tomado de RADIO VATICANO
Domingo, 23
oct (RV).- En el Domingo Mundial de las Misiones, la Iglesia añade 3 nuevos
santos al honor de sus altares. Esta mañana a las 10, en la Plaza de San Pedro
con una solemne Celebración Eucarística el Sucesor de Pedro proclamó a 3 nuevos
Santos: Guido María Conforti, italiano, Fundador de la Pía Sociedad de San
Francisco Javier para las Misiones Extranjeras; Luis Guanella, italiano,
Fundador de la Congregación de los Siervos de la Caridad y de los Institutos de
las Hijas de Santa María de la Providencia, y Bonifacia Rodríguez de Castro,
española, Fundadora de la Congregación de las Siervas de San José, definidos
por el Santo Padre “signo elocuente del amor apasionado por Dios”. En su
homilía el Papa invita a la Iglesia a “dejarse guiar por sus enseñanzas para
que toda nuestra existencia se convierta en testimonio de auténtico amor hacia
Dios y hacia el Prójimo”, invocando esta gracia a la Virgen María, la Reina de
los Santos, y la intercesión de estas Figuras Insignes de Dios.
TEXTO
HOMILÍA CANONIZACIÓN
¡Venerados
Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas!
Nuestra
Liturgia dominical se enriquece hoy por diversos motivos de agradecimiento y de
súplica a Dios. Mientras, en efecto, celebramos con toda la Iglesia la Jornada
Misionera Mundial - cita anual que se propone volver a despertar el impulso y
el compromiso en favor de la misión –, rendimos alabanzas al Señor por tres
nuevos Santos: el Obispo Guido María Conforti, el sacerdote Luis Guanella y la
religiosa Bonifacia Rodríguez de Castro. Con alegría dirijo mi saludo a todos
los presentes, en particular a las Delegaciones oficiales y a los numerosos
peregrinos que han venido para festejar a estos tres ejemplares discípulos de
Cristo.
La Palabra
del Señor, que acaba de resonar en el Evangelio, nos ha recordado que toda la
Ley divina se resume en el amor. El Evangelista Mateo cuenta que los fariseos,
después de que Jesús respondiera a los saduceos, haciéndolos callar, se
reunieron para ponerlo a prueba (cfr 22,34-35). Uno de estos interlocutores, un
doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de
la Ley?» (v. 36). A esta pregunta, que quería ser insidiosa, Jesús responde con
absoluta sencillez: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento.»
(vv. 37-38). En efecto, la principal exigencia para cada uno de nosotros es que
Dios esté presente en nuestra vida. Él debe, como dice la Escritura, penetrar
todos los estratos de nuestro ser y llenarlo completamente: nuestro corazón
debe saber de Él y dejarse tocar por Él; así como también nuestra alma, las
energías de nuestra voluntad y de nuestro decidir, al igual que nuestra
inteligencia y nuestro pensamiento. Es un poder decir como san Pablo: “ ya no
vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20).
Luego,
enseguida, Jesús añade algo que, en verdad, no le había sido preguntado por el
doctor de la ley: « El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo.» (v. 39). Declarando que el segundo mandamiento es semejante
al primero, Jesús deja entender que la caridad hacia el prójimo es importante
como el amor a Dios. En efecto, el signo visible que el cristiano puede mostrar
para testimoniar al mundo el amor de Dios es el amor a los hermanos. Cuán
providencial resulta entonces el que, justo hoy, la Chiesa indique a todos sus
miembros a tres nuevos Santos que se han dejado trasformar por la caridad
divina y en ella han moldeado por entero su existencia. En diversas situaciones
y con diversos carismas, ellos han amado al Señor con todo su corazón y al
prójimo como a sí mismos, «así llegaron a ser un modelo para todos los
creyentes» (1Ts 1,7).
El Salmo
17, que acabamos de proclamar, invita a abandonarse con confianza en las manos
del Señor, que “trata con fidelidad a su ungido” (v. 51). Esta conducta
interior guió la vida y el ministerio de san Guido María Conforti. Desde
cuando, siendo todavía un niño, tuvo que superar la oposición de su padre para
entrar en el Seminario, dando prueba de firmeza de carácter al seguir la
voluntad de Dios, correspondiendo en todo a aquella caritas Christi que, en la
contemplación del Crucifijo, lo atraía a sí. Él sintió la apremiante urgencia de
anunciar este amor a cuantos no habían recibido aún su anuncio, y el lema
“Caritas Christi urget nos” (cfr 2Cor 5,14) sintetiza el programa del Instituto
misionero al que dio vida, cuando tenía treinta años: una familia religiosa
dedicada por entero al servicio de la evangelización, bajo el patrocinio del
gran apóstol de Oriente, san Francisco Javier. San Guido María fue llamado a
vivir este impulso apostólico en el ministerio episcopal, primero en Rávena y
luego en Parma: con todas sus fuerzas se dedicó al bien de las almas que tenía
encomendadas, sobre todo de las que se habían alejado del camino del Señor. Su
vida estuvo marcada por numerosas pruebas, incluso graves. Él supo aceptar cada
situación con docilidad, acogiéndola como indicación del camino trazado para él
por la providencia divina; en toda circunstancia, aun en las derrotas más
mortificantes, supo reconocer el diseño de Dios, que lo guiaba a edificar su
Reino, sobre todo en la renuncia de sí mismo y en la aceptación cotidiana de su
voluntad, con un abandono confiado cada vez más pleno. Él fue el primero en
experimentar y testimoniar lo que les enseñaba a sus misioneros, es decir, que
la perfección consiste en hacer la voluntad de Dios, siguiendo el modelo de
Jesús Crucificado. San Guido María Conforti mantuvo fija su mirada interior en
la Cruz, que dulcemente lo atraía hacia sí; al contemplarla, él veía abrirse de
par en par el horizonte del mundo entero, percibía el “urgente” deseo,
escondido en el corazón de todo hombre, de recibir y de acoger el anuncio del
único amor que salva.
