(ACITV) - Luego de sus primeras palabras en México, el Papa Benedicto XVI se acercó a los fieles que lo esperaban en la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional de Guanajuato, entre los que se encontraban niños discapacitados y con Síndrome de Down a los que bendijo y dio muestras de afecto.
Acompañado del presidente Felipe Calderón y su esposa
Margarita Zavala, el Santo Padre fue saludando a los niños con Síndrome de Down
y a los discapacitados que, ayudados por los voluntarios, trataban de acercarse
y tomarle fotos. Uno a uno, Benedicto XVI fue dándoles la bendición, les
estrechó la mano y beso las mejillas como muestra de cariño y amor paternal.
Al presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy:
Al sobrevolar Francia, durante el viaje apostólico a México
y a Cuba, tengo la grata ocasión de saludar a su excelencia y a todos sus
compatriotas ¡Que Dios bendiga Francia y done a sus habitantes prosperidad y
felicidad!
A su Majestad la Reina Isabel II del Reino Unido:
Mi viaje a México y a Cuba me lleva a sobrevolar el Reino
Unido y me brinda la oportunidad de enviar un cordial saludo a Vuestra Majestad
y de asegurarle usted y a todo el pueblo británico un recuerdo especial en mis
oraciones.
Al presidente de Irlanda, Michael Higgins:
Al pasar sobre Irlanda, en mi camino hacia México y Cuba,
saludo a su excelencia y le aseguro mis oraciones por todo el pueblo de
Irlanda, invocando asimismo las bendiciones de Dios de paz y prosperidad.
A su Majestad Margrethe II, Reina de Dinamarca:
Dado que mi viaje a México y a Cuba me da la ocasión de
sobrevolar sobre Groenlandia, envío un cordial saludo a Vuestra Majestad y le
aseguro mis oraciones y buenos deseos para todos los pueblos de su reino.
Al Gobernador General de Canadá David Johnston:
Mientras estoy viajando a México y a Cuba, al sobrevolar
Canadá, me complace saludar y asegurar a Vuestra Excelencia mis oraciones y
buenos deseos para usted y sus compatriotas.
Al presidente de los Estados Unidos de América Barack Obama:
Sobrevolando los Estados Unidos de América, durante mi viaje
hacia México y Cuba le saludo cordialmente y aseguro mis oraciones para que
Dios Todopoderoso conceda toda bendición y prosperidad a todo el pueblo
estadounidense.
Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas autoridades,
Amado pueblo de Guanajuato y de México entero
Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por
haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho
tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su
propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de
Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar,
considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde
su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder
hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando
sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus
palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco ― decía en su mensaje ― el
afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato.
Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).
Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor
Presidente, por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su
distinguida esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su
presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe Martín Rábago,
Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de
Tlalnepantla, y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del
Consejo Episcopal Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las
manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos
latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en
este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del
Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que
se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.
México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han
conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos
años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por
este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la
Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra
Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con
dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones.
Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la
formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos
que se les presentan.
Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la
caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en
ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos
y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros
entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una
convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda
persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o
despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho
fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena
integridad.
Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No
se entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La confianza en
Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa
la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también
las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen
inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido
ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y
cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La esperanza apunta a «un cielo
nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora
algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se
comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y
atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios
como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un
compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma,
«continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad
cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la
justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12
diciembre 2011).
Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la
Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su
misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la
respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas
est, 31,a), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están
enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido
por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en
competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora
gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa
que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien
tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.
Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré
encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que
haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente
por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de
antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que
estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta
extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy
dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos
mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y
desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral.
Muchas gracias.
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