Creo en Dios: el Creador del cielo y de la tierra, el
Creador del ser humano
Pasaje bíblico: Gen 1,1-2.27.31 a
Queridos hermanos y hermanas:
el Credo, que comienza calificando a Dios como "Padre
Todopoderoso", como ya meditamos la semana pasada, añade luego que Él es
"el Creador del cielo y de la tierra", y así retoma la afirmación con
la que empieza la Biblia. En el primer versículo de la Sagrada Escritura, se
lee, en efecto, como hemos escuchado: "Al principio Dios creó el cielo y
la tierra" (Génesis 1,1): es Dios el origen de todas las cosas y en la
belleza de la creación se despliega su omnipotencia de Padre amoroso.
Dios se manifiesta como Padre en la creación, como origen de
la vida, y, al crear, muestra su omnipotencia. Las imágenes utilizadas por la
Sagrada Escritura a este respecto son muy sugestivas (cf. Is 40,12, 45,18,
48,13, Salmos 104,2.5, 135,7, Pr 8, 27-29). Él, como Padre bueno y poderoso,
cuida todo lo que ha creado con un amor y una fidelidad que nunca faltan (cf.
Sal 57,11, 108,5, 36,6). Repiten los Salmos. De este modo, la creación se
convierte en un lugar donde conocer y reconocer la omnipotencia de Dios y su
bondad, y se convierte en una llamada a la fe de nosotros los creyentes para
que proclamemos a Dios como Creador. "Por la fe - escribe el autor de la
Carta a los Hebreos - comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de
manera que lo visible proviene de lo invisible " (11,3). La fe implica
pues saber reconocer lo invisible, reconociendo su huella en el mundo visible.
El creyente puede leer el gran libro de la naturaleza y comprender su lenguaje;
el universo nos habla de Dios, pero es necesaria su Palabra de revelación, que
suscita la fe, para que el hombre pueda alcanzar la plena conciencia de la
realidad de Dios como Creador y Padre.
Es en el libro de la Sagrada Escritura donde la inteligencia
humana puede encontrar, a la luz de la fe, la clave interpretativa para
comprender el mundo. En particular, tiene un lugar especial el primer capítulo
del Génesis, con la presentación solemne de la obra creadora divina, que se
despliega a lo largo de siete días: en seis días Dios lleva a término la
creación y el séptimo día, el sábado, deja toda actividad y descansa. Día de
libertad para todos, día de la comunión con Dios y así, con esta imagen, el
Libro del Génesis nos indica que el primer anhelo de Dios era el de encontrar
un amor que respondiera a su amor. Y el segundo, el de crear un mundo material
donde colocar este amor, a estas criaturas que libremente le respondan.
Esta estructura hace que el texto esté marcado por algunas
repeticiones significativas. Durante seis veces, por ejemplo, se repite la
frase: "Y Dios vio que era bueno" (vv. 4.10.12.18.21.25) y,
finalmente, la séptima vez, después de la creación del hombre: "Dios miró
todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno "(v. 31). Todo lo que
Dios crea es bello y bueno, impregnado de sabiduría y de amor; la acción
creadora de Dios pone orden, infunde armonía, dona belleza.
En el relato del Génesis emerge luego que el Señor crea en
su palabra: durante diez veces se lee en el texto, el término "dijo
Dios" (vv. 3.6.9.11.14.20.24.26.28.29), es la palabra, el logos de Dios el
origen de la realidad del mundo, al decir ‘Dios dijo’ subraya el poder eficaz
de la Palabra divina. Así canta el Salmista: ‘La palabra del Señor hizo el
cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales... porque él lo dijo,
y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste’. La vida surge y el
mundo existe porque todo obedece a la Palabra divina.
Pero nuestra pregunta hoy es ¿tiene sentido, en la era de la
ciencia y de la técnica, seguir hablando de la creación? ¿Cómo debemos comprender
la narración del Génesis?
La Biblia no quiere ser un manual de ciencias naturales; lo
que sí quiere es hacer comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas.
La verdad fundamental, que las narraciones del Génesis, nos desvelan es que el
mundo no es un conjunto de fuerzas contrastantes entre sí, sino que tiene su
origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna de Dios, que continúa
sosteniendo el universo. Hay un diseño sobre el mundo que nace de esta Razón,
del Espíritu creador. Creer que en la base de todo hay esto, ilumina cada
aspecto de la existencia y da la valentía necesaria para afrontar con confianza
y con esperanza la aventura de la vida.
Por lo tanto la Escritura nos dice que el origen de la
existencia del mundo, y de la nuestra no es lo irracional y la necesidad, sino
la razón, el amor y la libertad. Ésta es la alternativa: o prioridad de lo
irracional y de la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del
amor. Nosotros creemos en esta posición.
Pero me gustaría decir unas palabras sobre lo que es el
culmen de todo lo creado: El hombre y la mujer, el ser humano, el único
"capaz de conocer y amar a su Creador" (Constitución Pastoral Gaudium
et Spes, 12). El salmista mirando los cielos se pregunta: " Al ver el
cielo, obra de tus manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el
hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?"(8,4 a
5). El ser humano, creado con amor por Dios, es algo muy pequeño ante la
inmensidad del universo; a veces, mirando fascinados los espacios enormes del
firmamento, también nosotros percibimos nuestro ser limitados. El ser humano
está abitado por esta paradoja: nuestra pequeñez y caducidad conviven con la
grandeza de lo que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros.
Los relatos de la creación en el Libro del Génesis también
nos introducen en este misterioso ámbito, ayudándonos a conocer el plan de Dios
para el hombre. En primer lugar afirmando que Dios formó al hombre del polvo de
la tierra (cf. Gn 2:7). Esto significa que no somos Dios, no nos hemos hecho
solos, somos tierra; pero también significa que somos la buena tierra, a través
de la obra del Creador bueno. A esto se suma otra realidad fundamental: todos
los seres humanos son polvo, más allá de las distinciones hechas por la cultura
y la historia, más allá de cualquier diferencia social; somos una única
humanidad plasmada con la sola tierra de Dios. Hay también un segundo elemento:
el ser humano se origina porque Dios sopla el aliento de vida en el cuerpo moldeado
por la tierra (cf. Gn 2:7). El ser humano está hecho a imagen y semejanza de
Dios (cf. Gn 1:26-27). «Todos, entonces, llevamos en nosotros el aliento vital
de Dios y cada vida humana – nos dice la Biblia – está bajo la particular
protección de Dios. Ésta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la
dignidad humana, contra toda tentación de evaluar a la persona según criterios
utilitaristas y de poder». Ser a imagen y semejanza de Dios indica que el
hombre no está encerrado en sí mismo, sino que tiene una referencia esencial en
Dios
En los primeros capítulos del Libro del Génesis encontramos
dos imágenes significativas: el jardín con el árbol del conocimiento del bien y
del mal y la serpiente (cf. 2:15-17; 3,1-5). El jardín nos dice que la realidad
en la que Dios ha puesto al ser humano no es un bosque salvaje, sino un lugar
que protege, nutre y sustenta; y el hombre debe reconocer el mundo no como
propiedad para ser saqueada y explotada, sino como don del Creador, signo de su
voluntad salvífica, un don que ha de cultivar y cuidar, hacer crecer y
desarrollar con respeto, en armonía, siguiendo los ritmos y la lógica, de
acuerdo con el plan de Dios (cf. Gn 2,8-15).
La serpiente es una figura que viene de los cultos
orientales de la fecundidad, que tanto fascinaban a Israel y que eran una
constante tentación para abandonar la misteriosa alianza con Dios. A la luz de
esto, la Sagrada Escritura presenta la tentación a la que vienen sometidos Adán
y Eva como el núcleo de la tentación y el pecado. ¿Qué dice la serpiente? No
niega a Dios, pero insinúa una falsa pregunta: "¿Así que Dios les ordenó
que no comieran de ningún árbol del jardín?».(Génesis 3:1). De esta manera, la
serpiente suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como una cadena que
ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida.
