Al inicio
de la celebración el Papa dijo en nuestro idioma: (Audio) “Queridos jóvenes, he pensado mucho en
vosotros en estas horas en que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido
dormir un poco a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta
madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez y no sólo los
ojos, también el corazón. Eso os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de
todo. Con esta confianza y sabiendo que el Señor nunca nos abandona comenzamos
nuestra Celebración Eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe.
El Papa también dirigió brevemente su habitual discurso del Angelus de los Domingos. Después hizo una breve parada para agradecer a los voluntarios y organizadores y finalmente se despidió de los Jóvenes en el aeropuerto de Barajas. El Santo Padre anunció que la próxima JMJ será en Rio de Janeiro, Brasil, en el 2013.
El Señor trasformará vuestro cansancio acumulado, las preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes cristianas: paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás, disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de los frutos más bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera que, como misterio de comunión, se enriquece con la aportación de cada uno de sus miembros"
- Homilía (Audio en mp3) - No se puede seguir a Cristo en solitario. No os guardeís a Cristo para vosotros mismos.
- Angelus (Audio en mp3) - Vuestros amigos querrán saber qué ha cambiado en vosotros.
- Palabras a los voluntarios de la JMJ (Audio en mp3) - que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros.
- Palabras de despedida (Audio en mp3) - "la gracia de Cristo derrumba los muros y franquea las fronteras que el pecado levanta entre los pueblos y las generaciones, para hacer de todos los hombres una sola familia que se reconoce unida en el único Padre común, y que cultiva con su trabajo y respeto todo lo que Él nos ha dado en la Creación"
Queridos jóvenes:
Con la celebración de la
Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la
Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se
llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el
Señor os quiere y os llama amigos suyos (Cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro
encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de
una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre.
Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos
corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el
propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido.
Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la
figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a
muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es
posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo
que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos
escuchado (Cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de
conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo,
caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el
Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir,
se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos.
Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera
confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá
de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio
de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del
esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón,
hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que
nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La
fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino
que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su
inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí
mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el
fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en
relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y,
puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer,
hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la
relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles
tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor
resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy
Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía,
como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que
Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con
fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de
ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me
sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de
Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye
la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo.
Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino
que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como
«su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede
separar la cabeza del cuerpo (Cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma,
sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y
fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que,
como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido
desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra
vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es
caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en
solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe
según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el
riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen
falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de
tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido,
queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os
ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su
amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental
reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias,
comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada
domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la
oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá
también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos
ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar
a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo
para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo
necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que
vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una
maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a
vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de
Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a
cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores
más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de
vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por
vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María,
para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la
fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para
que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe.
Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al
Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz
de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los
hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.
Queridos amigos:
Ahora vais a regresar a vuestros
lugares de residencia habitual. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha
cambiado en vosotros después de haber estado en esta noble Villa con el Papa y
cientos de miles de jóvenes de todo el orbe: ¿Qué vais a decirles? Os invito a
que deis un audaz testimonio de vida cristiana ante los demás. Así seréis
fermento de nuevos cristianos y haréis que la Iglesia despunte con pujanza en
el corazón de muchos.
¡Cuánto he pensado en estos días
en aquellos jóvenes que aguardan vuestro regreso! Transmitidles mi afecto, en
particular a los más desfavorecidos, y también a vuestras familias y a las
comunidades de vida cristiana a las que pertenecéis.
No puedo dejar de confesaros que
estoy realmente impresionado por el número tan significativo de Obispos y
sacerdotes presentes en esta Jornada. A todos ellos doy las gracias muy desde
el fondo del alma, animándolos al mismo tiempo a seguir cultivando la pastoral
juvenil con entusiasmo y dedicación.
