¡Queridos
hermanos y hermanas!
Es grande
mi gozo por poder compartir con ustedes el pan de la Palabra de Dios y de la
Eucaristía. Me alegra estar por primera vez aquí en Calabria y encontrarme en
esta Ciudad de Lamezia Terme. Dirijo mi cordial saludo a todos ustedes que han
acudido numerosos y les agradezco por su cariñosa acogida. Saludo en particular
a su Pastor, Mons. Luigi Antonio Cantafora, y le agradezco por las corteses
expresiones de bienvenida que me ha dirigido a nombre de todos. Saludo también
a los Arzobispos y a los Obispos presentes, los Sacerdotes, los Religiosos y
las Religiosas, los representantes de las Asociaciones y de los Movimientos
eclesiales. Dirijo un deferente pensamiento al Alcalde, Prof. Gianni Speranza,
agradecido por su amable saludo, al Representante del Gobierno y a las
Autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido honrar
nuestro encuentro. Un agradecimiento especial a quienes han colaborado
generosamente para la realización de mi Visita Pastoral.
La liturgia
de este domingo nos propone una parábola que habla de un banquete de bodas en
el que hay muchos invitados. La primera lectura, tomada del libro de Isaías,
prepara este tema, porque habla del banquete de Dios. Es una imagen –aquella
del banquete- muy usada en las Escrituras para indicar la alegría en la
comunión y en la abundancia de los dones del Señor, y deja intuir algo de la
fiesta de Dios con la humanidad, como describe Isaías: “Preparará el Señor de
los ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un banquete de manjares suculentos,
un banquete de vinos de solera” (Is 25,6). El profeta añade que la intención de
Dios es la de poner fin a la tristeza y a la vergüenza; quiere que todos los
hombres vivan felices en el amor hacia Él y en la comunión recíproca; su
proyecto entonces es el de eliminar la muerte para siempre, de enjugar las
lágrimas sobre cada rostro, de hacer desaparecer la condición oprobiosa de su
pueblo, como hemos escuchado (vv. 7-8). Todo esto suscita profunda gratitud y
esperanza: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos y gocemos con su salvación” (V.9).
Jesús en el
Evangelio nos habla de la respuesta que viene dada a la invitación de Dios –
representado por un rey – para participar en este su banquete (Mt 22,1-14). Los
invitados son muchos, pero sucede algo que es inesperado: se niegan a
participar en la fiesta, tienen otras cosas por hacer; es más algunos muestran
desprecio por la invitación. Dios es generoso hacia nosotros, nos ofrece su
amistad, sus dones, su alegría, pero muchas veces nosotros no acogemos sus
palabras, mostramos más interés por otras cosas, colocamos en primer lugar
nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses. La invitación del rey
encuentra también reacciones hostiles, agresivas. Pero esto no frena su
generosidad. Él no se desalienta, y manda a sus siervos para que inviten a
muchas otras personas. El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto
la extensión de la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y
desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala se
llena: la bondad del rey no tiene límites y a todos les es dada la posibilidad
de responder a su llamado. Pero hay una condición para permanecer en este
banquete de bodas: llevar puesto el vestido nupcial. Y entrando en la sala, el
rey se percata de que alguno no lo ha querido vestir y, por esta razón, es
excluido de la fiesta. Quisiera detenerme un momento sobre este punto con una
pregunta: ¿Por qué este comensal ha aceptado la invitación del rey, ha entrado
en la sala del banquete, le ha sido abierta la puerta, pero no ha vestido el
traje nupcial? ¿Qué cosa es este vestido nupcial? En la Misa in Coena Domini de
este año hice referencia a un bello comentario de san Gregorio Magno sobre esta
parábola. Él explica que aquel comensal ha respondido a la invitación de Dios
para participar de su banquete, tiene, en cierto modo, la fe que le ha abierto
la puerta de la sala, pero le falta algo que es esencial: el traje nupcial, que
es la caridad, el amor. Y san Gregorio añade: “Cada uno de ustedes, por lo
tanto, que en la Iglesia tiene fe en Dios ya ha tomado parte en el banquete de
bodas, pero no puede decir tener el traje nupcial si no custodia la gracia de
la caridad” (). Y este vestido esta tejido simbólicamente por dos maderos, uno
arriba y otro abajo: el amor de Dios y el amor del prójimo. Todos nosotros
estamos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su
banquete, pero tenemos que vestir y proteger el traje nupcial, la caridad,
vivir un profundo amor a Dios y al prójimo.
¡Queridos
hermanos y hermanas! He venido para compartir con ustedes alegrías y
esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta comunidad
diocesana. Sé que ustedes se han preparado a esta Visita con un intenso camino
espiritual, asumiendo como lema un versículo de los Hechos de los Apóstoles:
“En el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!”. Sé que también en Lamezia
Terme, como en toda Calabria, no faltan dificultades, problemas y
preocupaciones. Si observamos esta bella región, reconocemos en ella una tierra
sísmica no solamente desde el punto de vista estructural, de conducta y social;
una tierra, es decir, donde los problemas se presentan en formas agudas y
desestabilizadoras; una tierra donde la desocupación es preocupante, donde una
criminalidad muchas veces encarnizada, hiere el tejido social, una tierra en la
que se tiene la continua sensación de estar en emergencia. A la emergencia,
ustedes calabreses han sabido responder con una prontitud y una disponibilidad
sorprendentes, con una extraordinaria capacidad de adaptación al malestar.