El
testimonio humano y espiritual de san Luis Guanella es para toda la Iglesia un
particular don de gracia. Durante su existencia terrenal él vivió con coraje y
determinación el Evangelio de la Caridad, el “Gran mandamiento” que también hoy
día la Palabra de Dios nos ha vuelto a llamar. Gracias a la profunda y continua
unión con Cristo, en la contemplación de su amor, don Guanella, guiado por la
Providencia divina, se convirtió en compañero y maestro, confortó y alivio de
los más pobres y de los más débiles. El amor de Dios animaba en él, el deseo
del bien para las personas que le habían sido confiadas, en lo concreto del
vivir cotidiano. Su diligente atención seguía el camino de cada uno, respetando
los tiempos de crecimientos y cultivando en el corazón la esperanza que todo
ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, disfrutando la alegría de ser
amado por Él –Padre de todos- puede dar a los demás lo mejor de sí mismo.
Queremos
hoy alabar y dar gracias al Señor porque en San Luis Guanella nos ha dado un
profeta y un apóstol de la caridad. En su testimonio, tan lleno de humanidad y
atención hacia los últimos, reconocemos un signo luminoso de la presencia y de
la acción benéfica de Dios: el Dios –como se escuchó en la primera Lectura- que
defiende al forastero, la viuda, al huérfano, al pobre que tiene que empeñar su
propio manto, su único abrigo que tiene para cubrirse de noche (cfr Es
22,20-26). Que este nuevo Santo de la caridad sea para todos, en particular para
los miembros de las Congregaciones fundadas por él, modelo de profundidad y
síntesis fecunda entre la contemplación y la acción, así como el mismo la vivió
y puso en marcha. Toda su vivencia humana y espiritual la podemos sintetizar en
las últimas palabras que pronunció antes de morir: “in caritate Christi”. Es el
amor de Cristo que ilumina la vida de cada hombre, revelando como en el don de
sí mismo al otro no se pierde nada, pero realizando plenamente nuestra
felicidad. Que San Luis Guanella, nos obtenga crecer en la amistad con el Señor
para ser en nuestro tiempo portadores de la plenitud del amor de Dios, para
promover la vida en toda su manifestación y condición, y permitir que la
sociedad humana se convierta cada vez más en la familia de los hijos de Dios.
En la
segunda Lectura hemos escuchado un pasaje de la Primera Carta a los
Tesalonicenses, un texto que usa la metáfora del trabajo manual para describir
la labor evangelizadora y que, en cierto modo, puede aplicarse también a las
virtudes de Santa Bonifacia Rodríguez de Castro. Cuando san Pablo escribe la
carta, trabaja para ganarse el pan; parece evidente por el tono y los ejemplos
empleados, que es en el taller donde él predica y encuentra sus primeros
discípulos. Esta misma intuición movió a Santa Bonifacia, que desde el inicio
supo aunar su seguimiento de Jesucristo con el esmerado trabajo cotidiano.
Faenar, como había hecho desde pequeña, no era sólo un modo para no ser gravosa
a nadie, sino que suponía también tener la libertad para realizar su propia
vocación, y le daba al mismo tiempo la posibilidad de atraer y formar a otras
mujeres, que en el obrador pueden encontrar a Dios y escuchar su llamada
amorosa, discerniendo su propio proyecto de vida y capacitándose para llevarlo
a cabo. Así nacen las Siervas de San José, en medio de la humildad y sencillez
evangélica, que en el hogar de Nazaret se presenta como una escuela de vida
cristiana. El Apóstol continúa diciendo en su carta que el amor que tiene a la
comunidad es un esfuerzo, una fatiga, pues supone siempre imitar la entrega de
Cristo por los hombres, no esperando nada ni buscando otra cosa que agradar a
Dios. Madre Bonifacia, que se consagra con ilusión al apostolado y comienza a
obtener los primeros frutos de sus afanes, vive también esta experiencia de
abandono, de rechazo precisamente de sus discípulas, y en ello aprende una
nueva dimensión del seguimiento de Cristo: la Cruz. Ella la asume con el
aguante que da la esperanza, ofreciendo su vida por la unidad de la obra nacida
de sus manos. La nueva Santa se nos presenta como un modelo acabado en el que
resuena el trabajo de Dios, un eco que llama a sus hijas, las Siervas de San
José, y también a todos nosotros, a acoger su testimonio con la alegría del
Espíritu Santo, sin temer la contrariedad, difundiendo en todas partes la Buena
Noticia del Reino de los cielos. Nos encomendamos a su intercesión, y pedimos a
Dios por todos los trabajadores, sobre todo por los que desempeñan los oficios
más modestos y en ocasiones no suficientemente valorados, para que, en medio de
su quehacer diario, descubran la mano amiga de Dios y den testimonio de su
amor, transformando su cansancio en un canto de alabanza al Creador.
“Te amo,
Señor, mi fuerza”. De esta manera, queridos hermanos y hermanas, hemos aclamado
con el Salmo responsorial. De tal amor apasionado por Dios son signos
elocuentes estos tres nuevos Santos. Dejémonos atraer por sus ejemplos,
dejémonos guiar por sus enseñanzas, para que toda nuestra existencia sea
testimonio de un auténtico amor hacia Dios y hacia el prójimo.
Que la
Virgen María, la Reina de los Santos, nos de esta gracia, así como la
intercesión de san Guido María Conforti, de san Luis Guanella y de santa
Bonifacia Rodríguez de Castro. Amén.
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