Después del
rezo del ángelus, y del responso por los fieles difuntos, Benedicto XVI saludó
en diversas lenguas. En español dijo:
Saludo con afecto al Señor
Arzobispo castrense y agradezco vivamente al Ejército del Aire el haber cedido
con tanta generosidad la Base Aérea de Cuatro Vientos, precisamente en el
centenario de la creación de la aviación militar española. Pongo a todos los
que la integran y a sus familias bajo el materno amparo de María Santísima, en
su advocación de Nuestra Señora de Loreto. Asimismo, y al conmemorarse ayer el
tercer aniversario del grave accidente aéreo ocurrido en el aeropuerto de
Barajas, que ocasionó numerosas víctimas y heridos, deseo hacer llegar mi
cercanía espiritual y mi afecto entrañable a todos los afectados por ese
lamentable suceso, así como a los familiares de los fallecidos, cuyas almas
encomendamos a la misericordia de Dios (Audio)
Me complace anunciar ahora que la
sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en el 2013, será Río de
Janeiro. Pidamos al Señor ya desde este instante que asista con su fuerza a
cuantos han de ponerla en marcha y allane el camino a los jóvenes de todo el
mundo para que puedan reunirse nuevamente con el Papa en esa bella ciudad
brasileña (Audio)
Queridos amigos, antes de
despedirnos, y a la vez que los jóvenes de España entregan a los de Brasil la
cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, como Sucesor de Pedro, confío a
todos los aquí presentes este gran cometido: Llevad el conocimiento y el amor
de Cristo por todo el mundo. Él quiere que seáis sus apóstoles en el siglo
veintiuno y los mensajeros de su alegría. ¡No lo defraudéis! Muchas gracias.
Saludo en francés
Queridos jóvenes de lengua
francesa, Cristo os pide hoy que estéis arraigados en Él y construyáis con Él
vuestra vida sobre la roca que es Él mismo. Él os envía para que seáis testigos
valientes y sin complejos, auténticos y creíbles. No tengáis miedo de ser
católicos, dando siempre testimonio de ello a vuestro alrededor, con sencillez
y sinceridad. Que la Iglesia halle en vosotros y en vuestra juventud a los
misioneros gozosos de la Buena Noticia.
Saludo en
inglés
Saludo a todos los jóvenes de
lengua inglesa que están hoy aquí. Al regresar a vuestra casa, llevad con
vosotros la Buena Noticia del amor de Cristo, que habéis experimentado en estos
días inolvidables. Con los ojos fijos en Él, profundizad en vuestro
conocimiento del Evangelio y dad abundantes frutos. Dios os bendiga hasta que
nos encontremos nuevamente.
Saludo en
alemán
Mis queridos amigos. La fe no es
una teoría. Creer significa entrar en una relación personal con Jesús y vivir
la amistad con Él en comunión con los demás, en la comunidad de la Iglesia.
Confiad a Cristo toda vuestra vida, y ayudad a vuestros amigos a alcanzar la
fuente de la vida: Dios. Que el Señor haga de vosotros testigos gozosos de su
amor.
Saludo en
italiano
Queridos jóvenes de lengua
italiana. Os saludo a todos. La Eucaristía que hemos celebrado es Cristo
Resucitado, presente y vivo en medio de nosotros: Gracias a Él, vuestra vida
está arraigada y fundada en Dios, firme en la fe. Con esta certeza, marchad de
Madrid y anunciad a todos lo que habéis visto y oído. Responded con gozo a la
llamada del Señor, seguidlo y permaneced siempre unidos a Él: daréis mucho
fruto.
Saludo en
portugués
Queridos jóvenes y amigos de
lengua portuguesa, habéis encontrado a Jesucristo. Os sentiréis yendo contra
corriente en medio de una sociedad donde impera la cultura relativista que
renuncia a buscar y a poseer la verdad. Pero el Señor os ha enviado en este
momento de la historia, lleno de grandes desafíos y oportunidades, para que,
gracias a vuestra fe, siga resonando por toda la tierra la Buena Nueva de
Cristo. Espero poder encontraros dentro de dos años en la próxima Jornada
Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, Brasil. Hasta entonces, recemos unos
por otros, dando testimonio de la alegría que brota de vivir enraizados y
edificados en Cristo. Hasta pronto, queridos jóvenes. Que Dios os bendiga.
Saludo en
polaco
Queridos jóvenes polacos, firmes
en la fe, arraigados en Cristo. Los talentos recibidos de Dios en estos días
produzcan en vosotros abundantes frutos. Sed sus testigos. Llevad a los demás
el mensaje del Evangelio. Con vuestra oración y con el ejemplo de la vida,
ayudad a Europa a encontrar sus raíces cristianas
Queridos voluntarios
Al concluir los actos de esta
inolvidable Jornada Mundial de la Juventud, he querido detenerme aquí, antes de
regresar a Roma, para daros las gracias muy vivamente por vuestro inestimable
servicio. Es un deber de justicia y una necesidad del corazón. Deber de
justicia, porque, gracias a vuestra colaboración, los jóvenes peregrinos han
podido encontrar una amable acogida y una ayuda en todas sus necesidades. Con
vuestro servicio habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad,
la simpatía y la entrega a los demás.
