Texto completo abajo tomado de RADIO VATICANO, ACIPRENSA y videos de ROMEREPORTS.
Entrada del Santo Padre
"Como saben – (aplausos...) gracias, por vuestra simpatía – he decidido renunciar al ministerio que el Señor me encomendó el 19 de abril de 2005. Lo he decidido en plena libertad y por el bien de la Iglesia, después de haber rezado largo tiempo y de haber examinado mi consciencia ante Dios, profundamente consciente de la gravedad de este acto, pero, al mismo tiempo consciente, de no tener ya la capacidad de ejercer el ministerio petrino con el vigor que el mismo requiere. Me sostiene e ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo. Él no le hará faltar nunca su guía y cuidado. Agradezco a todos por el amor y la oración con la que me han acompañado.
En estos días no fáciles para mí, he percibido casi físicamente la fuerza de la oración, que me da el amor de la Iglesia y de vuestra oración. Sigan rezando por mí, por la Iglesia y por el futuro Papa ¡El Señor nos guiará!"
Palabras (Resúmen) en español:
Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días que nos preparan a la celebración de la Santa Pascua. Es un tiempo de particular esfuerzo en nuestro camino espiritual. Cuarenta días es el período que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública, y donde fue tentado por el diablo.
Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días que nos preparan a la celebración de la Santa Pascua. Es un tiempo de particular esfuerzo en nuestro camino espiritual. Cuarenta días es el período que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública, y donde fue tentado por el diablo.
Reflexionar sobre las tentaciones de Jesús en
el desierto es una invitación a responder a la pregunta fundamental: ¿Qué es lo
importante en la vida? ¿Qué puesto ocupa el Señor en nuestra existencia? Las
tentaciones que afronta Jesús muestran el riesgo de instrumentalizar a Dios, de
usarlo para el propio interés, para la propia gloria. Dar a Dios el primer
puesto ante las tentaciones requiere “convertirse”; significa seguir a Cristo
de forma que su Evangelio sea guía concreta de la vida; es reconocer que somos
criaturas, que dependemos de él, de su amor; que solamente “perdiendo” la vida
por su causa la podemos ganar. Convertirse es no dejarse invadir por las
ilusiones, las apariencias, las cosas; es buscar que la verdad, la fe y el amor
en Dios sean lo más importante de nuestra vida.
texto completo a continuación, tomado de ACIPRENSA
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy,
Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta
días que nos preparan para la celebración de la Santa Pascua: es un tiempo de
particular esfuerzo en nuestro camino espiritual.
El número
cuarenta aparece varias veces en las Sagradas Escrituras. En particular, como
sabemos, recuerda los cuarenta años en los que el pueblo de Israel peregrinó en
el desierto: un largo periodo de formación para convertirse en pueblo de Dios,
pero también un largo periodo en el que la tentación de ser infieles a la
alianza con el Señor estuvo siempre presente.
Cuarenta
fueron también los días de camino del profeta Elías para alcanzar el Monte de
Dios, el Horeb, como también el periodo que Jesús pasó en el desierto antes de
iniciar su vida pública y donde fue tentado por el diablo. En esta catequesis
quisiera reflexionar sobre este momento de la vida terrena del Señor, que
leeremos en el Evangelio del próximo domingo.
Antes que
nada, el desierto donde Jesús se retira, es el lugar del silencio, de la
pobreza, donde el hombre está privado de los apoyos materiales y se encuentra
ante las preguntas fundamentales de la existencia, está destinado a ir a lo
esencial y por ello es más fácil encontrar a Dios. Pero el desierto es también
el lugar de la muerte, porque donde no hay agua no hay tampoco vida, y es el
lugar de la soledad, en el que el hombre siente más intensa la tentación.
Jesús va al
desierto y allí experimenta la tentación de dejar el camino indicado por el
Padre para seguir otros caminos más fáciles y mundanos (cfr Lc 4,1-13). Así Él
se carga de nuestras tentaciones, porta consigo nuestra miseria para vencer al
maligno y abrirnos al camino hacia Dios, el camino de la conversión.
Reflexionar
sobre las tentaciones a las que es expuesto Jesús en el desierto es una
invitación para cada uno de nosotros a responder a una pregunta fundamental:
¿qué cosa cuenta realmente en mi vida? En la primera tentación el diablo
propone a Jesús cambiar una piedra en pan para calmar el hambre. Jesús responde
que el hombre vive de pan, pero no sólo de él: sin una respuesta al hambre de
verdad, al hambre de Dios, el hombre no se puede salvar (cfr vv. 3-4).
En la
segunda tentación, el diablo propone a Jesús el camino del poder: lo conduce a
lo alto y le ofrece el dominio del mundo; pero no es éste el camino de Dios:
Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano el que salva al mundo sino el
poder de la cruz, de la humildad, del amor (cfr vv. 5-8).
En la
tercera tentación el diablo propone a Jesús lanzarse del pináculo del Templo de
Jerusalén y hacerse salvar por Dios con sus ángeles, cumplir así cualquier cosa
sensacional para poner a prueba a Dios mismo. Pero la respuesta es que Dios no
es un objeto al que se le impone nuestras condiciones: es el Señor de todo (cfr
vv. 9-12).
