"Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza."
"No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido"
Señor
Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos
Hermanos en el Episcopado,
Queridos
Padres Agustinos,
Queridos
Profesores y Profesoras,
Distinguidas
Autoridades,
Amigos
todos
Esperaba con ilusión este encuentro con vosotros, jóvenes profesores de
las universidades españolas, que prestáis una espléndida colaboración en la
difusión de la verdad, en circunstancias no siempre fáciles. Os saludo
cordialmente y agradezco las amables palabras de bienvenida, así como la música
interpretada, que ha resonado de forma maravillosa en este monasterio de gran
belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de una vida de oración y
estudio. En este emblemático lugar, razón y fe se han fundido armónicamente en
la austera piedra para modelar uno de los monumentos más renombrados de España.
Saludo también con particular afecto a aquellos que en estos días habéis
participado en Ávila en el Congreso Mundial de Universidades Católicas, bajo el
lema: “Identidad y misión de la Universidad Católica”.
Al estar entre vosotros, me vienen a la mente mis primeros pasos como
profesor en la Universidad de Bonn. Cuando todavía se apreciaban las heridas de
la guerra y eran muchas las carencias materiales, todo lo suplía la ilusión por
una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas y
el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos.
Esta “universitas” que entonces viví, de profesores y estudiantes que buscan
juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio, ese
“ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender
los saberes” (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y
hasta la definición de la Universidad.
En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud: “Arraigados y
edificados en Cristo, firmes en la fe” (Cf. Col 2, 7), podéis también encontrar
luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como ya
escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para estos días, los
términos “arraigados, edificados y firmes” apuntan a fundamentos sólidos para
la vida (Cf. n. 2).
Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una
sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un profesor
universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y
eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se
dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera
capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión
utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida especialmente
desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que habéis vivido como
yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el
anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que
constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo
inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser
dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella
misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se
elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la
genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión
reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa
donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es
casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria,
pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho
(Cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena
noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como
una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad. La
Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías
cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de
simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
He ahí vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis
el honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal
que habéis recibido de vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores
del Evangelio y que en cuanto tales se han convertido en gigantes del espíritu.
Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de la suya,
pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando
nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos unidos
a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y acreditar
la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo,
sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada
entre nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan auténticos maestros;
personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo
escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar;
personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el
camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y
el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: “Busca la verdad mientras eres
joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos”
(Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis
transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas
técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo
funcionalmente.
Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad
e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta
comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de
comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en
lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino
hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un
camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos
avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar
algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después
el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”
(Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están
conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento,
la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a
estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero
no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y
la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es
asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el
acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino
encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor,
que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da
luz sin hacer ruido (Cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro
resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva
a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos
con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa
esperanza, os pongo bajo el amparo de la Virgen María, Trono de la Sabiduría,
para que Ella os haga colaboradores de su Hijo con una vida colmada de sentido
para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de conocimiento como de fe,
para vuestros alumnos. Muchas gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario