Queridos hermanos y hermanas:
Avanzamos en este Año de la fe, llevando en nuestros
corazones la esperanza de redescubrir cuánta alegría hay en creer y encontrar
el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son
un simple mensaje de Dios, una particular información sobre Él. Sino que
expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro
salvífico y liberador, que realiza que las aspiraciones más profundas del
hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad y de amor. La fe lleva a descubrir que
el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno
y bello en el hombre. De este modo, se da la circunstancia de que, mientras
Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y,
conociéndolo, se descubre a sí mismo, su origen y su destino, así como la
grandeza y la dignidad de la vida humana.
«La fe permite un conocimiento auténtico sobre Dios, que
implica a toda la persona humana: se trata de un "saber", un
conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo sabor a la existencia, una
forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los
demás, en la fraternidad que nos hace solidarios, capaces de amar, derrotando
la soledad que nos hace tristes. Este conocimiento de Dios mediante la fe, por
lo tanto, no es sólo intelectual, sino vital. Es el conocimiento de Dios-Amor,
gracias a su mismo amor. Además, el amor de Dios hace ver, abre los ojos,
permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del
individualismo y del subjetivismo, que desorientan las conciencias. El
conocimiento de Dios es, por tanto, la experiencia de la fe, e implica, al
mismo tiempo, un camino intelectual y moral: marcados en lo profundo por la
presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de
nuestros egoísmos y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida».
Hoy, en esta catequesis, quisiera detenerme sobre lo
razonable de la fe en Dios. La tradición católica ha rechazado desde el
principio el denominado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la
razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) es la fórmula que
interpreta la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, en todo caso es
misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de
sentido, de significado y de verdad. Si contemplando el misterio, la razón ve
oscuro, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay
demasiada luz. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen a mirar
directamente al sol y sólo ven tinieblas ¿quién podría decir que el sol no es
brillante? Aún más, es la fuente de la luz. La fe le permite ver el
"sol" de Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y,
por así decirlo, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de
Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre y se ha
ofrecido a su conocimiento, condescendiendo al límite creatural de la razón
humana (cf. CONC. CE. IVA. II, Constitución Dogmática. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le
abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por este motivo, la fe es
un fuerte incentivo para buscar siempre, sin parar nunca y sin desfallecer, el
descubrimiento de la verdad y la realidad inagotable. Es falso el prejuicio de
algunos pensadores modernos, que aseveran que la razón humana quedaría como
bloqueada por los dogmas de la fe. En realidad, es todo lo contrario, como han
demostrado los grandes maestros de la tradición católica. San Agustín, antes de
su conversión, busca con tanta inquietud la verdad, a través de todas las
filosofías disponibles y las encuentra todas insatisfactorias. Su fatigosa
búsqueda racional es para él una pedagogía significativa para el encuentro con
la Verdad de Cristo. Cuando dice, "comprende para creer y cree para
comprender" (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su
propia experiencia de vida. Ante la revelación divina, el intelecto y la fe no
son extraños o antagonistas, sino que ambas son condiciones para comprender su
sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio.
San Agustín, junto con muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe
que se ejerce con la razón, que piensa e invita a pensar. Sobre esta huella, san
Anselmo en su Proslogion dice que la fe católica es fides quaerens intellectum,
donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interior al creer. Será
especialmente Santo Tomás de Aquino – afianzado en esta sólida tradición de lo
razonable de la fe – el que se confronta con la razón de los filósofos,
mostrando cuánta vitalidad racional nueva y fecunda enriquece el pensamiento
humano cuando se insertan los principios y las verdades de la fe cristiana.
La fe católica es, pues, razonable y nutre también confianza
en la razón humana. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Dei
Filius, afirma que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de
Dios por medio del camino de la creación, mientras que sólo pertenece a la fe
la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin error
"(DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El
conocimiento de la fe, además, no va en contra de la recta razón. El beato Papa
Juan Pablo II, de hecho, en la encíclica Fides et ratio, sintetiza así:
"La razón humana no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a
los contenidos de la fe; éstos en todo caso se alcanzan mediante libre y
consciente elección "(n. 43). En el irresistible deseo por la verdad, sólo
una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y
a la plenitud de sí mismo.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo
Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sostiene:
"Mientras los Judíos piden señales y los Griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los Judíos, necedad
para los gentiles" (1 Cor 1:22-23). De hecho, Dios ha salvado al mundo no
por un acto de fuerza, sino a través de la humillación de su Hijo único: de
acuerdo a los parámetros humanos, el modo inusual dado por Dios contrasta con
las exigencias de la sabiduría griega. Y sin embargo, la cruz de Cristo es una
razón, que San Pablo llama: ho logos tou staurou, "la palabra de la
cruz" (1 Corintios 1:18). Aquí, el término lògos significa tanto razón
como palabra y, si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que
elabora la razón.
Por lo tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional,
sino un hecho de salvación que tiene su propia racionalidad reconocible a la
luz de la fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el
punto de asombrarse por el hecho de que muchos, incluso viendo la obras
realizadas por Dios, se obstinan en no creer en Él: "En efecto - escribe
en su carta a los Romanos -las… perfecciones invisibles [de Dios], es decir, su
eterno poder y divinidad, vienen contemplados y comprendidos por la creación
del mundo a través de las obras realizadas por Él "(1,20). También S.
Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar "al Señor, Cristo,
en vuestros corazones, siempre dispuestos a responder a todo el que os pida la
razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). En un clima de
persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la fe, a los creyentes
se les pide que justifiquen con motivaciones fundadas su adhesión a la palabra
del Evangelio, de dar la razón de nuestra esperanza.
Sobre esta base, acerca del nexo fecundo entre entender y
creer, se funda también la relación virtuosa entre ciencia y fe. La
investigación científica conduce al conocimiento de verdades siempre nuevas
sobre el hombre y el cosmos. El verdadero bien de la humanidad, accesible en la
fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento. Por
lo tanto, deben fomentarse, por ejemplo, las investigaciones puestas al
servicio de la vida y que tienen como objetivo erradicar las enfermedades.
También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de
nuestro planeta y del universo, a sabiendas de que el hombre está en la cima de
la creación, no para explotarla de manera insensata, sino para custodiarla y
hacerla habitable. Así, la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la
ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan
el bien de todos, pidiéndole que renuncie sólo a los intentos que- oponiéndose
al plan original de Dios - pueden producir efectos que se vuelvan contra el
mismo hombre. También por ello es razonable creer: si la ciencia es un aliado
valioso de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe
permite al progreso científico realizarse siempre por el bien y la verdad del
hombre, fiel a este mismo diseño.
Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer
a Dios y su proyecto de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura
un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda la
realidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "La verdad de Dios
es su sabiduría que sostiene el orden de la creación y el gobierno del mundo.
Dios, que "hizo Él solo, el cielo y la tierra" (Sal 115,15), puede
dar, Él sólo, el verdadero conocimiento de todo lo creado en la relación con Él
"(n. 216).
Confiemos que nuestro compromiso en la evangelización ayude
a dar nueva centralidad al Evangelio en la vida de muchos hombres y mujeres de
nuestro tiempo. Oremos para que todos vuelvan a encontrar en Cristo el sentido
de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios, de hecho, el
hombre se pierde. Los testimonios de los que nos han precedido y han dedicado
su vida al Evangelio, lo confirma para siempre. Es razonable creer, está en
juego nuestra existencia. Vale la pena darse por Cristo, sólo Cristo satisface
los deseos de verdad y de bien arraigados en el alma de cada hombre: ahora, en
el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la bendita eternidad.
(traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)
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