Estoy seguro de que sabrán superar las dificultades de hoy para preparar un
futuro mejor. No cedan nunca a la tentación del pesimismo y del encerramiento
en ustedes mismos. Hagan recurso de las reservas de su propia fe y de sus
propias capacidades humanas; esfuércense por crecer en la capacidad de
colaborar, de cuidarse el uno al otro y de cada bien público, custodien el
traje nupcial del amor; perseveren en el testimonio de los valores humanos y
cristianos tan profundamente arraigados en la fe y en la historia de este
territorio y de su población.
¡Queridos
amigos! Mi visita se coloca casi al final del camino emprendido por esta
Iglesia local con la redacción del proyecto pastoral quinquenal. Deseo
agradecer con ustedes al Señor por el proficuo camino recorrido y por las
tantas semillas de bien que han sido sembradas y que dejan bien esperar para el
futuro. Para afrontar la nueva realidad social y religiosa, diferente del pasado,
tal vez más cargada de dificultades, pero también más rica de potencialidades,
es necesario un trabajo pastoral moderno y orgánico que comprometa en torno al
Obispo a todas las fuerzas cristianas: sacerdotes, religiosos y laicos,
animados por el compromiso común de evangelización. A este respecto, he acogido
con agrado el esfuerzo en acto para ponerse a la escucha atenta y perseverante
de la Palabra de Dios, mediante la promoción de encuentros mensuales en
diversos centros de la Diócesis y la difusión de la práctica de la Lectio
divina. Igualmente oportuna es también la Escuela de Doctrina Social de la
Iglesia, tanto por la calidad articulada de la propuesta, como por su capilar
divulgación. Auspicio vivamente que de tales iniciativas se desprenda una nueva
generación de hombres y mujeres capaces de promover no tanto intereses de
parte, sino el bien común. Deseo también alentar y bendecir los esfuerzos de
cuantos, sacerdotes y laicos, están comprometidos en la formación de las
parejas cristianas para el matrimonio y la familia, con el fin de dar una
respuesta evangélica y competente a los tantos desafíos contemporáneos en el
campo de la familia y de la vida.
Conozco,
además, el celo y la dedicación con la que los Sacerdotes realizan el propio
servicio pastoral, como también el sistemático e incisivo trabajo de formación
a ellos dirigido, en particular hacia los más jóvenes. Queridos Sacerdotes, los
exhorto a arraigar siempre más su propia vida espiritual en el Evangelio,
cultivando la vida interior, una intensa relación con Dios y distanciándose con
decisión de una cierta mentalidad consumista y mundana, que es una tentación
recurrente en la realidad en la cual vivimos. Aprendan a crecer en la comunión
entre ustedes y con el Obispo, entre ustedes y los fieles laicos, favoreciendo
la estima y la colaboración recíprocas: de ello se obtendrán seguramente
múltiples beneficios tanto para la vida de las parroquias como para la misma
sociedad civil. Sepan valorizar, con discernimiento, según los conocidos
criterios de la Iglesia, los grupos y movimientos: ellos deben estar bien
integrados al interno de la pastoral ordinaria de la diócesis y de las
parroquias, en un profundo espíritu de comunión.
A ustedes
fieles laicos, jóvenes y familias, digo: ¡no tengan miedo de vivir y
testimoniar la fe en los varios ámbitos de la sociedad, en las múltiples
situaciones de la existencia humana! Tienen todos los motivos para mostrarse
fuertes, confiados y valerosos, y esto gracias a la luz de la fe y a la fuerza
de la caridad. Y cuando tuviesen que encontrar la oposición del mundo, hagan
suyas las palabras del Apóstol “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil
4,13). Así se comportaron los Santos y las Santas, florecidos, en el curso de
los siglos, en toda Calabria. Que sean ellos quienes los protejan siempre
unidos y quienes alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras
y con las obras, la presencia y el amor de Cristo. La Madre de Dios, por
ustedes tan venerada, los asista y los conduzca al profundo conocimiento de su
Hijo. ¡Amén! (Traducción de Patricia Jáuregui Romero - RV).
Queridos hermanos y hermanas,
Mientras nos acercamos a la conclusión de nuestra Celebración nos dirigimos con filial devoción a la Virgen María, que en este mes de octubre veneramos en particular con el título de Reina del Santo Rosario. Sé que son muchos los santuarios marianos presentes en esta tierra, y me alegro de saber que aquí en Calabria está viva la piedad popular. Los aliento a practicarla constantemente a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, de la Sede Apostólica y de sus Pastores. A María confío con afecto a su Comunidad diocesana, para que camine unida en la fe, en la esperanza y en la caridad. Que los ayude la Madre de la Iglesia para tener siempre a pecho la comunión eclesial y el empeño misionero. Sostenga a los sacerdotes en su ministerio, ayude a los padres de familia y a los profesores en la tarea educativa, consuele a los enfermos y cuantos sufren, conserve en los jóvenes un ánimo puro y generoso. Invocamos la intercesión de María también para los problemas sociales más graves de este territorio y de toda Calabria, especialmente aquellos del trabajo, de la juventud y de la tutela de las personas minusválidas, que requieren creciente atención por parte de todos, en particular de las Instituciones. En comunión con sus Obispos, exhorto a ustedes en particular, fieles laicos, a no hacer faltar la propia contribución de competencia y de responsabilidad para la construcción del bien común.
Como saben, esta tarde me trasladaré a Serra San Bruno para visitar la Cartuja. San Bruno vino a esta tierra hace nueve siglos, y ha dejado un signo profundo con la fuerza de su fe. ¡La fe de los Santos renueva el mundo! ¡Con la misma fe, también ustedes, renueven hoy a su amada Calabria! (Traducción de Patricia Jáuregui Romero - RV).
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