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a
otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que
había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de
Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que
era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era
“amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su
abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos
fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya
causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don
Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al
dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón
santísimo.”
Como
decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino,
el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario
que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis
años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y
quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo
le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de
que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También
fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican
motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos
y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que
también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario