Dios cambia nuestra
suerte
Texto completo de la Catequesis del Papa: tomado de RADIO VATICANO
Queridos
hermanos y hermanas, en las catequesis precedentes meditamos sobre algunos
Salmos de lamentación y de confianza. Hoy quisiera que reflexionáramos juntos
sobre un Salmo con notas festivas, una oración que, en la alegría, canta las
maravillas de Dios. Es el Salmo 126 - según la datación greco latina 125 – que
celebra las grandes cosas que el Señor ha obrado con su pueblo y que obra
continuamente con todo creyente.
El
Salmista, en nombre de todo Israel, comienza su oración recordando la
experiencia exaltante de la salvación:
«Cuando el
Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: la boca se nos
llenaba de risas. La lengua, de cantares. Hasta los gentiles decían: ‘¡El Señor
ha estado grande con ellos! » (vv. 1-2a).
El Salmo
habla de una “suerte cambiada”, es decir, devuelta a su estado originario, con
todas sus precedentes características positivas. Se parte, es decir, de una
situación de sufrimiento y de necesidad, a la que Dios responde obrando con la
salvación y volviendo a llevar al orante a la condición de antes, aún más
enriquecida y mejorada. Es lo que le sucede a Job, cuando el Señor le vuelve a
donar todo lo que había perdido, duplicándolo y brindándole una bendición aún
mayor (cfr Jacob 42,10-13), y es lo que experimenta el pueblo de Israel,
regresando a su patria, desde el exilio babilónico. Este Salmo se interpreta,
precisamente, en referencia con el fin de la deportación a la tierra
extranjera: la expresión “cambió la suerte de Sión” se lee y comprende en la
tradición como un “hacer volver a los prisioneros de Sión”. En efecto, el
retorno del exilio es paradigma de toda intervención divina de salvación,
porque la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia fueron un experiencia
devastadora para el pueblo elegido, no sólo en el plano político y social, sino
también - y sobre todo - en el plano religioso y espiritual. La pérdida de la
tierra, el fin de la monarquía davídica y la destrucción del Templo parecen
desmentir las promesas divinas, y el pueblo de la alianza, disperso entre los
paganos, se interroga dolorosamente sobre un Dios que parece que lo ha
abandonado. Por ello, el fin de la deportación y el retorno a la patria se
experimentan como un maravilloso retorno a la fe, a la confianza, a la comunión
con el Señor; es un “restablecimiento de la suerte” que implica también
conversión del corazón, perdón, el reencuentro de la amistad con Dios, tomar
conciencia de su misericordia y la renovada posibilidad de alabarlo (cfr Jer
29,12-14; 30,18-20; 33,6-11; Ez 39,25-29). Se trata de una experiencia de
alegría rebosante, de sonrisas y gritos de júbilo, tan linda que “parecía que
soñábamos”.
Las
intervenciones divinas tienen a menudo una forma inesperada, que va mucho más
allá de lo que el hombre se pueda imaginar. He aquí, entonces, la maravilla y
la alegría que se expresan con la alabanza: “‘¡El Señor ha estado grande con
ellos!”. Es lo que dicen las naciones y lo que proclama Israel:
«Hasta los
mismos paganos decían: ‘¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!’. ¡Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!» (vv. 2b-3).
Dios hace
maravillas en la historia de los hombres. Obrando la salvación, se revela a
todos como Señor poderoso y misericordioso, refugio del oprimido, que no olvida
el clamor de los pobres (cfr Sal 9,10.13), que ama la justicia y el derecho y
la tierra está llena de su amor (cfr Sal 33,5). Por ello, ante la liberación
del pueblo de Israel, todas las gentes reconocen las cosas grandes y estupendas
que Dios cumple en favor de su pueblo y celebran al Señor en la su realidad de
Salvador. E Israel hace resonar la proclamación de las naciones y la repite
como protagonista, como directo destinatario de la acción divina: « Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros »; “por nosotros”, o más precisamente, “con
nosotros”, en hebraico ‘immanû, afirmando así esa relación privilegiada que el
Señor mantiene con sus elegidos y que encontrará en el nombre Emmanuel, “Dios
con nosotros” - con el que es llamado Jesús - su culmen y su plena
manifestación (cfr Mt 1,23).
Queridos
hermanos y hermanas, en nuestra oración deberíamos ver más a menudo, cómo en
las vivencias de nuestra vida, el Señor nos ha protegido, guiado y ayudado,
alabándolo por cuánto ha hecho y hace por nosotros. Debemos estar más atentos a
las cosas buenas que el Señor nos da. Estamos atentos siempre a los problemas y
a las dificultades y casi no queremos percibir que hay cosas bellas que vienen
del Señor. Esta atención que se vuelve gratitud es muy importante para nosotros
y nos crea una memoria del bien que nos ayuda también en las horas oscuras.
Dios cumple cosas grandes y el que las experimenta está atento a la bondad del
Señor, con la atención del corazón rebosante de alegría. Con esta nota festiva
se concluye la primera parte del Salmo. Ser salvados y volver a la patria desde
el exilio es como volver a la vida: la liberación da paso a la sonrisa, pero,
al mismo tiempo, a la espera de un cumplimiento aún por desear y pedir. Ésta es
la segunda parte de nuestro Salmo que dice así:
«¡Cambia,
Señor, nuestra suerte como los torrentes del Negev! Los que siembran entre
lágrimas cosecharán entre canciones. El sembrador va llorando cuando esparce la
semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas» ( 4-6).
Así como,
al comienzo de su oración, el Salmista celebraba la alegría de una suerte ya
restablecida por el Señor, ahora la pide como algo que todavía se debe
realizar. Este Salmo se aplica al retorno del exilio, esta aparente
contradicción se explicaría con la experiencia histórica, vivida por Israel, de
un retorno difícil a la patria, sólo parcial, que lleva al orante a solicitar
una ulterior intervención divina, para llevar a la plenitud la restauración del
pueblo.
Pero el
Salmo va más allá del dato puramente histórico para abrirse a dimensiones más
amplias, de tipo teológico. La experiencia consoladora de la liberación de
Babilonia es, sin embargo, todavía incompleta, “ya” ocurrida, pero “no aún”
marcada por la definitiva plenitud. Así pues, mientras celebra con alegría la
salvación recibida, la oración se abre a la expectativa de la plena
realización. Por esto el Salmo utiliza imágenes particulares, que, con su
complejidad, se refieren a la realidad misteriosa de la redención, en la que se
entrelazan don recibido pero aún no poseído, vida y muerte, alegría de ensueño
y lágrimas de dolor. La primera imagen alude a los torrentes secos del desierto
del Negev, que con las lluvias rebosan de agua impetuosa que vuelve a dar vida
a la tierra reseca y la hace florecer de nuevo. La petición del salmista es,
pues, que se restablezca la suerte del pueblo y que el retorno del exilio sea
para él como el agua, abrumadora e irresistible, capaz de convertir el desierto
en una vasta extensión de hierba verde y flores.
La segunda
imagen se desplaza de las colinas áridas y rocosas del Negev a los campos que
los agricultores cultivan para sacar alimentos. Para hablar de la salvación,
aquí se recuerda la experiencia que se renueva cada año en el mundo agrícola:
el tiempo difícil y agotador de la siembra y la alegría incontenible de la
cosecha. Una siembra acompañada por lágrimas, porque se lanza lo que podría
convertirse en pan, exponiéndose a una espera llena de incertidumbre: el
campesino trabaja, prepara la tierra, esparce la simiente, pero no sabe dónde
caerá aquella semilla, si se la comerán los pájaros, si prenderá, si echará
raíces, si reconvertirá en espiga (cfr Mateo 13,3-9; Marcos 4,2-9; Lucas
8,4-8). Lanzar la semilla es un acto de confianza y de esperanza; es necesario
el trabajo del hombre, pero luego se entra en una espera impotente, muchos
factores entran en juego y son determinantes para el éxito de la cosecha y que
el riesgo del fracaso siempre está al acecho. Y sin embargo, año tras año, el
agricultor repite su gesto y echa su semilla. Y cuando ésta se convierte en
espiga, y los campos se llenan de cultivos, estalla la alegría del que se
encuentra ante un prodigio extraordinario. Jesús conocía muy bien esta
experiencia y habla de ella con los suyos: Decía:" Así es el reino
de Dios; como un hombre que dispersa las semillas en la tierra, duerma o vele,
de noche o de día, el grano brota y crece. Como él mismo no sabe "(Marcos
4:26-27). Es el misterio escondido de la vida, son las maravillosas “grandes
cosas” de la salvación que el Señor obra en la historia de los hombres y que
los hombres ignoran el secreto.
La
intervención divina, cuando se manifiesta en su plenitud, muestra una dimensión
rebosante, como los torrentes del Negev y como los campos de trigo, evocadora
esta última imagen también de una desproporción típica de las cosas de Dios: la
desproporción entre el esfuerzo de la siembra y la "inmensa alegría de la
cosecha, entre la ansiedad de la espera y la visión tranquila de los graneros
llenos, entre las pequeñas semillas sembradas en pequeños montículos de tierra
y los grandes haces de oro del sol. En la cosecha, todo se transforma, el
llanto ha terminado, y ha dado paso a los gritos exultantes de alegría.