La tentación invita a construirse el propio mundo en el que
vivir, no acepta las limitaciones del ser criatura, los límites del bien y del
mal, de la moral; la dependencia del amor del Dios Creador es vista como una
carga de la que liberarse. Éste es siempre el núcleo de la tentación. Pero
cuando se distorsiona la relación con Dios, poniéndose en su lugar, todas las
demás relaciones se alteran. Entonces, el otro se convierte en un rival, en una
amenaza: Adán, después de haber sucumbido a la tentación, acusa de inmediato a
Eva (cf. Gn 3:12), y los dos se ocultan de la vista de aquel Dios con quien hablaban
con amistad (ver 3.8 - 10); el mundo ya no es el jardín para vivir en armonía,
sino un lugar para ser explotado y lleno de insidias ocultas (cf. 3:14-19), la
envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre: ejemplar es
Caín que mata a su propio hermano Abel (cf. 4,3-9). Yendo contra su Creador, en
realidad el hombre va en contra de sí mismo, reniega su origen y por lo tanto
su verdad; y el mal entra en el mundo, con su triste cadena de dolor y de
muerte. Y si todo lo que había creado Dios era bueno, muy bueno, después de
esta libre decisión del hombre, de mentir contra la verdad, el mal entra en el
mundo.
De los relatos de la creación, me gustaría destacar una
última enseñanza: el pecado engendra el pecado y todos los pecados de la historia
están interrelacionados. Este aspecto nos lleva a hablar de lo que ha sido
llamado el "pecado original". ¿Cuál es el significado de esta
realidad, difícil de entender? Quisiera sólo dar algún elemento. En primer
lugar, debemos tener en cuenta que ningún hombre está encerrado en sí mismo,
nadie puede vivir de sí mismo y para sí mismo; nosotros recibimos la vida del
otro y no sólo en el nacimiento, sino todos los días. El ser humano es
relación: Yo soy yo mismo solo en el tú y a través del tú, en la relación de
amor con el Tú de Dios y el tú de los otros. Pues bien, el pecado perturba o
destruye la relación con Dios, su presencia destruye la relación con Dios, la
relación fundamental, toma el lugar de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que con el primer
pecado el hombre ‘hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias
de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien’ (n. 398).
Perturbada la relación fundamental, son puestos en peligro o destruidos también
los otros polos de la relación, el pecado arruina las relaciones, así lo
destruye todo, porque nosotros somos relación.
Ahora bien, si la estructura relacional de la humanidad
viene malograda desde el principio, todo hombre entra en un mundo marcado por
esta alteración de las relaciones, entra en un mundo perturbado por el pecado,
que le marca personalmente; el pecado inicial daña y hiere la naturaleza humana
(cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 404-406). Y el hombre, por sí solo, no
puede salir de esta situación; sólo el Creador puede restaurar las justas
relaciones. Sólo si Aquel, del que nos hemos desviado, viene hacia nosotros y
nos tiende la mano con amor, las justas relaciones pueden reanudarse. Esto se
realiza en Jesucristo, que cumple exactamente el recorrido inverso al de Adán,
como describe el himno del segundo capítulo de la Epístola de San Pablo a los
Filipenses (2:5-11): mientras que Adán no reconoce su ser criatura y quiere
ponerse en el lugar de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, está en una perfecta relación
filial con el Padre, se abaja, se convierte en el siervo, recorre el camino del
amor humillándose hasta la muerte en la cruz, para reordenar las relaciones con
Dios. La Cruz de Cristo se convierte así en el nuevo Árbol de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, vivir la fe quiere decir
reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de
criaturas dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca nuestra
verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un
misterio que queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de
poder ser liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre».
(Traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)
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