A continuación encontrarás un resúmen de la visita del Santo Padre Benedicto XVI a Alemania, que se realizó del 22 al 25 de Septiembre del 2011. El Santo Padre se dirigió al mundo entero a través de los feligreses católicos y ecuménicos de Alemania (el Papa se reunió con el Parlamento Alemán, con la comunidad Judía, con la comunidad Musulmana, con la comunidad Evangélica).
Encontrarás el listado de los discursos del Papa en orden cronológico, con unas breves palabras de ese discurso, y especialmente te invitamos a visitar el enlace donde podrás leer el discurso completo, en
RADIO VATICANO.
22 de
Septiembre del 2011
“Una mirada clara también sobre sus páginas
oscuras nos permite aprender de su pasado y de recibir impulso para el
presente. La República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a
través de la fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante
el prójimo. Necesita de esta dinámica que involucra todos los ámbitos humanos
para poder continuar a desarrollarse en las condiciones actuales. Lo requiere
en “un mundo necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de
valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor” (Encíclica Caritas
in veritate, 21).”
“Concede a tu siervo
un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y
mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser
importante en definitiva para un político. Su criterio último y la motivación
para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio
material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las
condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito,
que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el
éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el
derecho y a la comprensión del derecho.
La opción que se
plantea nos hace comprender de forma insistente el significado existencial de
nuestras decisiones de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo
de esperanza y confianza. Encarnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo
para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y arridez, Él es la fuente
de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el
pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente
en vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados
bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente.
Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe
transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida.
Lo importante es que “permanezcamos” en la vid, en Cristo. En esta breve
perícopa, el evangelista usa la palabra “permanecer” una docena de veces. Este
“permanecer-en-Cristo” caracteriza todo el discurso. En nuestro tiempo de
inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el
fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es
frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras
necesidades, como los discípulos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros, porque
anochece (cf. Lc 24, 29), porque las tinieblas nos rodean”; el Señor resucitado
nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y
seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en
Cristo hay futuro, vida y alegría.
Permanecer en Cristo
significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la
comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo,
todos nosotros estamos unidos. En está comunidad, Él nos sostiene y, al mismo
tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Ellos resisten juntos a
las tempestades y se protegen mutuamente. Nosotros no creemos solos, sino que
creemos con toda la Iglesia