Texto
completo de las palabras del Papa previas al Ángelus, tomado de RADIO VATICANO
Queridos
hermanos y hermanas!
En nuestro
itinerario hacia la Pascua, hemos llegado al cuarto domingo de cuaresma. Es un
camino con Jesús a través del “desierto”, es decir, un tiempo para escuchar más
la voz de Dios y también desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de
nosotros.
En el
horizonte de este desierto se perfila la Cruz. Jesús sabe que ésta es el culmen
de su misión: en efecto, la Cruz de Cristo es la cumbre del amor, que nos dona
la salvación. Lo dice Él mismo en el Evangelio de hoy: “De la misma manera que
Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el
Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna” (Jn 3,14-15).
El episodio
se refiere al texto bíblico cuando “durante el éxodo desde Egipto”, los
israelitas fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces
Dios encomendó a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla encima de una
asta: si uno venía mordido por las serpientes, mirando a la serpiente de
bronce, se curaba (Cfr. Nm 21, 4-9). También Jesús será alzado en la Cruz, para
que cualquiera que esté en peligro de muerte a causa del pecado, dirigiéndose a
Él con fe -que ha muerto por nosotros-, sea salvado. “Dios, de hecho, - escribe
san Juan- no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él” (Jn 3,17).
Comenta San
Agustín; “La misión del médico es sanar al enfermo pero si uno no cumple las
prescripciones del médico, se destruye solo. El Salvador ha venido al mundo...
si tú no quieres ser salvado por Él, te juzgarás por ti mismo” (Sobre el
Evangelio de Juan 12,12: PL 35, 1190). Por lo tanto, si infinito es el amor
misericordioso de Dios, que llegó al extremo de dar a su único Hijo para
rescate de nuestra vida, grande es también nuestra responsabilidad: cada uno
-en efecto- debe reconocer su propia enfermedad para poder ser curado; cada uno
tiene que confesar su propio pecado, porque el perdón de Dios -ya donado en la
Cruz-, pueda tener efecto en su corazón y en su vida.
Nuevamente
escribe San Agustín: “Dios condena tus pecados; y si también tú los condenas,
te unes a Dios… Cuando comienza a disgustarte aquello que has hecho, entonces
comienzan tus obras buenas, porque condenas tus obras malas. Las obras buenas
comienzan con el reconocimiento de las obras malas” (ibid., 13: PL 35, 1191). A
veces, el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus
pecados. Pero es sólo abriéndose a la luz, es sólo confesando sinceramente las
propias culpas a Dios, que se encuentra la verdadera paz y la verdadera
alegría. Es importante entonces acercarse regularmente al Sacramento de la
penitencia, particularmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar
nuestro camino de conversión.
Queridos
hermanos, mañana celebraremos la fiesta solemne de San José. Agradezco de
corazón todos aquellos que me recordarán en la oración, en el día de mi
onomástico. En particular, les pido que recen por mi viaje apostólico a México
y Cuba, que realizaré desde el próximo viernes. Confiemos a la intersección de
la Beata Virgen María, tan amada y venerada en estos dos Países, que me preparo
para visitar
***
Tras la
oración mariana, el Santo Padre ha recordado que ayer concluyó en Marsella, el
VI Foro Mundial del Agua, y que el próximo jueves se celebrará el Día Mundial
del Agua, que este año pone de relieve el importante vínculo de este recurso
valioso y limitado con la seguridad alimentaria. “Espero -ha dicho el Papa- que
estas iniciativas contribuyan a garantizar para todos un acceso equitativo,
seguro y adecuado del agua, promoviendo así los derechos a la vida y a la
nutrición de todo ser humano y a un uso responsable y solidario de los bienes
de la tierra para beneficio de las generaciones presentes y futuras.
Hablando a
los peregrinos francófonos, el Santo Padre ha dicho que en este tiempo de
Cuaresma, toda nuestra vida se centra en Cristo, que tomó sobre sí nuestros
sufrimientos y tristezas. Y precisamente a Él le ha encomendado el dolor de los
padres belgas que, a causa del trágico accidente en Suiza, han perdido a sus
hijos. A todos ellos les ha asegurado su cercanía y oraciones.
Saludando
al final a los peregrinos polacos el Papa ha expresado su cercanía a los
participantes en la conferencia que se clausura hoy en Gniezno, capital
histórica de Polonia. “Que este congreso sea para Europa memoria de sus raíces
cristianas y de la necesidad de construir una sociedad civil basándose en los
valores del Evangelio”. (CA/ER – RV).
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