A todo esto
hace referencia el Salmista para hablar de la salvación, de la liberación, del
restablecimiento de la suerte, del retorno del exilio. La deportación a
Babilonia, como cualquier situación de sufrimiento y de crisis, con su dolorosa
oscuridad hecha de dudas y de aparente alejamiento de Dios, en realidad, dice
nuestro Salmo, es como una siembra. En el Misterio de Cristo, a la luz del
Nuevo Testamento, el mensaje se hace todavía más explícito y claro: el creyente
que atraviesa aquella oscuridad es como el grano de trigo que cae a tierra y
muere para dar mucho fruto (cfr Juan 12,24); o retomando otra imagen querida
por Jesús, es como la mujer que sufre durante el parto para llegar a la alegría
de haber dado luz a una nueva vida. (cfr Juan 16,21).
Queridos
hermanos y hermanas, este Salmo nos enseña que, en nuestra oración, siempre
debemos permanecer abiertos a la esperanza y firmes en la fe de Dios. Nuestra
historia, aunque a menudo marcada por el dolor, por la incertidumbre, con
momentos de crisis, es una historia de la salvación y del
"restablecimiento de las suertes". En Jesús, todo nuestro exilio
termina, y cada lágrima se seca, en el misterio de su Cruz, de la muerte
transformada en vida, como un grano de trigo que se ha abierto en la tierra y se
convierte en espiga.
También
para nosotros este descubrimiento de Jesucristo es la gran alegría del Sí de
Dios, del restablecimiento de nuestra suerte. Pero aquellos que volvieron de
Babilonia llenos de alegría encontraron una tierra empobrecida, devastada, y
sufrieron durante la siembra llorando hasta la cosecha de trigo. Así también
nosotros, después del gran descubrimiento de Jesús, nuestra vida, la verdad, el
camino, entrando en la tierra de la fe, en el terreno de la fe encontramos
también a menudo una vida oscura, dura, difícil, una siembra con lágrimas, pero
estamos seguros que la luz de Cristo nos dará al final la gran cosecha. Y esto
debemos aprender en nuestras noches oscuras, no olvidar que la luz existe, que
Dios está en medio de nuestra vida y que podemos sembrar con la confianza de
que el gran Sí de Dios es más fuerte que todos nosotros. Lo importante es no
perder esta unión, este recuerdo de la presencia de Dios en nuestra vida, esta
alegría profunda, que Dios ha entrado liberándonos, en esta gratitud por el
descubrimiento de Jesucristo que ha venido entre nosotros, y esta gratitud se
transforma en esperanza, estrella de la esperanza que nos da la confianza, es
la luz y precisamente el dolor de la siembra es el inicio de la nueva vida, de
la gran y definitiva alegría de Dios. Gracias.
Al leer el resumen de esta catequesis para los
fieles de nuestro idioma, el Obispo de Roma dijo:
“Queridos
hermanos y hermanas:
La
catequesis de hoy está dedicada al salmo ciento veintiséis. Este canto nos
habla de la alegría del pueblo ante la obra de Dios, que lo restaura después de
un momento de crisis en el que ha vivido un profundo sentimiento de abandono.
La restitución de la suerte de Sión, a la que alude este texto, se enmarca en
el regreso a Jerusalén de los deportados en Babilonia, pero supera el mero
recuerdo con un sentido teológico muy relevante, que podemos aplicar a nuestra
propia historia de salvación. A saber, pese a las dificultades de la vida,
debemos mantener la esperanza y la fe en Dios. Él se nos manifestará y nuestra
alegría será desbordante; nos parecerá soñar, como dice el autor sagrado. La
segunda parte del salmo retoma estas ideas con unas imágenes muy sugestivas.
Los torrentes del Negev son símbolo del obrar divino que, arrollador, es capaz
de llenar de vida un desierto árido y pedregoso, convirtiéndolo en un prado verde
y florido. Nuestra actitud ante su obra salvífica debe ser la del sembrador,
que confiado esparce la semilla, a veces entre lágrimas, esperando que dé
fruto. El sinsabor de la paciente espera se verá recompensado, con suma
generosidad, por el prodigio obrado por Dios, trasformando el llanto en
exultante alegría. La imagen evangélica del grano de trigo que muere para poder
dar fruto, referida a Cristo, ilumina y da plenitud este salmo”.
Al saludar a los numerosos peregrinos
procedentes de América Latina y de España, el Papa les dijo:
“Saludo
cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas
de la Sagrada Familia de Urgell, que celebran con gozo la reciente
beatificación de su Fundadora, la Madre Anna María Janer, así como a los demás
grupos provenientes de España, Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador,
Guatemala, México y otros países latinoamericanos. Que Dios os acompañe y llene
siempre vuestra vida de alegría y paz. Muchas gracias”. (M. F.
Bernasconi – RV).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario