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sábado, 24 de marzo de 2012

Llegada del Santo Padre a México y sus primeras palabras











(ACITV) - Luego de sus primeras palabras en México, el Papa Benedicto XVI se acercó a los fieles que lo esperaban en la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional de Guanajuato, entre los que se encontraban niños discapacitados y con Síndrome de Down a los que bendijo y dio muestras de afecto.

Acompañado del presidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, el Santo Padre fue saludando a los niños con Síndrome de Down y a los discapacitados que, ayudados por los voluntarios, trataban de acercarse y tomarle fotos. Uno a uno, Benedicto XVI fue dándoles la bendición, les estrechó la mano y beso las mejillas como muestra de cariño y amor paternal.






Saluda a los presidentes de los países sobrevolados (tomado de RADIO VATICANO)

 (RV).- Su Santidad Benedicto XVI con el lema "Juntos en la Esperanza, discípulos de Jesús", emprendió este viernes su viaje apostólico a México en el ‘Continente de la Esperanza’. Mientras sobrevolaba por los distintos países que lo llevan a su destino final, el Pontífice dirigió distintos telegramas a los presidentes correspondientes:

Al presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy:

Al sobrevolar Francia, durante el viaje apostólico a México y a Cuba, tengo la grata ocasión de saludar a su excelencia y a todos sus compatriotas ¡Que Dios bendiga Francia y done a sus habitantes prosperidad y felicidad!

A su Majestad la Reina Isabel II del Reino Unido:

Mi viaje a México y a Cuba me lleva a sobrevolar el Reino Unido y me brinda la oportunidad de enviar un cordial saludo a Vuestra Majestad y de asegurarle usted y a todo el pueblo británico un recuerdo especial en mis oraciones.

Al presidente de Irlanda, Michael Higgins:

Al pasar sobre Irlanda, en mi camino hacia México y Cuba, saludo a su excelencia y le aseguro mis oraciones por todo el pueblo de Irlanda, invocando asimismo las bendiciones de Dios de paz y prosperidad.

A su Majestad Margrethe II, Reina de Dinamarca:

Dado que mi viaje a México y a Cuba me da la ocasión de sobrevolar sobre Groenlandia, envío un cordial saludo a Vuestra Majestad y le aseguro mis oraciones y buenos deseos para todos los pueblos de su reino.

Al Gobernador General de Canadá David Johnston:

Mientras estoy viajando a México y a Cuba, al sobrevolar Canadá, me complace saludar y asegurar a Vuestra Excelencia mis oraciones y buenos deseos para usted y sus compatriotas.


Al presidente de los Estados Unidos de América Barack Obama:

Sobrevolando los Estados Unidos de América, durante mi viaje hacia México y Cuba le saludo cordialmente y aseguro mis oraciones para que Dios Todopoderoso conceda toda bendición y prosperidad a todo el pueblo estadounidense.



Texto completo del primer discurso del Santo Padre, tomado de RADIO VATICANO   

Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas autoridades,
Amado pueblo de Guanajuato y de México entero

Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco ― decía en su mensaje ― el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).

Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor Presidente, por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su distinguida esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.

México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan.

Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.

Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma, «continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).

Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas est, 31,a), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.

Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral. Muchas gracias.


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