Texto
completo de la síntesis en español, pronunciado por el Santo Padre Francisco, y tomada de RADIO VATICANO:
Queridos
hermanos y hermanas:El tiempo pascual es por excelencia el tiempo del Espíritu
Santo que culmina con la Solemnidad de Pentecostés. En el Credo profesamos la
fe en el Espíritu Santo, que es Dios, «Señor y dador de vida». Él es la fuente
inagotable de la vida divina en nosotros. Es «el agua viva» que Jesús prometió
a la Samaritana para saciar para siempre la sed, para colmar los anhelos más
profundos y más altos del corazón humano. Porque Jesús ha «venido para que
tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
El Espíritu Santo, que procede
del Padre y del Hijo, Cristo lo ha derramado en nuestro corazón, para hacernos
hijos de Dios y para que nuestra vida sea guiada, animada y alimentada por él.
Esto es precisamente lo que entendemos al decir que el cristiano es un hombre
espiritual: una persona que piensa y actúa siguiendo la inspiración del
Espíritu Santo. Así, la existencia del cristiano, dice san Pablo, es animada
por el Espíritu Santo y rica de sus frutos, que son: «Amor, alegría, paz,
comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí» (Ga
5,22-23). El don precioso del Espíritu Santo es, pues, la vida misma de Dios,
en cuanto verdaderos hijos suyos por adopción. Saludo cordialmente a los
peregrinos de lengua española, en particular a la Delegación del Estado de
México, así como a los grupos venidos de España, Colombia, Venezuela y otros
países latinoamericanos. En este día en el que se celebra Nuestra Señora de
Luján, celestial Patrona de Argentina, deseo hacer llegar a todos los hijos de
esas queridas tierras mi sincero afecto, a la vez que pongo en manos de la
Santísima Virgen todas sus alegrías y preocupaciones. Muchas gracias.
Texto
completo de la catequesis del Papa pronunciado en italiano:
Queridos
hermanos y hermanas,
El tiempo
pascual que estamos viviendo con gozo, guiados por la liturgia de la Iglesia,
es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin medida» (cfr Jn
3,34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la
fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu
sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.
Pero ¿quién
es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo
que es Señor y da la vida». La primera verdad a la que adherimos en el Credo es
que el Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente
Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto
de adoración y de glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. De hecho, el
Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don
de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús
como el Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión
con Dios.
Pero
quisiera sobre todo detenerme en el hecho que el Espíritu Santo es la fuente
inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de
todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no
esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su
plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la
vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de refrescar en
profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos
sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el Espíritu Santo,
que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros corazones. « yo he venido
para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn 10,10).
Jesús
promete a la Samaritana donar un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a
todos aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para
salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva”
que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea
animada por Dios, sea nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un
hombre espiritual nos referimos justamente a esto: el cristiano es una persona
que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos
según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas
que no son Dios?
A este
punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos hasta el fondo?
Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella refresca,
lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta
expresión: « el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5). El “agua viva”, el Espíritu Santo,
Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos
renueva, nos trasforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que
es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada
por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El
Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como “hijos en el Hijo
Unigénito”. En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado
varias veces, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los que son
conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido
un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de
hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos
hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo,
porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17). Este es el don
precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de
Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de
confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como
efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre
como hermanos y hermanas en Jesús a los cuales hay que respetar y amar. El
Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como
la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo. He
aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque
nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus
hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y
nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios te ama, te quiere.
¿Amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Y nosotros,
¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te
ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos verdaderamente
a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el
Espíritu Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios
es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero
papá; nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón.
Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por
este camino del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!
(CdM, RC-
RV)
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