¿Cuál es el
núcleo de las tres tentaciones que experimenta Jesús? Es la propuesta de
instrumentalizar a Dios, de usarlo para los propios intereses, para la propia
gloria y para el propio éxito. Y entonces, en esencia, ponerse uno mismo en el
lugar de Dios, sacándolo de la propia existencia y haciéndolo parecer
superfluo. Cada uno debería preguntarse entonces: ¿qué lugar tiene Dios en mi
vida? ¿Es Él el Señor o lo soy yo?
Superar la
tentación de someter a Dios a sí y a los propios intereses o de ponerlo en un
ángulo y convertirse al justo orden de prioridad, dar a Dios el primer puesto,
es un camino que cada cristiano debe recorrer siempre de nuevo.
"Convertirse", una invitación que escucharemos muchas veces en
Cuaresma, significa seguir a Jesús de modo que su Evangelio sea guía concreta
de la vida, significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos
nosotros los únicos constructores de nuestra existencia, significa reconocer
que somos criaturas, que dependemos de Dios, de su amor, y sobre todo
"perdiendo" nuestra vida en Él podemos ganarla.
Esto exige
hacer nuestras elecciones a la luz de la Palabra de Dios. Hoy ya no se puede
ser cristianos como simple consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que
tiene raíces cristianas: también quien nace de una familia cristiana y es
educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano, es
decir dar a Dios el primer lugar ante las tentaciones que una cultura
secularizada propone continuamente, ante el juicio crítico de muchos
contemporáneos.
Las pruebas
a las cuales la sociedad actual somete al cristiano, de hecho, son muchas y
tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio
cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la
oración y al silencio interior, no es fácil oponerse públicamente a opciones
que muchos consideran obvias, como el aborto en el caso de un embarazo no
deseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave o la selección de embriones
para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de poner aparte la propia
fe siempre está presente y la conversión se vuelve una respuesta a Dios que
debe ser confirmada más veces en la vida.
Son ejemplo
y estímulo las grandes conversiones como la de San Pablo en el camino a
Damasco, o la de San Agustín, pero también en nuestra época de eclipse del
sentido de lo sagrado la gracias de Dios actúa y obra maravillas en la vida de
muchas personas. El Señor no se cansa de tocar a la puerta del hombre en
contextos sociales y culturales que parecen infestados por la secularización,
como sucedió con el ruso ortodoxo Pavel Florenskij.
Luego de
recibir una educación completamente agnóstica, tanto así como para probar
verdaderamente la propia hostilidad hacia la enseñanza religiosa impartida en
la escuela, el científico Florenskij se descubre exclamando: "¡No, no se
puede vivir sin Dios!" y cambia completamente su vida, tanto así que se
hace monje.
Pienso
también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que
murió en Auschwitz. Inicialmente lejana a Dios, lo descubre mirando en
profundidad dentro de sí misma y escribe: "Un pozo muy profundo hay dentro
de mí. Y Dios está en ese pozo. Tal vez logre alcanzarlo, aunque lo cubren con
frecuencia la piedra y la arena Dios está sepultado. Hace falta de nuevo que lo
desentierre" (Diario, 97).
En su vida
dispersa e inquieta, reencuentra a Dios en medio de la gran tragedia del
novecientos, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la
fe, se transforma en una mujer llena de amor y paz interior, capaz de afirmar: "Vivo
constantemente en intimidad con Dios".
La
capacidad de oponerse a las adulaciones ideológicas de su tiempo para así
elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe es
testimoniada por otra mujer de nuestro tiempo, la estadounidense Dorothy Day.
En su autobiografía confiesa abiertamente que ha caído en la tentación de
resolver todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista:
"Quería ir con los manifestantes, ir a la cárcel, escribir, influenciar a
otros y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma
había en todo esto!"
El camino
hacia la fe en un ambiente así secularizado era particularmente difícil, pero
la Gracia obra, como ella misma subraya: "es cierto que sentí más
frecuentemente la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme, de poner mi
cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no era consciente
de rezar. Pero iba, me ponía en la atmósfera de oración…" Dios la ha
conducido a una adhesión consciente a la Iglesia, en una vida dedicada a los
desheredados.
En nuestra
época no son pocas las conversiones intensas como el retorno de quien, luego de
una educación cristiana con frecuencia superficial, se ha alejado por años de
la fe y luego redescubre a Cristo y su Evangelio. En el libro del Apocalipsis
leemos: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me
abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo" (3, 20). Nuestro
hombre interior debe prepararse para ser visitado por Dios y por ello no debe dejarse
invadir por las ilusiones, las apariencias, las cosas materiales.
En este
tiempo de Cuaresma, en el Año de la Fe, renovemos nuestro esfuerzo en el camino
de conversión, para superar la tendencia de cerrarnos en nosotros mismos y para
hacer, en vez de eso, espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad
cotidiana. La alternativa entre cerrarnos a nuestro egoísmo y la apertura al
amor de Dios y los demás, podríamos decir que corresponde a la alternativa de
las tentaciones de Jesús: alternativa entre el poder humano y el amor de la
Cruz, entre una redención vista solo en el bienestar material y una redención
como obra de Dios, al que debemos dar el primado en la existencia.
Convertirse
significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de
la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad y
la fe en Dios y el amor se conviertan en la cosa más importante.
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(RadioVaticano).-
Después de su catequesis el Papa publicó un Tweet en nueve idiomas, en el que
ha escrito:
En el tiempo de Cuaresma que iniciamos,
esforcémonos por convertirnos, abriendo nuestra vida cada vez más a Dios.
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