Mi gratitud es también una
necesidad del corazón, porque no solo habéis estado atentos a los peregrinos,
sino también al Papa. En todos los actos en los que he participado, allí
estabais vosotros: unos visiblemente y otros en un segundo plano, haciendo
posible el orden requerido para que todo fuera bien. No puedo tampoco olvidar
el esfuerzo de la preparación de estos días. Cuántos sacrificios, cuánto
cariño. Todos, cada uno como sabía y podía, puntada a puntada, habéis ido
tejiendo con vuestro trabajo y oración el maravillo cuadro multicolor de esta
Jornada. Muchas gracias por vuestra dedicación. Os agradezco este gesto
entrañable de amor.
Muchos de vosotros habéis debido
renunciar a participar de un modo directo en los actos, al tener que ocuparos
de otras tareas de la organización. Sin embargo, esa renuncia ha sido un modo
hermoso y evangélico de participar en la Jornada: el de la entrega a los demás
de la que habla Jesús. En cierto sentido, habéis hecho realidad las palabras
del Señor: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor
de todos» (Mc 9,35). Tengo la certeza de que esta experiencia como voluntarios
os ha enriquecido a todos en vuestra vida cristiana, que es fundamentalmente un
servicio de amor. El Señor trasformará vuestro cansancio acumulado, las
preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes cristianas:
paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás, disponibilidad para
cumplir la voluntad de Dios. Amar es servir y el servicio acrecienta el amor.
Pienso que es este uno de los frutos más bellos de vuestra contribución a la
Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros,
sino la Iglesia entera que, como misterio de comunión, se enriquece con la aportación
de cada uno de sus miembros.
Al volver ahora a vuestra vida
ordinaria, os animo a que guardéis en vuestro corazón esta gozosa experiencia y
a que crezcáis cada día más en la entrega de vosotros mismos a Dios y a los
hombres. Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o
poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su
designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo
gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor
a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa
inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio
de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud
insospechada. Quizás alguno esté pensando: el Papa ha venido a darnos las
gracias y se va pidiendo. Sí, así es. Ésta es la misión del Papa, Sucesor de
Pedro. Y no olvidéis que Pedro, en su primera carta, recuerda a los cristianos
el precio con que han sido rescatados: el de la sangre de Cristo (cf. 1P 1,
18-19). Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo
solo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta
despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por
vosotros. Gracias de nuevo y que Dios vaya siempre con vosotros.
Majestades,
Distinguidas Autoridades nacionales, autonómicas y
locales,
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la
Conferencia Episcopal Española,
Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Amigos todos:
Ha llegado el momento de
despedirnos. Estos días pasados en Madrid, con una representación tan numerosa
de jóvenes de España y todo el mundo, quedarán hondamente grabados en mi
memoria y en mi corazón.
Majestad, el Papa se ha sentido
muy bien en España. También los jóvenes protagonistas de esta Jornada Mundial
de la Juventud han sido muy bien acogidos aquí y en tantas ciudades y
localidades españolas, que han podido visitar en los días previos a la Jornada.
Gracias a Vuestra Majestad por
sus cordiales palabras y por haber querido acompañarme tanto en el recibimiento
como, ahora, al despedirme. Gracias a las Autoridades nacionales, autonómicas y
locales, que han mostrado con su cooperación fina sensibilidad por este
acontecimiento internacional. Gracias a los miles de voluntarios, que han hecho
posible el buen desarrollo de todas las actividades de este encuentro: los
diversos actos literarios, musicales, culturales y religiosos del «Festival
joven», las catequesis de los Obispos y los actos centrales celebrados con el
Sucesor de Pedro. Gracias a las fuerzas de seguridad y del orden, así como a
los que han colaborado prestando los más variados servicios: desde el cuidado
de la música y de la liturgia, hasta el transporte, la atención sanitaria y los
avituallamientos.
España es una gran Nación que, en
una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar
sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica. Lo ha manifestado
una vez más en estos días, al desplegar su capacidad técnica y humana en una
empresa de tanta trascendencia y de tanto futuro, como es el facilitar que la
juventud hunda sus raíces en Jesucristo, el Salvador.
