Escrito por Rev. P. Floyd L. McCoy Jordán --- EL VISITANTE
Martes, 02 de Agosto de 2011 10:55
El 19 de noviembre de 1493, don Cristóbal Colón, en su segundo viaje, descubrió la isla que sus habitantes indígenas llamaban Borikén. El almirante tomó posesión de ella en nombre de la Corona Española y la bautizó San Juan Bautista. Días antes había estado bautizando diferentes islitas que según descubría les iba poniendo nombres relacionados mayormente con la Virgen María, entre ellos Montserrat.
El detalle es importante porque es un indicio de la catolicidad de los viajeros y de que las órdenes que traía Colón por parte de la fervorosa Reina Isabel de conquistar tierras y gentes para ser evangelizados, estaban latentes en la mente del navegante. Cuando posteriormente, alrededor del 1508, don Juan Ponce de León regresa a Santo Domingo después de haber explorado nuestra isla, tendrá entre sus planes pedirle al gobernador Nicolás Ovando que le asigne frailes para evangelizar a los indígenas y mantener la fe viva de los primeros cristianos que llegaban a la isla. Como parte de esos planes de evangelización estaba la catequesis mariana. A mediados de ese siglo XVI y como reacción a la Reforma Protestante, entre 1545 y 1563 se reunieron los padres del Concilio de Trento para enderezar el barco de la Iglesia. Entre las áreas de la genuina fe católica en las que se mantuvieron firmes estaba el culto a la Santísima Virgen María. El catecismo producto de ese concilio enseñaba sobre ella y su importancia en el Plan de Salvación de Dios como materia en la que había que educar a los fieles. Trento confirmaba lo que ya en tierras de América se estaba enseñando en el proceso de conquista y evangelización y que se seguiría enseñando a todo lo largo de los tiempos de la colonia española.
Es por ello que la Santísima Virgen María va a convertirse en un factor religioso muy importante en la mente y el corazón de los pueblos producto de la evangelización española. Muy acertado será el título que S. S. Pablo VI le dé a ella de “Estrella de la Evangelización”. Esa fue la estrella que desde nuestros primeros evangelizadores ha estado brillando en Puerto Rico. Cuando se estableció la díocesis de San Juan Bautista en 1511, la catequesis mariana dada directa e indirectamente ya había comenzado.
Directamente, a través de los primeros frailes que precedieron a la Iglesia institucional; indirectamente, por medio de los mismos fieles cristianos que comunicaban a los indígenas su propio fervor a la Virgen a través de sus advocaciones marianas particulares. Es así como comienza a formar parte de la fe del pueblo en esa primera evangelización la riqueza de las diferentes advocaciones marianas que eran trasplantadas a Puerto Rico desde sus orígenes regionales en España. Las más antiguas: la Concepción, Inmaculada, del Carmen, Belén, la Monserrate, la Valvanera, la Altagracia, etc.
Cada una de ellas identificada con una necesidad o preocupación particular de sus devotos. Cada una más poderosa y milagrosa que la otra, de acuerdo con una tergiversación de la evangelización en la que todavía en el 2011 tenemos que trabajar.
La evangelización incluía enseñar lo que era correcto como parte de la doctrina Católica sobre la Virgen María. Su importancia como Madre de Dios, su Inmaculada o Purísima Concepción (Tota Pulchra), aunque no fuera definida como dogma hasta el siglo XIX, su poder de intercesión ante su Hijo, su preocupación maternal por la Iglesia de la cual se hizo parte cuando Jesús se la entregó a Juan y en el momento en que el Espíritu Santo vino sobre ella en Pentecostés. Todo eso se le enseñó a los fieles en el proceso de evangelización a lo largo de los siglos.
Cuando la Iglesia se institucionalizó y llegó su primer obispo en 1512, don Alonso Manso, él y sus sucesores con mucho celo se encargaron de auspiciar los esfuerzos de catequesis para mantener la fe viva en el pueblo. María era parte fundamental de esa catequesis que ciertamente el pueblo acogió con mucho amor y que caló en lo más profundo de su fibra espiritual. De ahí que todavía sea parte de nuestras interjecciones exclamar: ¡Ay Virgen!, ¡Ave María Purísima! O simplemente ¡Ave María!
María ha estado presente en nuestra Isla a lo largo de los siglos como cristófora. Maternalmente trae a Jesús en sus brazos para que por su poder divino El ayude a su pueblo puertorriqueño. Nuestra Señora de Belén en San Juan, Nuestra Señora de la Valvanera en Coamo y Nuestra Señora de la Monserrate en Hormigueros nos hablan de momentos de angustias en que María, en circunstancias de peligro inminente, intercedió ante Jesús, para cambiar el curso de los acontecimientos. La mariofanía de Hormigueros muestra al Niño en los brazos de la Madre haciendo una señal con su manita al toro, librando al colono del peligro.
Por eso el valor iconográfico de la imagen de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, que recoge todas las demás advocaciones que a lo largo de los siglos se han venerado en nuestro suelo, es importante.
Jesús descansa confiado sobre las piernas de la Madre, Puerto Rico puede dormir tranquilo sobre las piernas de María, ya que ella ha velado y seguirá velando por nuestro pueblo, intercediendo por él
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