"Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga."
Texto completo publicado que Benedicto XVI no
pudo terminar de leer por el viento y la lluvia. Escuchemos lo que dijo al
respecto (Audio en mp3)
-- tomado de RADIO VATICANO
Queridos amigos:
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado
sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes,
que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo
grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando
a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado,
Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra
vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la
irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de
amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la
fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino
una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este
misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis,
aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría.
La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y
perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el
Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y
desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu
humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo,
como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él,
que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor
humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez,
unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención.
Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre
será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al
mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en
este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su
Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a
descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en
ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la
llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos
proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una
mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida
de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor
verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y
dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la
persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser
conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de
apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del
amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el
sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se
fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc
2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a
la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor
como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente,
la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa
Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas
veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente
presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras
preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el
alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche
que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como
discípulos suyos. Amén.
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