Queridos hermanos y hermanas:
En este penúltimo domingo del año litúrgico se proclama, en
la redacción de Marcos, una parte de las palabras de Jesús sobre los últimos
tiempos, en término técnico “escatológico” (Cfr. Mc 13, 24-32).
Estas palabras se encuentran, con algunas variantes, también
en Mateo y Lucas, y es probablemente el texto más difícil de los Evangelios.
Esta dificultad deriva, tanto del contenido como del lenguaje: en efecto, se
habla de un futuro que supera nuestras categorías, y por esto Jesús utiliza
imágenes y palabras tomadas del Antiguo Testamento, pero, sobre todo, coloca un
nuevo centro, que es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y
resurrección.
También el pasaje de hoy se abre con algunas imágenes
cósmicas de tipo apocalíptico: “El sol se oscurecerá, la luna no dará su
resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en
los cielos serán sacudidas” (v. 24-25); pero este elemento es relativizado por
lo que sigue: “Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran
poder y gloria” (v. 26). El “Hijo del hombre” es el mismo Jesús, que une el
presente con el futuro; las antiguas palabras de los profetas han encontrado,
finalmente, un centro en la persona del Mesías nazareno: es Él el verdadero
acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece el punto
firme y estable.
Como confirmación de esto hay otra expresión del Evangelio
de hoy. Jesús afirma: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán” (v. 31). En efecto, sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios está
en el origen de la creación: todas las criaturas, a partir de los elementos
cósmicos – sol, luna, firmamento – obedecen a la Palabra de Dios, existen en
cuanto “llamados” por ella. Este poder creador de la Palabra divina se ha concentrado
en Jesucristo, Verbo hecho carne, y pasa también a través de sus palabras
humanas, que son el verdadero “firmamento” que orienta el pensamiento y el
camino del hombre en la tierra. Por esto Jesús no describe el fin del mundo, y
cuando usa imágenes apocalípticas, no se comporta como un “vidente”. Al
contrario, Él quiere sustraer a sus discípulos de toda época de la curiosidad
por las fechas, las previsiones, y en cambio, quiere darles una clave de
lectura profunda, esencial y, sobre todo, indicar la vía justa sobre la cual
caminar, hoy y mañana, para entrar en la vida eterna. Todo pasa – nos recuerda
el Señor –, pero la Palabra de Dios no cambia, y frente a ella cada uno de
nosotros es responsable del propio comportamiento. En base a esto seremos juzgados.
Queridos amigos, tampoco en nuestros tiempos faltan
calamidades naturales, ni lamentablemente, guerras y violencias. También hoy
tenemos necesidad de un fundamento estable para nuestra vida y nuestra
esperanza, tanto más a causa del relativismo en el que estamos inmersos. Que la
Virgen María nos ayude a acoger este centro en la Persona de Cristo y en su
Palabra
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