Una palabra de especial gratitud
se debe a los organizadores de la Jornada: al Cardenal Presidente del
Pontificio Consejo para los Laicos y a todo el personal de ese Dicasterio; al
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, junto con sus
Obispos auxiliares y toda la archidiócesis; en particular, al Coordinador
General de la Jornada, Monseñor César Augusto Franco Martínez, y a sus colaboradores,
tantos y tan generosos. Los Obispos han trabajado con solicitud y abnegación en
sus diócesis para la esmerada preparación de la Jornada, junto con los
sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. A todos, mi reconocimiento,
junto con mi súplica al Señor para que bendiga sus afanes apostólicos.
Y no puedo dejar de dar las
gracias de todo corazón a los jóvenes por haber venido a esta Jornada, por su
participación alegre, entusiasta e intensa. A ellos les digo: Gracias y
enhorabuena por el testimonio que habéis dado en Madrid y en el resto de
ciudades españolas en las que habéis estado. Os invito ahora a difundir por
todos los rincones del mundo la gozosa y profunda experiencia de fe vivida en
este noble País. Transmitid vuestra alegría especialmente a los que hubieran
querido venir y no han podido hacerlo por las más diversas circunstancias, a
tantos como han rezado por vosotros y a quienes la celebración misma de la
Jornada les ha tocado el corazón. Con vuestra cercanía y testimonio, ayudad a vuestros
amigos y compañeros a descubrir que amar a Cristo es vivir en plenitud.
Dejo España contento y agradecido
a todos. Pero sobre todo a Dios, Nuestro Señor, que me ha permitido celebrar
esta Jornada, tan llena de gracia y emoción, tan cargada de dinamismo y
esperanza. Sí, la fiesta de la fe que hemos compartido nos permite mirar hacia
adelante con mucha confianza en la providencia, que guía a la Iglesia por los
mares de la historia. Por eso permanece joven y con vitalidad, aun afrontando
arduas situaciones. Esto es obra del Espíritu Santo, que hace presente a
Jesucristo en los corazones de los jóvenes de cada época y les muestra así la
grandeza de la vocación divina de todo ser humano. Hemos podido comprobar
también cómo la gracia de Cristo derrumba los muros y franquea las fronteras
que el pecado levanta entre los pueblos y las generaciones, para hacer de todos
los hombres una sola familia que se reconoce unida en el único Padre común, y
que cultiva con su trabajo y respeto todo lo que Él nos ha dado en la Creación.
Los jóvenes responden con
diligencia cuando se les propone con sinceridad y verdad el encuentro con
Jesucristo, único redentor de la humanidad. Ellos regresan ahora a sus casas
como misioneros del Evangelio, «arraigados y cimentados en Cristo, firmes en la
fe», y necesitarán ayuda en su camino. Encomiendo, pues, de modo particular a
los Obispos, sacerdotes, religiosos y educadores cristianos, el cuidado de la
juventud, que desea responder con ilusión a la llamada del Señor. No hay que
desanimarse ante las contrariedades que, de diversos modos, se presentan en
algunos países. Más fuerte que todas ellas es el anhelo de Dios, que el Creador
ha puesto en el corazón de los jóvenes, y el poder de lo alto, que otorga
fortaleza divina a los que siguen al Maestro y a los que buscan en Él alimento
para la vida. No temáis presentar a los jóvenes el mensaje de Jesucristo en
toda su integridad e invitarlos a los sacramentos, por los cuales nos hace
partícipes de su propia vida.
Majestad, antes de volver a Roma,
quisiera asegurar a los españoles que los tengo muy presentes en mi oración,
rezando especialmente por los matrimonios y las familias que afrontan
dificultades de diversa naturaleza, por los necesitados y enfermos, por los
mayores y los niños, y también por los que no encuentran trabajo. Rezo
igualmente por los jóvenes de España. Estoy convencido de que, animados por la
fe en Cristo, aportarán lo mejor de sí mismos, para que este gran País afronte
los desafíos de la hora presente y continúe avanzando por los caminos de la
concordia, la solidaridad, la justicia y la libertad. Con estos deseos, confío
a todos los hijos de esta noble tierra a la intercesión de la Virgen María,
nuestra Madre del Cielo, y los bendigo con afecto. Que la alegría del Señor
colme siempre vuestros corazones. Muchas gracias.
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