En la liturgia de hoy, el Evangelio según Lucas presenta el
relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión original
respecto a los otros dos Sinópticos, Marcos y Mateo (Cfr. Mc 1, 16-20; Mt 4,
18-22). En efecto, precede la llamada la enseñanza de Jesús a la multitud y una
pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho,
mientras la muchedumbre se amontona en la orilla del lago de Genesaret para
escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante
toda la noche. Primero le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la
gente estando a poca distancia de la rivera; después, terminada la predicación,
le pide que vaya mar adentro con sus compañeros y que tire las redes (Cfr v.
5). Simón obedece, y ellos pescan una cantidad increíble de peces. De este
modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús
confiando en Él, basándose en su Palabra, acompañada también por signos
prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús
llamándolo «Maestro» (v. 5), mientras después lo llama «Señor» (v. 7). Es la
pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos,
sino su fe, como la de Simón que dice: «En tu palabra, echaré las redes» (v.
5).
La imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia.
Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar
por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la
resurrección. En las dos pescas está representada la entera Iglesia: la Iglesia
como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora
acoge a una multitud imposible de numerar, que comprende a los buenos y a los
malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso
248,1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es
representativa de la llamada de cada apóstol del Evangelio, que jamás debe
desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del
mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al
sacerdocio y a la vida consagrada. Ella es obra de Dios. El hombre no es autor
de su propia vocación, sino respuesta a la propuesta divina; y la debilidad
humana no debe causar temor si Dios llama. Es necesario tener confianza en su
fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez
más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios
reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas el valor, la
confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los
fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde
echar las redes con fe, el Señor hará el resto. Confiemos también en la
intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. A la llamada del Señor,
Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió con total entrega: «Heme aquí».
Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús,
Maestro y Señor.
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